domingo, 15 de octubre de 2023

Tomás Segovia: el cuerpo pensante (1)

DGD: Postales, 2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Tomás Segovia: el cuerpo pensante (1)

D.G.D.

 

Tomás Segovia (Valencia, España, 1927-Ciudad de México, 2011) cultivó rigurosamente sus cuadernos de apuntes a lo largo de seis décadas (1950-2011) bajo el título general de El tiempo en los brazos. Los primeros libros de Segovia fueron poemarios: La luz provisional (1950), Apariciones (1957), Siete poemas (1958) —más la novela corta Primavera muda (1954)—; a la vez colaboraba en revistas y suplementos con textos analíticos y reflexivos que le generaron un inmediato reconocimiento como un ensayista excepcional —carácter que no haría sino confirmarse en las décadas siguientes. En estos textos Segovia incursionaba en diversos territorios del conocimiento (proverbialmente interesado en todos los aspectos de la cultura) pero sobre todo en uno: la poesía misma; no sólo escribía poemas sino que le importaba construir un desglose profundo de la experiencia poética. Pronto se dio cuenta, con una cierta pesadumbre, de que el desglose eclipsaba a lo desglosado; de que su poesía era menos atendida que el aspecto ensayístico de su escritura; de que la crítica lo imponía como ensayista.

   En esa época, en una de las páginas más personales de ese gran ejercicio de escritura que ya era entonces El tiempo en los brazos, Segovia especificó el modo en que quería ser recordado por la posteridad; este deseo era enunciado en tres palabras escuetas: Poeta o nada. La terminante declaración fue incluida en la entrada correspondiente al 29 de abril de 1957; Segovia estaba a un mes de cumplir los treinta años de edad.

 

 

   En esa entrada el autor asevera que toda su actividad ensayística ha sido “sólo una especie de ataque de flanco encaminada siempre secretamente a hacer tragar mi poesía —es decir una falacia. Hay que jugar limpio, por lo menos con uno mismo”. Y agrega: “Es triste la idea de llegar a la vejez convertido en un poeta casero, genio tal vez pero ignorado, objeto de cierto respeto irónico por parte de unos cuantos espíritus secundarios. Pero es más triste la idea de llegar con máscara. Ahora a escribir y basta”.

   Es lo que haría en las décadas siguientes, siempre publicando poemarios como territorio esencial pero sin abandonar el ensayo (vendrán algunos de sus textos ensayísticos fundamentales como Anagnórisis, Actitudes, Contracorrientes, Poética y profética, Cuaderno inoportuno, Sextante, Resistencia).

 

  

   El porqué de esa definitiva dicotomía entre el poeta y el ensayista, con una absoluta acentuación en el primero, está sin duda en otra página de sus cuadernos. Ahí Segovia plantea una básica diferencia entre el pensamiento reflexivo y el pensamiento que canta (1965-11-09). La actividad esencial del primero es la separación, la categorización, el encasillamiento, mientras que la poesía “no es sólo tema de meditación. Es en un solo cuerpo el tema y la meditación”. Si el centro fundamental del pensamiento reflexivo es el cerebro, la visión dialéctica del mundo nos hace concluir que el centro del pensamiento que canta es el corazón; Segovia afirma de modo determinante que no es sólo el corazón sino el cuerpo entero: el cuerpo pensante, “porque es el hombre (entero) en cuanto vida meditada —la vida que se medita a sí misma”.

   Y así alcanza la más resonante de las definiciones: “El canto es el pensamiento de la vida sobre sí misma (y sobre la muerte). La reflexión es el pensamiento de la muerte sobre sí misma (y sobre la vida)”. Lo que Segovia desdeña y desecha no es el ensayo en tanto “género” sino esa forma de la reflexión que usa tal nombre y que en general no sólo deja fuera a la carne sino que la devora.

