jueves, 15 de septiembre de 2011

Un texto de Praxedis Razo sobre Mil usos curativos del fuego

DGD: Textil 77 (clonografía), 2008



Fantasía calemburesca
(Daniel González Dueñas: Mil usos curativos del fuego,
Ediciones Intempestivas, Monterrey, 2011)

Praxedis Razo




Oh, Daniel, de nuevo nos pusiste a balbucear tus palabras, porque esta poesía ingenieril sólo se halla en la voz de cada lector. Tus versos truculentos son trampas para osos, diseñados especialmente para no callárnoslos, duras y espinosas invitaciones a cantarlos, a saborearlos en el paladar, y luego a pensarlos, a darles formas:

_______oh, mi no sagrada, vas taciturna, ensimismada
_______ominosa grada basta si tu urna en sí misma da

____________________________(“Urna”)

De nuevo, Daniel, nos mostraste una cara nueva, distinta a la del bloguero puntilloso y disciplinado, exigente y alejado del bullicio. Atrás dejaste, por el momento al menos, a los nutricionales ensayos de cine, a la amada amadísima Rosa Blanda, a la evidencia del hombre invisible, pero no tan alejada de la poesía elemental —que no evidente— de La raíz eléctrica, tan impresionable como tus

_______mil usos curativos del fuego
_______mi luz oscura a ti, voz del fuego

_____________________(“Fuego”)

En donde además de aprovecharte del lector de pasadita, que quizá entienda poco, casi nada, de lo que pasa entre pasta y pasta, aprovechas para rendir tributo a un escritor que espero ya esté aplaudiéndolos, Gabriel Zaid, a quien dedicas gustoso tu sección “Armónicos de amortiguador de fogonazo”, y es el celebérrimo autor (por lo que ha sabido callar) de esta joyita quasi infantil, si los niños de ahora no padecieran de bibliotecas tan especializadas:

_______¡Qué gusto da lo mismo!
_______Describir lo mismo.
_______Repasar lo mismo.
_______¡Qué sabroso es lo mismo!
_______Encontrarse en lo mismo.
_______¡Oh, mismo inabarcable!
_______Danos siempre lo mismo.
______________(Gabriel Zaid: “Elogio de lo mismo”)

Y que seguramente te abrió puertas lexicosemánticas para meter las manos en este ardid de juegos escabrosos, tanto o más que la aparentemente dócil estrofita de cuatro versos heptasilábicos que por lo menos todos los poetas deberían conocer:

_______y mi voz que madura
_______y mi voz quemadura
_______y mi bosque madura
_______y mi voz quema dura
______________(Xavier Villaurrutia: “Nocturno en que nada se oye”)

Del que además tomas su aire de mantra tribal a lo largo de tu libro, que casi al azar sale volando este calembur, que es comparable, en precisión, belleza y entretelas, al de Villaurrutia:

_______sí, yo vi era
_______si yo viera
_______si lloviera

______________(“Eras”, fragmento)

Este Mil usos curativos del fuego no esconde nada al lector, tengo que decirlo. Las instrucciones de vuelo y las salidas de emergencia están aguardando a la primera ojeada. Ahí están nuestra querida Helena Beristáin y su impagable Diccionario de retórica y poética, por supuesto don Xavier Villaurrutia, acompañado del brazo de Ramón Xirau que lo explica, y un breve prólogo-pórtico que, a manera de la mejor versión de las wikipedias (me refiero a las que tienen carácter), es breve, arbitrario, encantador y conciso. Pero además se convierte en un tratado ortográfico de nuestra lengua, y un florecimiento y caída de la propia figura retórica convocada, pues parte de cero, en la página 5, y llega a su máximo esplendor en la 79.

Rápidamente llega lo extraordinario. Comienzan a desfilar frente a nuestros ojos estos hallazgos musicales, organizados en distintos estilos armónicos: los transparentes, haikús acalambrados:

_______adiós, amor tajado
_______a Dios amortajado

______________(“Amor tajado”)

Los armónicos de amortiguador, atrevimientos dactilográficos que comienzan a darnos un golpeteo más fuerte en la boca, toda vez que sacan chispas de genialidad cuantificable:

_______a ser que sea ser: quedan doce así
_______hacer que se acerque dándose a sí
_______acérquese: hacer que, dando, sea sí

_____________________(“Doce”)

Y en donde se encuentran, quizá —no lo investigué tan obsesivamente—, las únicas estrofas prosísticas en español… o casi de cualquier idioma (“Pira tabernáculo”).

Los armónicos de galope, atrapalenguas brillantes, que ya los hubiera querido en mi infancia de “di ‘bronca’ muchas veces: bronca, bron ca, bron, cabrón, cabrón”, hechicerías de abracadabra, ¿no? Y aquí una nota que quizá llegue a ser un recordatorio trivial: el poema con el que cierra esta sección, “Simiente”, me recordó a la magnífica obra automática que con tanta ceremoniosa entrega Jack Torrance escribía con su ruidosa Olivetti en El resplandor de Kubrick, porque no he leído —ni sé si sea necesario— el de Stephen King.

Los armónicos circulares, probablemente los más ambiciosos, aunque no los más bellos. Cabe destacar, entre todo lo destacable de este libro, otra obra pionera al interior de esta pionerísima construcción silabárica: “Asterión”, que es una especie de diálogo dramático, homenaje al joven Cortázar, creo yo, hecho con base en medidos calembures, perfectamente escenificables.

Y el cierre de los entrañables armónicos poligonales, con los paronomásicos, quizá los más libres, los que llevan a su límite este juego imposible, y los armónicos onomásticos, cátedra en la cual yo incursioné para lograr, con mucho trabajo, traerles un regalito burdo y maquinario con el que termino:

_______¡Oh, Daniel!
_______O dan hiel,
_______u oda ni él.


*

[Texto leído en la presentación del libro Mil usos curativos del fuego, agosto 24 de 2011.]

1 comentario:

Meduso dijo...

un honor aparecer entre sus revisiones