miércoles, 15 de febrero de 2023

Postales: imagen hablante y vocablo icónico (XI)


 

 

Postales: imagen hablante y vocablo icónico (XI)

Entrevista con Daniel González Dueñas

Praxedis Razo

 

 

En las postales aparecen constantemente autores inclasificables, como te gusta denominarlos. Has hecho una revisión permanente respecto a esa literatura inclasificable; ¿cómo la conectas con esta otra oportunidad de asomar a nuevos lectores a ella por medio de las postales?

            —Según mis registros, en las postales hay incluidos más de 400 autores de todas las épocas y regiones, desde Anaxágoras hasta García Lorca, desde Omar Khayyam hasta Ursula Le Guin, desde Marco Aurelio hasta Olga Orozco... Y por supuesto es un placer oír a las personas la frase “no conocía a este autor” y verlas iniciar investigaciones por su cuenta para saber más de ese escritor del que no tenían referencias. Resulta exaltante fungir como presentador de dos personas entre las que puede llegar a darse una gran amistad.

            La única selección que hay en las postales es el asombro, la admiración, incluso la deuda ante una determinada revelación. No hay autores incluidos en ellas porque sean clásicos y “no puedan faltar”, ni tampoco porque sean inclasificables, un adjetivo que para nosotros suena simplemente a que no son tan conocidos como otros.


 

¿Cómo se ha ido alimentando esta tarea tuya? ¿Cómo ha sido ese viraje? Saltas de Porchia a poesía varia y luego a pensamientos diversos, dándote igual que sean de autores famosos o poco conocidos. Describe ese ramaje.

            —Es que en ese ramaje del que hablas (por seguir tu metáfora) no se trata de “saltar” de rama en rama como sea sino de adivinar el gran árbol que todos los bosques forman. No sólo los pensadores “autorizados” (famosos) saben de ecosistemas y, de hecho, cuando estos autores son honestos, pronuncian el nombre de sus maestros, es decir de aquellos a quienes deben esas intuiciones originales que luego desarrollaron cada uno a su manera. Muchas veces en el llamado “anonimato” (rubro en el que se incluye el eufemismo de lo “poco conocido”) se hallan las claves que faltan en el pensamiento difundido. Por eso las postales se abren a todo tipo de textos, a todas las semillas de intuición, a todos los rumbos imprevistos. Así ha sido desde el principio mi sistema de lectura. Recordemos que uno de los más perniciosos sobreentendidos que imponen los medios no es sólo que en ellos “están todos los que son” sino, aún peor, que “están los que merecen estar”. No hay, pues, “virajes”.

            Antes de emprender categorizaciones es necesario recordar que a “esa” literatura inclasificable a la que nos referimos pertenecen En busca del tiempo perdido, Paradiso, La mano izquierda de la oscuridad, La montaña mágica, El Aleph, Las ciudades invisibles, La historia interminable, El hombre sin atributos, Rayuela, El libro vacío, Las sirenas de Titán, El libro del desasosiego, La náusea, los Diarios de Kafka, El corazón es un cazador solitario, Aurelia, El tiempo en los brazos, Memorias de Adriano, El hombre invisible, Adán y Eva (Sabines), Dóulos Oukóon, Bajo el volcán, El monte análogo, Gog, El libro de los condenados, Las olas, El desierto de los tártaros, el Cuarteto de Alejandría, La sabiduría del corazón (Miller), Hacedor de estrellas, Los monederos falsos, Barrio de maravillas, Serafita, y otras obras maestras que bien podrían decirse que sostienen al mundo.

 

Al elegir la palabra “inclasificables”, ¿no estás denunciando lo relativo y falso de toda clasificación?

            —Así es. Sé bien que ya en sí la palabra “inclasificables” es una clasificación, pero al menos es una que no cae el esquematismo o la condescendencia de los media. Es difícil hablar de esa literatura sin someterla a alguna especie de categorización, aunque no se quiera. (Intenté desarrollar este dilema en una conferencia a la que llamé “Literatura inclasificable, corrientes subterráneas y flores parlantes”.)

            Ya T.S. Eliot nos alertaba respecto al hecho de que estamos sumergidos en un océano de información en el que resulta imprescindible seleccionar y filtrar lo que nos sea útil y transformarlo en conocimiento. Pero generalmente nos quedamos ahí, sobre todo en Occidente, que tanto exalta al conocimiento (y por lo común lo adscribe en exclusiva al territorio de la ciencia); hemos olvidado que la escala establecida por Eliot entre información y conocimiento no termina ahí: hay un tercer paso que consiste en seleccionar y filtrar lo que nos sea útil del conocimiento y transformarlo en sabiduría. Mis lecturas (y por lo tanto las postales) siempre han seguido a los autores que buscan y visitan ese tercer estadio en cualquiera de sus manifestaciones.

 

Tal vez sea precisamente por ello que se les llama inclasificables.

            —En general las voces primordiales se topan con que hay pocos oídos dispuestos a abrirse a ellas. La sociedad nos “indispone” a todo lo que es profundo. La postal es, así, una pequeña estratagema para que una voz primordial resuene un poco más. Resulta indignante que una metáfora espléndida o un aforismo iluminado (o un momento de desnudez inaudita) queden enterrados en anaqueles y cajones sin que los conozcan quienes acaso los necesitan sin saberlo. Entonces ¿por qué no usar el prestigio que entre nosotros tiene la imagen para dar a esa metáfora o a ese aforismo una pequeña nave y lanzarla al océano de imágenes, en donde de seguro habrá quien escuche/vea, siempre guiado por el azar?




