martes, 25 de mayo de 2021

Los dioses (Una tipología) (I)

DGD: Postales, 2021.

  

Este mundo, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que ha sido eternamente y es y será un fuego eternamente viviente, que se enciende según medidas y se apaga según medidas.

Heráclito

Por convención hay muchos dioses, pero por naturaleza hay uno solo.

Antístenes: Sobre la naturaleza

Es impío no el que suprime a los dioses, sino el que los conforma a las opiniones de los mortales. [...] Es verdad que hay dioses, pero lo que la multitud cree de ellos no es cierto, porque lo que la multitud cree cambia con el tiempo.

Epicuro de Samos

Figurémonos que cada uno de nosotros, representantes de los seres vivos, es un juguete animado que los dioses fabricaron, ya sea por divertirse, ya porque los haya movido un propósito serio. [...] El hombre... no es sino un juguete animado, hecho por la mano de Dios, y esto es, en verdad, lo mejor que hay en él.

Platón: Leyes, I

Al sostener que existen los dioses, ¿no será que nos engañamos con mentiras y sueños irreales, siendo que sólo el azar y el cambio mismo controlan el mundo?

 Eurípides

Los mortales piensan que los dioses han nacido como ellos y que tienen sentidos, voz y cuerpo como los propios; por ello los etíopes imaginan a sus dioses negros y chatos y los tracios dan a los suyos ojos azules y cabellos rubios.

 Jenofonte

Porque la naturaleza de los dioses / Debe gozar por sí con paz profunda / De la inmortalidad; muy apartados / De los tumultos de la vida humana, / Sin dolor, sin peligro, enriquecidos ( Por sí mismos, en nada dependientes / De nosotros; ni acciones virtuosas / Ni el enojo y la cólera los mueven.

Lucrecio: De rerum natura

¿Pueden tener tanta ira las almas divinas?

 Virgilio: Eneida I, 11

 

 

Para que las generaciones venideras

tengan algo que cantar

 

Una línea de la Odisea se fijó indeleblemente en la memoria de Jorge Luis Borges; éste comenta:

 

Hay un pasaje en la Odisea en que se lee que los dioses dan desventuras a los hombres para que las generaciones venideras tengan algo que cantar. Y eso vendría a ser un modo poético de decir lo que dijo de un modo más prosaico Mallarmé, que dijo: “Todo para en un libro”. Pero me parece mejor la imagen homérica: “generaciones humanas”, y luego “algo que cantar”. En cambio, “todo para en un libro” parece una idea meramente literaria, ¿no?, y que es un poco prosaica. Pero la idea es la misma; es la idea de que todo sucede con una razón estética. Ahora, podríamos extender esa idea a los dioses, o a Dios; podríamos suponer que todo sucede, no para que suframos o gocemos, sino porque todo tiene un valor estético (con lo que ya tendríamos una teología nueva, basada en la estética). En fin, muchas cosas saldrían de esta reflexión nuestra.[1]

 

          En otro momento de esta entrevista, Borges vuelve al tema:

 

Una obra estética corresponde siempre... a emociones, y a emociones, bueno, que tienen que ser de desdicha. Porque la felicidad es un fin en sí misma, ¿no? De modo que la felicidad no necesita ser transmutada en belleza, pero la desventura sí; y volvemos a aquello que decíamos en otra conversación, aquella frase que se encuentra por allí, perdida, en la Odisea: “Los dioses traman desventuras para que las generaciones venideras tengan algo que cantar”. Es decir, los dioses traman desventuras con un fin estético. En cambio, la felicidad ya es un fin, no necesita ser transmutada en belleza. Y Henry James tiene que haber sufrido mucho para escribir esos libros tan admirables (y al mismo tiempo, en ningún momento son confesiones).[2]

 

          Al final del canto VIII de la Odisea, Alcínoo, rey de los feacios, exclama: “Esto lo han hecho los dioses y han urdido la perdición para esos hombres [los argivos, los dánaos e Ilión], para que también sea motivo de canto para los venideros”. En la versión de Luis Segalá y Estalella: “Dime por qué lloras y te lamentas en tu ánimo cuando oyes referir el azar de los argivos, de los dánaos y de Ilión. Se lo dieron las deidades, que decretaron la muerte de aquellos hombres para que sirvieran a los venideros de asunto para sus cantos”.[3]

          El aedo Femio Terpiada clama a Odiseo en Odisea XXII: “Te suplico asido a tus rodillas, Odiseo. Respétame y ten compasión de mí. Seguro que tendrás dolor en el futuro si matas a un aedo, a mí, que canto a dioses y hombres. Yo he aprendido por mí mismo, pero un dios ha soplado en mi mente toda clase de cantos. Creo que puedo cantar junto a ti como si fuera un dios”.[4]

          Aquella línea esencial de la Odisea que Borges destaca, ya se halla en la Ilíada. Al final del canto VI, Helena dice a Héctor, refiriéndose a ella y a Paris: “Zeus nos dio mala suerte a fin de que a los venideros les sirvamos de asunto para sus cantos”.

          Filetio exclama: “Padre Zeus, ningún otro de los dioses es más cruel que tú; una vez que crea a los hombres no los compadece de que caigan en el infortunio y los tristes dolores” (Odisea XX). No sólo no los compadece por ello, sino que los impulsa hacia la fatalidad: a mayor sufrimiento, más sublime es el canto.

