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DGD: Postales, 2021-2023. |
r e t r a t o s
(e n) (c o n) p o s t a l e s
El todo
sin palabras
D.G.D.
La declaración de principios de Antonio Porchia, que
podría estar simbolizada en la suma (puesto que su obra lo incorpora e integra todo),
era precisamente la resta: “Y seguiré eliminando las palabras malas que puse en
mi todo, aunque mi todo se quede sin palabras”.
Conviene
retomar la historia editorial de las Voces:
en la Argentina de principios de los años cuarenta del siglo XX, los amigos de Porchia,
integrantes de la “Agrupación de Gente de Arte y Letras Impulso” ubicada en el
puerto de La Boca, y que admiran las sentencias que Porchia introduce en su
conversación —a las que él llama voces—,
le proponen reunirlas en una edición de autor (Voces, primera serie, 1943). Porchia no se asumía como escritor:
publicó esta primera serie por insistencia de la gente de Impulso, pero la
experiencia no fue feliz: apenas se vendió algún ejemplar, no hubo la menor
reseña periodística y para colmo los paquetes, apilados en la pequeña sede de
Impulso, terminaron por estorbar a los promotores del proyecto y Porchia
decidió donar la edición entera al sistema de bibliotecas populares diseminadas por
toda la Argentina.

Todo
eso bastaría para desanimar a cualquiera, y más a un ser como Porchia, por
completo ajeno a las maniobras literarias. Y sin embargo, cinco años más tarde
repitió la experiencia (Voces, segunda
serie, 1948). ¿Hubo algún suceso desconocido que explicara el origen de esta
segunda serie? ¿Quizás alguien de Bibliotecas Populares le pidió “más”? ¿Acaso
intervino la casualidad y ayudó el hecho de que un ejemplar de la primera
edición llegara a la redacción de la revista Sur, a las asombradas manos de Roger Caillois, que luego las tradujo
y difundió en Europa?

Un
error frecuente es imaginar que Porchia escribió las voces de la segunda serie en el periodo de cinco años que separa a
ambas ediciones de autor. La primera serie contenía 652 voces y la segunda 305, y su escritura ocupó seguramente un espacio
de décadas. Es conocida la fecha de la primera publicación de Porchia, en un
diario militante llamado La Fragua
hacia 1923-1924, es decir cuando el autor tenía alrededor de 38 años de edad.
Pero muy probablemente comenzó a escribir sus voces a los 20, 25 años. Si esto es cierto, entonces aquellas 625 voces le llevaron algo así como de 33 a
38 años, a razón de 16 a 18 voces por
año; todo esto entra en correcta perspectiva si se recuerda aquella declaración
de su sobrina Nélida: “A veces se tardaba un año para escribir una voz”.

Por
tanto, es inverosímil pensar que en cinco años Porchia escribió 305 voces, a razón de 61 por año.
Evidentemente las voces de la segunda
serie son muy anteriores, es decir que fueron escritas en el mismo largo periodo
que las de la primera serie. Y entonces es previsible que también para las dos
ediciones de autor haya hecho una selección.
Pese
a la indiferencia que rodeó a las dos ediciones de autor, las voces continuaron su camino de mano a
mano, de boca a boca, y en 1956 la poderosa editorial Sudamericana se percató
de estas admiraciones y ofreció a Porchia lanzar una edición masiva de Voces para un público amplio. El autor
aceptó y en lugar de publicar el contenido íntegro de las dos ediciones de
autor (la suma, como habría sido casi
“lógico” en un escritor de oficio), hizo una rigurosa selección y retiró casi
la mitad de las voces de ambas series
(la resta, sin duda debida, en primer
lugar, a un deseo de facultar la accesibilidad del lector).
Si
cuando Sudamericana le hizo esa propuesta editorial, Porchia eliminó la mitad
de las voces, ¿puede pensarse que de
sus papeles, escritos desde los 20-25 años, hizo también una eliminación de la
mitad cuando se trató de publicarlas en las dos ediciones de autor? (Así lo
sugiere el hecho de que en la primera serie Porchia aisló la última voz con un especial tratamiento
tipográfico, para destacarla a manera de epílogo o post scriptum: “Y seguiré eliminando las palabras malas que puse en
mi todo, aunque mi todo se quede sin palabras”.)

