domingo, 16 de agosto de 2015

El mal es no ser Dios



DGD: Redes 47 (clonografía), 2008


Aquí debe enfatizarse que, para la filosofía cristiana, el mal surge del ser humano, no de Dios. También lo es para las tradiciones judías, que urgen a transformar el yetzer hara, la tendencia hacia el mal, en yetzer hatov, la acción constructiva que no puede erradicar al mal sino sólo sublimarlo. En ambos sistemas religiosos, Dios creó al hombre libre y le dio un libre albedrío; la elección que hizo la criatura fue por el mal. Cristo afirma: “Nada hay externo al hombre que, al entrar en él, pueda contaminarlo; son las cosas que salen del interior del hombre las que lo contaminan” (Marcos 7:15). Y agrega, con mayor contundencia: “Porque de lo interior, del corazón de los hombres, proceden las malas intenciones, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, maldades, engaños, lujuria, envidia, injuria, soberbia, desatino. Todos estos vicios proceden del interior y son los que contaminan al hombre” (Marcos 7:21-23).

La religión define al mal físico como castigo al mal moral, pero ¿de dónde surge el mal metafísico y en qué modo engloba y determina a los otros dos? Puesto en otros términos, ¿por qué las mutuas limitaciones de las partes del universo son calificadas como “mal”? Ello se entiende en el contexto de las catástrofes naturales y en la “devastación” que el hombre cree contemplar en la naturaleza, pero si a ese mal se le llama precisamente metafísico, ¿no es porque incluye también y sobre todo a una divinidad o a un Creador que deparó tal “estado de cosas” basado en límites, fronteras, barreras, impedimentos y despojos? En última instancia, puede muy bien sospecharse que si el mal metafísico es el mayor de todos y el más imponderable, ello se debe a que afecta, también de modo superlativo, al único que de esa manera lo denominó: el hombre. Porque, más allá de todos los eufemismos, el mal metafísico puede ser reducido a una sola frase, enunciada por el ser humano: No puedo ser dios. Considérese esta síntesis formulada por Manuel Fernández del Riesgo: “El mal metafísico consiste simplemente en ser criatura, en no ser Dios”.

Se presenta una curiosa similitud: por un lado se habla de una mutua limitación entre los elementos de lo real; por otro, el pensamiento dualista (como el maniqueísmo) propone que existen dos principios originarios, uno bueno y otro malo, que explican respectivamente la presencia del bien y la del mal. Cuando el monoteísmo judeo-cristiano niega a las creencias dualistas, con gusto utiliza los análisis racionales que por otro lado rechaza cuando es atacado por ellos (y entonces los llama “ajenos al misterio litúrgico”). Así, los católicos dicen que la claridad del dualismo es aparente, porque dos dioses que se limitan entre sí demuestran con eso mismo que no son dioses. Aplicado este argumento al del mal metafísico, resultaría que todos los elementos que se limitan mutuamente demuestran su inexistencia. ¿O cabría mejor decir, luchan por la inexistencia? ¿Es Nadie el nombre del arquetipo humano que prefiere ser nada si no puede ser dios?

Existe un cúmulo de contradicciones en este deseo de infinitud. Néstor Martínez comienza a entrever unas cuantas:

La infinitud es también infinitud en la duración, o sea, eternidad. Al ser “infinitizada”, la criatura es “eternizada”: deja de haber comenzado a existir alguna vez, y pasa a haber existido desde siempre, como Creador. Su pasado ya no es más el pasado histórico y creado, puesto que ahora no tiene pasado, porque nunca lo tuvo: es eterna, y vive desde siempre en el eterno presente, luego de haber conquistado ese supremo estado a través de la historia, del antes y del después.

  No ha sido salvada nunca, porque Dios, el infinito, no tiene necesidad de salvación, ya que por definición es totalmente inmune al mal. Precisamente la salvación de la criatura ha consistido en haber alcanzado, por gracia de Dios, el estado de no haber sido salvada nunca, en tanto infinita. Dios no se ha salvado a sí mismo, porque Dios no necesita salvación, y precisamente por eso no ha podido ser salvado de ningún modo.

  La infinitud conquistada por la criatura, con la gracia del Creador, consiste precisamente en no haber sido nunca conquistada, en no haber nunca comenzado a ser. Tanto ha amado Dios a su criatura, que la ha suprimido. Siendo la criatura ahora Dios, infinita y única como Él, es decir, por tanto, existiendo ahora solamente Dios, resulta también verdad que Dios ha pecado y ha sido salvado en el pasado, por sí mismo, precisamente cuando, infinitizándose, se convirtió a sí mismo en Él mismo.

El deseo de ser Dios es profundamente trágico. El hombre intuye todas esas contradicciones, pero ellas no abaten a tal deseo. Al contrario: lo inflaman aún más, puesto que el ser humano no desea “resolver” esas contradicciones, sino que literalmente ansía lo imposible. Aún más: acaso no lo desearía si no existiera lo contradictorio, lo paradójico y la más extrema imposibilidad de realización. “Sería aburrido ser Dios, sin nada más por descubrir”, afirma Stephen Hawking, uno de los científicos más aclamados del mundo, “la raza humana necesita siempre un desafío.” Si el Mal equivale a no ser Dios, y si ser Dios correspondería al mayor aburrimiento imaginable, entonces sería aburrido que no hubiera Mal, y no sólo eso, sino que faltaría a la raza humana el desafío, aquello que la mueve a descubrir. (De ahí la imagen satírica del cielo como un concierto de ángeles ataviados con túnicas informes, sentados en nubes y tocando el arpa para toda la eternidad, en lo que no sería realmente un canto de alabanza sino de expresión del aburrimiento más atroz.)

Y acerca de la búsqueda por parte de la ciencia de una teoría general del universo, Hawking añade: “No parece posible formular directamente la teoría subyacente, sino sólo una serie de aproximaciones a la misma que sean cada vez mejores, de modo que tal vez no sea posible llegar un día al final de nuestra búsqueda”. ¿Radica, pues, la clave cósmica en el aburrimiento, no sólo en tanto motor inicial de la creación divina sino del deseo humano de ser dios? ¿Qué sucedería si el hombre lograra su máximo deseo y accediera a la divinidad para descubrir que ya no le queda nada más por descubrir? ¿Se trata de diferir para siempre la culminación de ese máximo deseo (el Mal sería el deseo de que nunca sea posible llegar al final de cualquier búsqueda)? ¿O una vez logrado éste el Dios-humano encontraría rápidamente otros impensables desafíos?


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Bibliografía

Manuel Fernández del Riesgo: “El enigma de la condición humana”, en La ciudad de Dios, CCXV, Madrid, 2002).

Néstor Martínez: El retorno del maniqueísmo en la teología de Andrés Torres Queiruga, Facultad de Teología del Uruguay, Montevideo, 2001.


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[De Libro de Nadie 3. Leer el capítulo siguiente.]


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