En medio de tantas y tantas imágenes y tantas y tantas palabras, vistas además en panorámica (un Aleph vertiginoso, sin duda), ¿has sentido la necesidad de llegar al vacío, a la anti-postal? Veo que hay algunas en donde las letras prevalecen; ¿será el camino hacia ese vacío del que hablo?

            —Respecto a ese aleph vertiginoso que sería ver en panorámica a tanta palabra, a tanta imagen que hay en nuestro mundo y en nuestra cultura, el vacío tal vez podría ser un conjuro (un escape de esa saturación y de ese ahogo) si se tratara del vacío zen, pero Occidente está muy lejano de esas dimensiones. Tenemos que enfrentar el conflicto con nuestras propias posibilidades.

            En efecto, a veces en las postales uso las letras como imágenes, pero no en búsqueda del vacío sino como parte del juego combinatorio, un juego que por cierto consiste en la búsqueda de imágenes que no hayan sido despojadas de sentido, y si lo han sido, que lo recuperen gracias a su confrontación con el texto (con ese texto específico que las acompaña). El exceso de imágenes huecas en el que vivimos ha terminado por sofocar a las imágenes verdaderas; esto ha sido muy bien descrito por un cineasta excepcional como Werner Herzog en una declaración que inevitablemente llegó a una postal:



            Otra postal —y esta es una de las que usan al texto y al signo como imágenes— reúne esenciales comentarios de Saramago sobre los dos grandes territorios:



            Saramago es tajante: la verborrea vacía ha provocado artificialmente un cansancio en nuestros oídos, una insensibilidad respecto a las palabras con significado. Por otra parte y de modo complementario, la avalancha de imágenes huecas ha cansado a nuestros ojos al grado de hacernos tomar esa avalancha como la realidad. Encontrar palabras e imágenes incontaminadas e incontaminantes es toda una proeza.

 

Contaríamos así a la palabra como imagen potente...

            —O a la imagen como elocución arcana. No obstante, el desequilibrio entre imagen y palabra es tan “pronunciado”, que algunos hablan de guerra entre ambos reinos; se basan, por ejemplo, en el hecho de que el lenguaje requiere un largo aprendizaje mientras que el niño más pequeño puede asimilar imágenes. Pero este panorama no es tan sencillo como se pretende.

            Lo que es antiguo es el desequilibrio. En el siglo II el poeta latino Horacio decía: “Una pintura es un poema sin palabras”. En el otro extremo está ni más ni menos que Leonardo da Vinci, que, enfurecido por esa afirmación de Horacio, anotó en sus cuadernos a modo de respuesta (acudamos al libro para dar la cita completa): “Si ustedes, historiógrafos, o poetas, o matemáticos (hombres de ciencia), no han visto las cosas con sus propios ojos, mal podrán referirlas por escrito; y si tú, poeta, quieres trazar una historia con la pintura de tu pluma, el pintor con su pincel lo hará más satisfactoriamente y, causando menos hastío, logrará que lo entiendan. Si tú llamas a la pintura una poesía muda, el pintor podrá replicarte diciendo que la poesía es una pintura ciega. Decide ahora cuál es la más perjudicial de las dos incapacidades: la del ciego o la del mudo”.

            Leonardo privilegia decidida y vehementemente a la pintura: “¿qué está más cerca del hombre: su nombre de hombre o su figura humana?”. Sin embargo, lo hace a través de la escritura: la palabra y los nombres. Por lo demás, Leonardo es un artista plástico pero también escritor (aunque no de formación académica: su gran pesadumbre era que la gente no tomaba en serio sus ideas debido a que no era “hombre de letras”; de ahí que insistiera tanto en que su trabajo se basaba en la observación, y no en las “meras palabras”); casi diríase que dos facetas de sí mismo se enfrentan para consagrar a una con los medios de la otra: “Imaginemos al poeta y al pintor”, dice, “rivalizando en la representación de la belleza, de la fiereza o de la fealdad nefanda y monstruosa; por muchas transmutaciones de formas que el poeta realice a su modo y antojo, nunca llegará a superar al pintor. Pero ¿no se han visto pinturas tan conformes a la verdad que engañaban a hombres y animales?”.



Ya en la época de Leonardo había una grave escisión de esos dos mundos.

            —Leonardo es muy tajante en su postura: “Siempre diremos que es más admirable aquella ciencia que representa a las obras de la naturaleza, que la que sólo representa a las obras del operador, es decir, las obras de los hombres, las palabras, como hace la poesía y otras semejantes que se manifiestan por el lenguaje humano”. Su conclusión (es decir la sentencia que Leonardo pronuncia en el juicio acerca de la pelea entre dos de sus facetas como artista) es severa: “Diremos, en resumen, que la poesía es ciega, que opera principalmente sobre los ciegos, y la pintura sobre los sordos; y por eso la pintura puede reclamar para sí más alta dignidad, ya que sirve a un sentido superior”.

            Y por si no fuera suficiente, agrega: “La pintura es una poesía que se ve sin oírla; y la poesía es una pintura que se oye y no se ve; son, pues, estas dos poesías o, si se prefiere, dos pinturas, que utilizan dos sentidos diferentes para llegar a nuestra inteligencia. Porque si una y otra son pintura, pasarán al común sentido a través del sentido más noble que es el ojo; y si una y otra son poesía, habrán de pasar por el sentido menos noble, es decir, el oído”. Leonardo parece coincidir con aquella opinión de Borges según la cual todo idioma es un sistema artificial comparado con la realidad.

 

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[Leer Postales: imagen hablante y vocablo icónico (XII y final).]

 

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