DGD: Textiles-Serie dorada 3 (clonografía), 2001 |
jueves, 6 de septiembre de 2012
Respuestas a una encuesta literaria (I de II)
Encuesta de Karla Janet Velázquez y Roberto Salomo
—¿A qué llamamos literatura?
—Para tener una idea cercana a lo que
puede ser la literatura hay que sacarla de los contextos habituales, renunciar
a las explicaciones en uso y considerarla como algo enteramente personal, es
decir, como un diálogo que el lector establece con el universo a través de la
personalidad del escritor. Y en los casos más eminentes, ese diálogo se da a
través de la transparencia en la
personalidad del escritor. La gran literatura es aquella en que el autor no
interpone su personalidad entre los ojos del lector y el mundo (en cuyo caso no
vemos más que un ego), sino que la transparenta para permitirnos ver lo que ese
escritor mira.
—¿Cómo la literatura se relaciona con otras formas de expresión
artística?
—Para mí son indesligables la imagen y
la palabra; siempre que hay un exceso de palabras busco imágenes, y siempre que
hay imágenes en exceso busco palabras. La interrelación que existe entre las
artes que se basan en la palabra y las que se basan en la imagen es la misma
que hay entre el yin y el yang: una complementaridad, siempre en busca del
sentido integral.
—¿En la literatura existe una ambigüedad entre fondo y forma?
—Depende del nivel en que uno se
coloque. Hay distintas interpretaciones en esa discusión interminable: la forma
es el fondo; el fondo determina a la forma, o a la inversa; la forma “contiene”
al fondo; fondo y forma son cuestiones enteramente separadas una de otra,
etcétera. En algunos de estos niveles hay ambigüedad, en otros no la hay. Desde
un cierto punto de vista, todas estas posturas no dejan de ser partes de un
sublenguaje que se apoya en otros sublenguajes. Como suele suceder en estos
casos, esa discusión es manipulada para “demostrar” una u otra cosa dependiendo
del nivel en que ese sublenguaje se coloque. Pero desde otro punto de vista no
debemos olvidar que esta discusión sobre la dicotomía entre fondo y forma, que
nos parece tan moderna, no es sino la forma profana de una discusión intemporal:
la dicotomía entre materia y espíritu.
—¿Cree usted que la forma determine los derechos de autor?
—Sin duda, y eso porque la modernidad
está sedienta de nuevas “formas” para un puñado de “fondos”. Se sobreentiende
que las posibles formas son innumerables, pero que sólo hay un puñado de
contenidos. En el capitalismo los derechos de autor son lo mismo que los trademarks y bien se dice que cuando a
una obra de arte se pone precio, su valor disminuye drásticamente y a la larga,
en cierto sentido, termina por desaparecer. Es legítima la idea del escritor que
requiere vivir de su oficio; lo que no es legítimo es el comercio que hace la
industria editorial, para la cual uno de los explotados es el propio autor. No
debería hablarse de best-sellers, es
decir de los productos comerciales que “venden mejor”, sino de best-givers, los que dan mejor, puesto que lo que se vende y
compra permanece en el nivel más precario y bajo de la interrelación humana. En
cambio, lo único que uno realmente tiene es lo que da. Es el sistema de poder el
que convierte al acto de dar (que significa darse) en el acto de vender. Los
derechos de autor parten del noble principio de proteger a una autoría, pero en
la práctica terminan por convertirla en “propiedad intelectual”, en una marca
registrada. Lo que se protege es la forma novedosa que alguien encuentra para
los temas y contenidos de siempre, y en última instancia lo único protegido es
el sistema capitalista y su ideología de la propiedad privada, para la cual
precio y valor son sinónimos, lo mismo que forma y contenido.
—¿A que llamamos estilos?
—A una cierta combinatoria de tics y manías, que son lo más reconocible, mientras que otros rasgos distintivos
más sutiles permanecen invisibles (o inexistentes, a fuerza de desuso). En su
origen, la palabra “estilo” se refiere simplemente a la manera individual de aferrar
la pluma: el estilo o estilete era el instrumento de escritura, generalmente
una vara alargada y estrecha de la que proviene el bolígrafo moderno. Nótese la
simbología: la pluma (el lenguaje) es invariable: lo que varía es la forma de
empuñarla, tan irrepetible como los rasgos de un rostro. En la antigüedad se
consideraba que empuñar la pluma era aún más contundente que blandir la espada.
Ambos instrumentos requerían un largo entrenamiento, como se ve bien en la
concepción oriental de las artes del espadachín y del calígrafo. En la
actualidad ya no se habla de esa necesaria iniciación: se cree que basta agarrar
la pluma para tener automáticamente un “estilo”. Sin embargo, en realidad son
muy pocos los escritores (y en general los artistas) que poseen un estilo
propio. El estilo es como la voz, pero
no la que se “trae” de nacimiento, sino la que se afina, ardua y sutilmente,
hasta hacerse en verdad única; es la que logra una tesitura. Por eso se dice “lograr una voz propia”. No basta agarrar
la pluma: hay que hacerla propia, hay que apropiarse del lenguaje, y eso sólo se
consigue al término de una compleja, intensa e insobornable iniciación.
—¿Cómo entiende usted la célebre afirmación de que la literatura emana
de las musas?
—Como un intento de situarse en el nivel
metafórico, en este caso referido a una pregunta concreta: ¿de dónde provienen
las ideas?, es decir la inspiración. Situados
en ese nivel (subrayemos que es metafórico),
es también una forma de identificar como sagrado a ese territorio o registro
del que proviene toda intuición artística. Debería preocuparnos mucho menos la pregunta,
situada en un nivel literal, acerca de dónde emana la literatura, o el arte
mismo, que la desacralización del mundo.
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