sábado, 27 de julio de 2024

Basho y el instante (1)

DGD: Postales, 2024.

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Basho y el instante (1)

D.G.D.

 

El haiku es acaso la forma nuclear de la poesía oriental; no sólo la forma (la síntesis absoluta, el rigor métrico de sus tercetos en versos de 5-7-5 sílabas) sino el fondo (algo que, más que una filosofía, tendría que llamarse cosmovisión). En el Japón los haikai no renga fueron decantándose y en el periodo Edo (1603-1868) apareció la figura señera: Basho, nacido con el nombre de Matsuo Kinsaku (Ueno, 1644-Osaka, 1694), que se convirtió en una leyenda en vida y el poeta más célebre de Japón. En 1680 sus discípulos le construyeron una casa de campo a orillas del río Fukagawa, y en el patio plantaron para él un bananero, en japonés basho; el poeta había escrito siempre bajo un tengo (seudónimo), y este árbol le inspiró uno nuevo, el definitivo: a partir de entonces firmaría como Basho.

      En abril de 1686, mientras meditaba junto a sus discípulos en una pequeña ermita de Edo, escuchó un sonido cristalino que rompía el silencio sin romperlo y compuso su haiku más admirado: furu ike ya / kawazu tobikomu / mizu no oto. Todos sus poemas han sido susceptibles de múltiples traducciones, algunas veces contradictorias entre sí; sin embargo, éste, en su sencillez absoluta, admite pocas variantes: Un viejo estanque. / Se zambulle una rana. / Se oye splash. En alguna ocasión el tercer verso se ha vertido como “el sonido del agua”, o “ruido de agua”; acaso la onomatopeya es más fiel a ese instante eterno —sobraría “se oye”, sólo añadido para buscar en español las cinco sílabas tradicionales del verso tercero. (Aunque Basho no utilizó la onomatopeya, imaginarla no resulta excesivo: la lengua japonesa es acaso la más rica en onomatopeyas; éstas son parte del habla cotidiana y se usan no sólo para describir sonidos o figuras sino también para enriquecer acciones y sentidos. Hay cerca de diecisiete onomatopeyas para describir el acto de caminar, lo que permite discernir entre pequeños pasos de infante, una caminata acelerada o un ir arrastrando los pies.) Este poema cobró fama inmediata e incluso generó un culto; el mismo mes de abril, varios poetas se reunieron en la cabaña de Basho para componer haikai basados en el tema de las ranas, es decir en el tema de la sacralidad del instante. Es el haiku perfecto, insuperable, pariente directo de este de Senda hacia Oku (1702): “Mar agitado / extiende hasta Sado / a La Vía Láctea”.

      Tres siglos después un poeta español, hermano espiritual de Basho, Jorge Guillén (1893-1984), recoge el eco de ese splash que se extiende en todas direcciones del tiempo y el espacio, y lo incluye en Cántico, un poemario torrencial cuya publicación se inició en 1928.

 


 

De poeta en poeta el splash resuena, y es en 1972 que Alan Watts (1915-1973), en su libro de memorias, ofrece una de las mejores exégesis de una onomatopeya universal.

 


 

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 [Leer Basho y el instante (2)]

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jueves, 18 de julio de 2024

Reunión (2)

 

DGD: Postales, 2024.

 

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Reunión (2)

 

[En su autobiografía (In My Own Way, 1972; Memorias, Kairós, Barcelona, 1999), Alan Watts inventa una palabra, goeswith (“ir con” o “conllevar”), para referirse “a la relación íntima que existe entre diferentes aspectos de la misma cosa o proceso, como por ejemplo, entre delante y detrás, los dos polos magnéticos, la materia y el espacio, lo masculino y lo femenino, las abejas y las flores...”. Se trata de algo que acompaña al individuo y lo conforta, pero también de aquello a lo que éste transporta, actuando como un vehículo. Una de las manifestaciones de ese algo es vegetal: “Cada vez hay más pruebas”, escribe Watts, “de que ciertas personas tienen lo que podríamos llamar capacidades vegetales, porque aman a las plantas y hablan con ellas, ya que al parecer las plantas responden a la conducta humana con una intensidad que puede ser registrada por el electroencefalógrafo”. Este es el sentido de una frase de Watts referida a la poeta Elsa Gidlow: she goeswith a garden (“ella porta un jardín”). Como ejemplo cita un poema de Gidlow: “Montaña al anochecer, / lago bebedor de estrellas. / Sobre simples niños balbuceantes, / grandes con su propio misterio. / Los fenómenos más ordinarios / los vuelven videntes / aunque las pompas, / los desfiles / y otras vulgares maravillas / los dejen impasibles”.

      Watts dedica el capítulo “Otros egos” a reconocer a amigos y maestros que conoció en el camino, la mayoría caracterizados “por esa risa profunda de quien sabe que los niños nunca dejan de serlo”, y que por ello “transmiten la sensación de que el mundo cotidiano no sólo es maravilloso sino también mágico, es decir, no atemorizante sino misterioso y sagrado”. Uno de esos homenajeados, el maestro carpintero Roger Somers, era capaz de “moldear la madera casi como si fuera agua, algo que sólo es posible si se tienen en cuenta sus vetas, puesto que un árbol es un río estampado en la madera”. Otro amigo de Watts, el poeta James Broughton, es autor de esta estrofa: “Escuché en la caracola / el latido de cada una de las células / de las flores, las rocas y las plumas. / Pero el más intenso de todos los sonidos / era la voz silenciosa del Sí y del No / cantando al unísono”.

      Esa reunión convocada por Watts en las páginas de su autobiografía habla del niño como alguien que de modo inherente posee aquello de que carecen los sistemas religiosos: “Aparte de ciertos símbolos heráldicos —como el cordero de Cristo, el león de san Marcos, el toro de san Lucas y el ave fénix de san Juan—, el cristianismo no permite la entrada de los animales en el cielo y lo mismo ocurre, creo, con el judaísmo y el islam. Hasta los budistas llegan a afirmar que el nirvana sólo puede alcanzarse desde el estado humano, excluyendo así tanto a los animales como a los dioses, que, para ello, deberán esperar a una reencarnación en forma humana”. La diferencia estriba en que, para el adulto, la relación entre el Sí y el No es el combate encarnizado y brutal, mientras que para el niño es el canto. Una sola canción en distintas tesituras —mineral, vegetal, animal, humana—: este es el modo en que la poesía va con los que en verdad son poetas. (DGD)]

 


 


 


 


 


 


 

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 [Leer Basho y el instante (1)]

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