lunes, 8 de diciembre de 2025

Reunión (32). El sueño, 8

 

DGD: Postales, 2022-2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Notas sobre el sueño

D.G.D.

 

1. Hay anécdotas que circulan como poemas de nadie para nadie. Max Brod, amigo, albacea y salvador de la obra de Kafka, cuenta que en una ocasión éste lo visitó en su casa y que para llegar al estudio de Brod debió atravesar una habitación en donde el padre de Brod estaba dormido en un butacón. El hombre comenzó a despertar debido al ruido, y Kafka le dijo en voz muy baja: “Se lo ruego, considéreme un sueño”. Es muy probable que todos hayamos acatado puntualmente esa petición. Kafka es nuestro sueño, y sólo por eso sabemos que él nos está soñando.

 


2. En una ocasión Schopenhauer utilizó la palabra sueño como ilusión de la vigilia: “No hay una ciencia general de la historia; la historia es el relato insignificante del interminable, pesado y deshilvanado sueño de la humanidad”. El acento cae aquí en la imagen de un sueño colectivo. Al respecto Borges cuenta una anécdota: en cierta ocasión una interlocutora suya deploraba que los sueños no puedan compartirse, y agregaba un muy buen argumento para un cuento o una película: “Qué lindo soñar que uno recorre un laberinto en Egipto con tal persona, y aludir a ese sueño el día después, y que ella lo recuerde, y que se haya fijado en un hecho que nosotros no vimos, y que sirve, tal vez, para explicar una de las cosas del sueño, o para que resulte más raro”. Borges comenta: “Yo elogié ese deseo tan elegante, y hablamos de la competencia que harían a la realidad esos sueños de dos actores, o acaso de dos mil. (Sólo más adelante recordé que ya existen los sueños compartidos, que son, precisamente, la realidad.)”

               (Este diálogo podría haber despertado en Borges una eminente cita literaria que no introduce seguramente por no opacar a su interlocutora; podría haberse remitido a aquella escena de Anna Karenina —capítulos II y III de la cuarta parte— en que Anna y Vronsky sueñan el mismo sueño, pero no compartido: cada uno, por su parte, en distintas locaciones oníricas, encuentran a un mismo personaje, un campesino de barba enmarañada que dice en francés una frase no comprendida por Vronsky pero que Anna sí alcanza a dilucidar. A esta espléndida escena soñada por Tolstoi podría agregarse el capítulo 143 de Rayuela, en el que Traveler contempla a su mujer, Talita, dormida, y se desespera por ser incapaz de compartir el viaje interior en que ella está visiblemente inmersa en ese momento.)

 


3. La amiga de Borges presupone que aquel con quien comparte el sueño es alguien conocido, lo suficientemente cercano a ella como para narrarse mutuamente lo que han soñado. (Pero ¿cómo sabe que no ha sucedido exactamente eso, sólo que su co-soñador es alguien que no conoce, alguien lejano en el espacio y tal vez incluso en el tiempo?) La realidad onírica es absoluta e incuestionable: sólo al compaginar relatos en la vigilia se dan cuenta de que han compartido la misma escenografía nocturna (el laberinto en Egipto); cada uno recuerda detalles que el otro ha pasado por alto y entre los dos reconstruyen una realidad que ya no pertenece exclusivamente a cada quien. El sueño es la máxima prueba de la individualidad: sólo yo he soñado aquello que incluso para mí únicamente es posible recuperar ya estando en otro mundo (el de la vigilia), y además en girones, en fragmentos renuentes a ser puestos en palabras. El sueño compartido por dos actores cuestionaría las barreras de lo individual. Aún más lo haría si los soñadores fueran dos mil, como supone Borges. El acento se ha corrido a la estremecedora imagen de un solo mundo onírico visitado por dos, dos mil o dos millones de soñadores.

 


4. En El sueño del aposento rojo (s. XVII), una antigua e influyente novela china, el autor, Tsao Hsue Kin (Cao Xueqin), juega con el característico y sagrado engaño onírico, que hace que una y otra vez, de modo invariable, el soñador crea absolutamente en la realidad de lo que experimenta (y no sólo eso sino que de manera también total se adapta a la lógica y a las reglas del juego de su aventura nocturna, por más extravagantes que sean). Así, ciertos capítulos del Aposento rojo, aceptados por el lector como realidades no menos unívocas y convencionales que los capítulos precedentes, se revelan de golpe como sueños cuando el narrador/soñador despierta. No es que Tsao Hsue Kin se burle al no advertir de esto al lector; lejos de ello, lo que hace es volver dolorosamente tangible lo que muy bien podría estar sucediendo en la vigilia. La experiencia onírica, radicalmente individual, invita socarronamente a cada soñador a sentir que en la vigilia se ha adaptado a la lógica y las reglas del juego colectivo de los trabajos y los días, exactamente de la misma forma cambiante en que lo hace cada noche en el sueño. No sólo eso: también es invitado a sospechar que esa lógica y esas reglas que parecen regir al unívoco mundo diurno podrían cambiar en cualquier momento como lo hacen cada noche en el cinematógrafo íntimo del soñar.

