jueves, 5 de noviembre de 2020

El misterio de los cien monos (LVIII)

DGD: Morfograma 109, 2020.

 

 

Cartas astrológicas compuestas

 

El sueño de Paul Kammerer era inmenso: si los principios de imitación y de recurrencia del origen pudieran medirse, podría crearse un sistema que ligara y explicara a cualquier fenómeno anómalo en todos los niveles: evolución biológica (por qué se da en saltos y no de modo uniforme), juego de azar (suerte de principiante; golpes de suerte), geología y mineralogía (formación de cristales), medicina (patrones de propagación de epidemias), historia (por qué las ideas fundamentales emergen juntas; cómo se producen las guerras), meteorología (formación de huracanes; predicción de desastres naturales), astrología (cómo la integración de sistemas cósmicos a lo largo de los milenios puede incluir una sincronización con la vida humana; creación de cartas astrales y horóscopos sincrónicos), etcétera.

          En esa última aplicación resulta interesante el concepto de “cartas astrológicas compuestas”, originada por John Townley en 1974 y que implica el estudio comparativo de las cartas astrológicas de dos o más individuos para examinar los puntos comunes en su interacción. Se crea así una carta totalmente nueva, que ya no corresponde a individuos sino a relaciones. Una carta astrológica puede verse como una figura (no tanto en el sentido geométrico como en el mágico) que intenta representar en dos dimensiones una serie de conexiones, repercusiones e influencias de lo macro en lo microcósmico. La carta compuesta correspondería, pues, a una figura de relación. Acaso no otra cosa buscaba Kammerer.[1]

          En 1919 el principal enemigo a vencer era formidable: la segunda ley de la termodinámica, según la cual el orden tiende a decaer en el caos de modo definitivo; los sistemas “no conservadores” decaen al nivel azaroso a través de la fricción, la pérdida de calor, la interacción con otros sistemas. Tal era la visión de un universo que tarde o temprano llegaría a un alto total; los signos de esa ominosa muerte del cosmos serían la turbulencia y el reino de lo fortuito. Más de medio siglo sería necesario para que la teoría del caos viera las cosas de modo muy distinto: existe un orden en los sistemas que la antigua física consideraría ya “condenados al azar y a la extinción”. Kammerer sugirió audazmente que la información esencial de esos sistemas no se pierde sino sólo deriva a otras formas (o configuraciones, es decir, a otras figuras); así, equiparó orden y caos como parte de una Ley mayor, tan misteriosa como esquiva, que engloba a todas las leyes menores y obliga a redefinirlas. Antiguo sueño de la ciencia (que lo llama precisamente “ley”), idéntica ambición de la mística (que lo nombra armonía).

 

 

Una des-educación de los sentidos

 

En The Origins of Order (1993), Stuart A. Kauffman desarrolla el concepto de “auto-organización”: la espontánea emergencia del orden que se observa ampliamente en la naturaleza. Kauffman asigna un rol limitado a la selección natural darwinista: cuando los sistemas complejos tienden espontáneamente a ordenarse a sí mismos, la selección natural los empuja hacia el caos. Una frase sintética de esta tesis se ha vuelto célebre: “la vida avanza en el filo del caos”.[2] Unas cuantas décadas más tarde, Wilhelm Reich sería encarnizadamente perseguido por su hipótesis de una energía vital auto-organizativa a la que llamó orgón.[3]

          Como no existe en el universo un sistema total y absolutamente aislado de otro, Kammerer debió confiar prioritariamente en su intuición: ello lo llevó a educar sus ojos para esperar ciertas configuraciones. Mas esto debe matizarse porque, ¿no es lo que hacemos todos, es decir, lo que la educación perceptual en la sociedad hace en nosotros a partir de las “especialidades”, entrenarnos a detectar “ciertas configuraciones” de lo real y a desatender las demás? El médico, el político, el economista, cada uno mira a través del cristal de su respectiva especialidad, resaltando las regularidades que se le ha enseñado a mirar y descartando lo que para él es irregular (y que para especialistas de otras disciplinas podría ser regular). ¿Qué diferencia existe, pues, con lo que intentó hacer Kammerer? El esfuerzo de este hombre sólo puede ser visto en primera instancia como una des-educación, y de ahí lo largo y obsesivo de su búsqueda. Kammerer requería primero deshacerse de la educación racional que, en tanto científico, lo hacía mirar de cierto modo, para sólo entonces poder esperar ciertas configuraciones mayores, no tasadas ni previstas por la educación científica y social: no sólo las recurrencias de determinados elementos en un jardín público, sino el modo en que ese sistema refleja a los demás en los que está insertado. Este hombre intentó re-educar su percepción desde cero (o casi) con objeto de captar aquello que ninguna otra mirada había sido educada para entender.

          Eso es exactamente lo que hacen los más intuitivos lectores de las cartas del Tarot: cada una de ellas es en sí una configuración que se activa y multiplica al entrar en contacto con las configuraciones de las demás cartas. Una mirada así sólo se logra a través de un largo entrenamiento en lo simbólico, “el lenguaje del inconsciente”, según lo llama Alejandro Jodorowsky, uno de los más reconocidos tarotistas del mundo (y reconstructor del Tarot de Marsella), cuya mirada se ha educado tanto a lo largo de una práctica intensa y prolongada, que es capaz de destacar configuraciones simbólicas ya no sólo en el Tarot sino en cualquier elemento de lo real. Es así que Jodorowsky se une a esta Figura a través del siguiente párrafo de sus memorias:

 

No hacemos los milagros, aprendemos a verlos. [...] Los milagros son comparables a las piedras: están por todas partes ofreciendo su belleza y casi nadie les concede valor. Vivimos en una realidad en donde abundan los prodigios, pero ellos son vistos solamente por quienes han desarrollado su percepción. Sin esa sensibilidad todo se hace banal, al acontecimiento maravilloso se le llama casualidad, se avanza por el mundo sin esa llave que es la gratitud. Cuando sucede lo extraordinario se le ve como un fenómeno natural, del que, como parásitos, podemos usufructuar sin dar nada en cambio. Mas el milagro exige un intercambio: aquello que me es dado debo hacerlo fructificar para los otros. Si no se está unido no se capta el portento. Nadie hace o provoca los milagros: se descubren. Cuando aquel que se creía ciego se quita los anteojos oscuros, ve la luz. Esta oscuridad es la cárcel racional. [La danza de la realidad, 2001.]

 

*

 

Libros citados

Jodorowsky, Alejandro: La danza de la realidad. Memorias, Mondadori (Biblioteca Jodorowsky), México, 2001.

Kauffman, Stuart A.: The Origins of Order: Self-Organization and Selection in Evolution, Oxford University Press, Nueva York, 1993.

 

Notas

[1] En Composite Charts; The Astrology of Relationships (Llewellyn Publications, St. Paul (Minnesota), 2000), John Townley reconoce como sus fuentes primordiales de inspiración tanto al libro de Kammerer como a la geometría fractal y la teoría del caos.

[2] Cf. Roger Lewin : Complexity: Life at the Edge of Chaos, Dent, Londres, 1993.

[3] Cf. Wilhelm Reich: Selected Writings: An Introduction to Orgonomy (Farrar Straus & Giroux, Nueva York, 1961) y Myron R. Sharaf: Fury on Earth: A Biography of Wilhelm Reich (Da Capo Press, Nueva York, 1994).

 

 

[Leer El misterio de los cien monos (LIX).]

 
 

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