          Zeus llega a exclamar: “¡Ay, ay, cómo culpan los mortales a los dioses!, porque de nosotros, dicen, proceden los males. Pero también ellos por su estupidez soportan dolores más allá de lo que les corresponde” (Odisea I). De ello se deduce que ya por ser hombres les corresponden ciertos dolores (“no hay un ser más desgraciado que el hombre, entre cuantos respiran y se mueven sobre la tierra”, exclama Zeus en Ilíada XVII).[5]

          Zeus no niega explícitamente que los dioses sean responsables de los males de los mortales; si a éstos son impuestos los dolores con objeto de que sus descendientes tengan algo que cantar, deben primero sufrirlos, pero entonces sufren más de lo que les corresponde. ¿Un mero “masoquismo”, o lo que Zeus evidentemente no comprende es que el mero hecho estético, es decir el acto mismo de cantar, ya implica liberación y placer, aunque sea oscuro o trágico o doloroso el asunto de los cantos? En este caso no se trata de soportar “dolores más allá de lo que les corresponde” sino de cantar para que todo, incluido el dolor, les corresponda.

          Por lo tanto, según esta sugerencia hay partes de lo humano que los dioses no comprenden, o si se quiere, partes de lo humano que están fuera de la comprensión de los propios hombres.[6]

          Es ya un lugar común el considerar que en la Ilíada y la Odisea, lo mismo que en el resto de la literatura griega, los dioses son (la mayoría de las veces) meras extrapolaciones de las pasiones y apetitos humanos, así como de sus deseos y frustraciones, ambiciones e imposibilidades.[7] Este aspecto es el más reconocible por lectores y espectadores de todas las épocas; sin embargo, a veces hay asomos a otra ladera: ciertas muestras de una verdadera extrañeza, de una otredad real. Es muy difícil pasar de una ladera a otra, de un extremo de esa escala (el realista, el reconocible) al otro (la extrañeza) sin caer en el riesgo del antropomorfismo o de los prejuicios de la modernidad. Se sobreentiende que si los dioses fueron creados por los hombres, por lo tanto una óptica humana puede desentrañarlos y comprenderlos por completo. No obstante, esos asomos y la intensidad de su extrañeza, llegan a negar ese presupuesto.

          Uno de los textos griegos más subversivos se encuentra en un tratado perdido, Sobre la naturaleza de Antístenes, fundador de la filosofía cínica: “Por convención [katá nónom] hay muchos dioses, pero por naturaleza [katá physin] hay uno solo”.[8] El carácter de esa convención representa no sólo la clave de la mitología griega, sino acaso el de todo politeísmo.

          En la Poética, Aristóteles, pese a que advierte que “los hombres no pueden saber nada de los dioses”, comienza una tipología cuando afirma, por ejemplo, que es “privilegio de los dioses conocer de antemano”. Los dioses poseen una muy especial tipología (es decir, un enlistado de características específicas), igualmente fecunda y pormenorizada fragmentariamente en la Ilíada y en la Odisea. En ambos poemas fundamentales, así como en otras fuentes relacionadas, se encuentran rasgos sueltos de un rostro que tal vez podría contemplarse si esos rasgos se reúnen en módulos.

 

*

 

Notas

[1] Osvaldo Ferrari: En diálogo. Edición definitiva, 2 v., Sudamericana, Buenos Aires, 1998; Siglo XXI, México, 2005; cap. 20: “Sobre los sueños”.

[2] Osvaldo Ferrari: En diálogo, op. cit.; cap. 23: “Sobre Henry James”.

[3] Homero: Odisea, Aguilar, Madrid, 1987; versión directa y literal del griego de Luis Segalá y Estalella. En Homero, Ilíada (2004), Alessandro Baricco hace que Alcínoo diga a Ulises: “aquellos hombres murieron para que, después, pudieran ser cantados, eternamente”. Aunque sólo parece haber un cambio de acentuación, el cambio es sustancial (casi diríase de estético a moral); la versión de Borges equivale a “para que los hombres futuros tengan algo que cantar” (algo, cualquier cosa, en contraposición a nada, ninguna cosa); la de Baricco corresponde a “para que esos hombres sean cantados siempre” (con objeto de que sus nombres perduren por medio del canto).

[4] El mismo ruego a Odiseo aparece también en Odisea XXII, en labios de uno de los pretendientes, Leodes; en Ilíada XXI, Licaón lo dirige a Aquiles.

[5] Y acaso también se sobreentiende lo que dice un aforismo anónimo recogido por la Antología Latina (716): “Cosas amargas de sufrir se vuelven agradables de contar”.

[6] Un apunte de Ovidio en el principio del Libro II de Metamorfosis, puede encerrar una clave: “[Apolo] dejó escapar gemidos que proceden de lo más profundo del corazón (porque al rostro de los inmortales no está permitido bañarse en lágrimas)”. Hay actos no permitidos a los dioses; así, ¿ellos crean a quien pueda realizarlos por ellos? Si los dioses tienen prohibido el dolor, ¿tampoco les está permitido cantar? (Pero los dioses sufren —Hefesto, por buen ejemplo—, y surge de inmediato la figura de Orfeo.)

[7] Es por ello que son tan numerosos. La vida cotidiana en Roma, mucho más que la de Grecia, era un verdadero hervidero de númenes para cada hora del día, cada día del año, cada segmento de la ciudad, del barrio o del cuerpo, etcétera. En el Satiricón, Petronio se burla de ello a través de un personaje de provincia que afirma: “en nuestra comarca, tan poblada de divinidades, resulta más fácil encontrarse con un dios que con un hombre”.

[8] Se conoce esta sentencia por Filodemo, que comenta uno de los numerosos tratados de Antístenes, todos perdidos y que se conocen por la lista de títulos recogida por Diógenes Laercio.

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (II).]

 

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