 


5. En su audaz Experimento con el tiempo (An Experiment with the Time, 1927), el ingeniero y escritor irlandés J.W. Dunne (1875-1949) no considera a la eternidad como metáfora escapista o como atributo divino, y afirma que —resume Borges— “ya estamos en posesión de la eternidad y que nuestros sueños lo corroboran. En ellos (según Dunne) confluyen el pasado inmediato y el inmediato porvenir. En la vigilia recorremos a uniforme velocidad el tiempo sucesivo; en el sueño abarcamos una zona que puede ser muy amplia. Soñar es coordinar los vistazos que suministra esa contemplación y urdir con ellos una historia, o una serie de historias. Vemos la imagen de una esfinge y la de una botica, e inventamos que una botica se transforma en esfinge. Al hombre que conoceremos mañana le ponemos la boca de una cara que nos miró anteanoche... (Ya Schopenhauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden era vivir, y hojearlas, soñar.)” Sería un párrafo privilegiado en una de las historias no soñadas por Borges pero prefiguradas en citas como esa; se trataría, desde luego, de una Historia de la simultaneidad.

 


6. Platón heredó la que ya era en su tiempo una antigua tradición: la de que el individuo puede controlar sus sueños; el afán era más bien terapéutico: si antes de dormir se concentra en pensamientos nobles y doblega a las bajas pasiones, podrá ver nítidamente su periplo onírico; de lo contrario experimentará sólo imágenes vagas y absurdas. También el neoplatónico Jámblico habla de la técnica necesaria para controlar la actividad del sueño a través de ejercicio y meditación. Platón, Jámblico y Pitágoras guardarían un lugar especial en esa Historia de la simultaneidad, en un arco que se extiende y asciende, a lo largo del tiempo y el espacio, hasta las Voces de Antonio Porchia, cuyo signo fundamental es, en efecto, la simultaneidad. Es por ello que estas breves sentencias que forman la obra de Porchia se hallan siempre un paso más allá de quienes creen comprenderlas cabalmente.

 


7. Otro sitio especial en esa Historia lo representarían los libros de Carlos Castaneda. Independientemente de cómo los defina o considere el lector (fantasía, reflejos de una sabiduría antigua), resulta indudable que su otredad posee una coherencia apabullante. El maestro de Castaneda, don Juan Matus, un brujo yaqui, lleva al infinito la noción platónica/pitagórica del sueño controlable. Su punto de partida es simple: “la psique humana es infinitamente más compleja de lo que nuestro razonamiento académico o mundano nos lo ha hecho creer”. Desde luego, la definición de don Juan acerca de la posibilidad de control del mundo onírico, va mucho más allá de lo previsible, e incluso de lo comprensible: “es la manera práctica en que los brujos ponen en uso los sueños comunes y corrientes”.

               Don Juan llama punto de encaje a la coordenada en donde la percepción y la conciencia de la realidad tienen lugar en cada persona; este punto suele permanecer fijo durante toda la vida de vigilia, pero puede ser movido deliberadamente por el maestro, o de forma espontánea por la actividad onírica, y el principio de ello forma parte de la más íntima experiencia de todo individuo: “el punto de encaje se desplaza muy fácilmente durante el sueño [y] los sueños están totalmente asociados con ese desplazamiento”. Podría decirse que todo ser humano se mueve cada noche por una realidad inefable a la que experimenta “como un individuo solo, rodeado por el infinito”. El sueño, que para don Juan es “un arte extremadamente sofisticado [cuyo fin es] expandir y acrecentar la gama de lo que se puede percibir”, conforma “una faceta incomprensible de la conciencia que parece estar esperando el momento en que la convoquemos y le demos propósito; una facultad velada que todos tenemos en reserva, pero que nunca nos atrevemos a usar”.

 

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Jorge Luis Borges: reseña sobre Die Unbekannte Grösse de Hermann Broch, en El Hogar, Buenos Aires, febrero 19 de 1937; Textos cautivos, Tusquets, Buenos Aires, 1986; edición de Enrique Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Monegal.