 

 

   “En el canto”, dice Segovia, “es la carne la que piensa. En el jeu de l’artiste (virtuosismo) la carne no piensa. ‘Ce n’est plus de la chair, c’est de la viande.’ (Si en español no existe esa distinción: chair / viande, flesh / meat, ¿es porque incluso la carne que comemos es pensamiento, o es porque sólo vemos la carne como comestible? Incluso cuidándose de no ser tendencioso parece más probable lo primero.)”

   Esa locución francesa es de difícil traducción; en francés chair y viande son en principio sinónimos (Segovia señala el mismo caso en inglés entre flesh y meat), aunque el primero es un término más general que permite la metaforización, como en chair à canon (“carne de cañón”) o chair de ma chair (“pedazo de mi alma”), mientras que el segundo es literal y físico; la equivalencia con la palabra española “vianda” es lejana, porque en este idioma significa alimento en general, mientras que en francés alude directamente a los cortes de carne, como en viande de boeuf (“carne de vaca”) o viande garnie (“carne con guarnición”). Para acercarse a la frase original sería necesario decir algo así como “No es la carnalidad, es la carne”, para señalar la confusión generalizada entre cuerpo y alimento.

 

 

   Por eso cincuenta años más tarde Segovia escribe en sus cuadernos: “Días pasados sentí con más fuerza que nunca que hace ya años que he cumplido el sueño más querido de mi juventud: escribir (y mucho) enteramente fuera de la literatura. [...] La poesía que escribo ahora la escribo en plena inocencia: a mano limpia, solo frente a la realidad, sin que se inmiscuya la menor gota de profesionalismo, ni de ‘intertextualidad’, ¡Dios me valga!, como tampoco trucos atesorados o especulaciones con valores seguros. Nada se compara a esta sensación dichosa que tengo ahora al escribir un poema: que entro en sintonía con la vida, y la voz, que en mí responde a esa sintonía, sale toda de mí, no la saco en ninguna medida de otro sitio, aunque ese otro sitio fuera mi acervo, mi conocimiento, mi riqueza apropiada” (2009-07-09).

 

 

   Pero también con una cierta poesía marca sus distancias: “No que gracias a la poesía ‘embellezca’ yo la vida (eso sí que sería cursilería), sino en todo caso lo contrario: que gracias a la belleza de la vida puedo —o tengo que— hacer poesía —pero más exactamente ni siquiera eso, sino que la poesía y la maravilla de estar vivo son lo mismo. Por eso también me siento tan lejos de los escritores de poemas: para mí escribir poesía no es hacer nada. Querer ser profesional de la poesía es como querer ser profesional de la respiración o del crecimiento del pelo” (2010-03-24).

   Segovia no resta importancia a su obra ensayística; es sólo que no quiere ser “impuesto” como ensayista si ello significa ocultar con ese nombramiento honorario lo que siempre quiso revelar acerca de la poesía. (Eso es precisamente lo que singulariza tanto a El tiempo en los brazos: quien habla aquí —independientemente del tema que lo ocupe en tal o cual momento— es un poeta que va afinando con rigor inaudito su entrevisión de un pensamiento corporeizado.) Pocos negarían la evidencia de que Segovia enseñó a pensar a varias generaciones de escritores hispanoamericanos, pero acaso él mismo tendería a corregir los términos en el sentido de que su deseo fue enseñarlos a cantar, esto es, a asumir el cuerpo pensante.

 

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Tomás Segovia: El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas. Tomo I (1950-1983), Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012; prólogo de Christopher Domínguez Michael. | El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas. Tomo II (1984-2005), Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2013; prólogo de José María Espinasa. | El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas. Tomo III (2005-2011), Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2015; prólogo de Daniel González Dueñas.

Tomás Segovia: Ensayos completos, Ediciones Sin Nombre, México, 2018-2021; prólogos de José María Espinasa. Tomo I: Actitudes y contracorrientes. Tomo II: Trilla de asuntos. Tomo III: Sextante, Cuaderno inoportuno y Páginas de ida y vuelta. Tomo IV: Poética y profética.

 

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 [Leer Tomás Segovia: el cuerpo pensante (2)]

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