Si
de las 957 voces de ambas ediciones
de autor, Porchia eliminó 486 y sólo eligió 471, ¿habría un acervo original de
unas 2 mil voces, de las que sólo
seleccionó la misma proporción para las dos ediciones de Impulso (menos de la
mitad: 957)? Por esta vía de razonamiento es posible intuir la gran pérdida que
eso representa: las voces que nunca
llegarán a conocerse porque probablemente aquí sí el autor se deshizo de esos
manuscritos fechables entre 1905 y 1943.
Puede
considerarse una “tercera serie”, puesto que cuando en 1964 el editor Francisco
Colombo le propuso una reedición de Voces,
el autor añadió 130 textos inéditos hasta ese momento, bajo el rubro de “Voces
nuevas”. (Esto podría verse como una suma en sí misma, pero también como una
resta (en el sentido de números decrecientes): 652 voces (primera serie), 305
(segunda), 130 (“Voces nuevas”).
En
este caso las “Voces nuevas” podrían datarse entre 1948 (fecha de la segunda
edición de autor) y 1966 (año en que las incorporó en la edición de Colombo),
es decir en un lapso de 18 años, a un razonable ritmo de siete por año. Así lo
sugiere el propio título que Porchia eligió: “Nuevas”. Pero de igual modo
podrían datar de aquella primera época (1905 a 1943) y haber recibido el nombre
de “nuevas” sólo para diferenciarlas de las ya publicadas. Bien podrían ser
parte de esos 2 mil manuscritos, una diminuta parte que Porchia decidió
rescatar, lo que da una idea de su riguroso método de selección.

No
hay dudas en cuanto a por qué Porchia “no seleccionó” todas esas voces (en cualquiera de las etapas
mencionadas): su inimaginable rigor. Por eso es muy posible imaginar que si hoy
se le ofreciera otra edición “definitiva”, muy probablemente “des-seleccionaría”
la mitad. Y así iría quitando palabras a su todo. (A las ediciones de Impulso, Sudamericana
y Colombo, se sumó en 1966 la poderosa editorial Hachette, cuya edición de Voces, la más difundida por muchos años,
se fue imprimiendo y agotando regularmente en toda Latinoamérica.)
Cuando
Laura Cerrato rescató para la imprenta las voces
no seleccionadas por el autor, esta investigadora utilizó el rubro “Voces
abandonadas”. Sin embargo, ese adjetivo no es del todo armónico con la vocación
de las voces, que es el infinito.
Antonio Porchia no abandonó esas voces:
simplemente no las seleccionó. Continuaría quitando palabras a su todo. Mas no
sería un todo abandonado. Así como cada parte del infinito es infinita en sí
misma, aun el todo de Porchia sin palabras contiene a todas las palabras y a
todas las voces.
Parafraseando
a Porchia, casi podría decirse: “Lo infinito no abandona a lo infinito: lo
acompaña. Se acompaña”. Acaso, pues, no esté del todo fuera de contexto una imagen
surgida precisamente de la historia editorial de la Voces: Porchia, habitante del infinito, es decir de lo simultáneo,
ve todo de un golpe de vista, pasado y futuro, y por tanto sabe que alguien rescataría
alguna vez, de una u otra forma, todas
las voces, las elegidas y las no seleccionadas, e incluso las escritas y
las no escritas. El todo sin palabras es una suma hecha de restas (pero suma al fin): basta destacar el hecho de que Antonio Porchia nos hizo llegar esa declaración de principios... a través de las palabras.
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Antonio Porchia: Voces reunidas, UNAM, Coordinación de
Humanidades, México, 1999. | Alción, Córdoba (Argentina), 2006. | Pre-Textos,
Valencia (España), 2006. | Gárgola, Buenos Aires, 2017. | Universidad Autónoma
de Querétaro, 2020; ed. de D.G.D., Alejandro Toledo y Ángel Ros.
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[Leer Aurelio Arturo: la llama tácita]
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P O S T A L E S / D G D
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Voces
de Antonio Porchia
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