Jorge Luis Borges: “J.W. Dunne y la eternidad”, en El Hogar, Buenos Aires, noviembre 18 de 1938; Textos cautivos, op. cit. || “El tiempo y J.W. Dunne”, en Otras inquisiciones, Sur, Buenos Aires, 1952.

Carlos Castaneda: The Art of Dreaming, HarperCollins, Nueva York, 1993. || El arte de ensoñar, Diana, México, 1993; trad.: Nayeli Tycho Thal.

 

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viernes, 28 de noviembre de 2025

Reunión (31). El sueño, 7

 

DGD: Postales, 2019-2025.

 

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Reunión (31). El sueño, 7

 

[Borges, que en una de sus vocaciones literarias fue historiador de lo imposible (de la eternidad, de la noche, del tiempo, de la infamia), entrevió otra historia que, a diferencia de las que llevó a textos más o menos largos, dejó en breves apuntes como este: “La historia de los sueños podría escribirse. Esas especies de apariencia libérrima tienen leyes secretas, y las 1001 Noches, que parecieron un caos venturoso, no son esencialmente menos rígidas que una tragedia clásica. Los símbolos, el vocabulario, los métodos, varían de una época a otra, acaso en forma cíclica”.

               Esa historia consistiría en la descripción de los sueños de tantos seres humanos siempre asombrados menos por la extrañeza del sueño que por su perfecto método destinado a que el soñador tome como absolutamente reales la quimera, la metamorfosis, la milagrería y la pesadilla. Así, la historia de los sueños que Borges imagina se ha estado escribiendo desde siempre, pero en ella no hay interpretación, y mucho menos el establecimiento y divulgación de las leyes secretas; estas leyes existen pero no pueden ser desprendidas del mundo al que rigen. Por eso resulta tan certero el dictum de la tradición talmúdica, según el cual un sueño sólo puede ser interpretado por otro sueño. Únicamente el unicornio puede explicar al basilisco.

               A fin de cuentas toda interpretación de los sueños es literaria, es decir convencional, retórica, hechiza. Interpretar es dilucidar lo que algo o alguien quiere decir; pero los sueños no “quieren decir”: dicen, y además en un lenguaje para el que no tenemos la menor gramática sino únicamente ecos, reverberaciones, figuras que cambian sin cesar. Por eso sólo un sueño puede explicar a otro.

               Por vago ejemplo: sueño a un hombre que mira por la nariz. Nada consigo si al despertar me pregunto qué significa esa imagen, qué me está diciendo... Un día muy lejano, cuando ya he olvidado completamente aquel sueño, reencuentro este haiku de Basho: “El actor mira / el mundo por la nariz / de la máscara”. Aquí sí hay interpretación: el haiku refleja el asombro del poeta cuando se le explicó que en el teatro Noh, en ciertos casos el actor ve a través de los orificios nasales de la máscara. Los ojos de ésta no tienen perforaciones, como sería “lógico” para que pudiera ver o entrever frente a sí. Una compleja técnica se requiere para combinar armónicamente los movimientos de la cabeza, el cuello, el torso, de tal manera que el actor pueda tener impresiones visuales sin romper el perfecto equilibrio de la puesta en escena.

               Esa es la explicación racional, pero si yo pudiera recordar aquel sueño primigenio, haría la conexión y acaso podría reconocer lo que hay de profundamente onírico en el teatro Noh. En este y muchos otros casos, ese tipo de reconocimiento sólo se da por intuiciones, por fulgores, por vías oníricas, y acaso eso —en una asociación inevitable— es lo que vuelve tan extraña a una novela como El perfume (1985) de Suskind, cuyo protagonista bien puede decirse que ve por la nariz, lo que en principio significa que su sentido del olfato es mucho más sutil y complejo que su propia visión; sin embargo, en última instancia lo que El perfume “quiere decir” es la comunicación (o la unidad) entre los mundos de la vigilia y el sueño. Acaso es únicamente de este modo tangencial y fluido que las leyes secretas —las mismas para ambos territorios del día y de la noche— pueden ser entrevistas. “No hay que representar la vida como es ni como debería ser, sino como aparece en sueños”, pide un personaje de La gaviota de Chejov. (DGD)]

 


 


 


 


 


 


 

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Jorge Luis Borges: prólogo a Arquitecturas del insomnio de Ema Risso Platero, Botella al Mar, Buenos Aires, 1948. Inc. en Textos recobrados (1931-1955), Debolsillo, Barcelona, 2015.

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