miércoles, 26 de enero de 2011

Alteroscopio (séptima parte, concluye)

DGD: Textil 102 (clonografía), 2009
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Un viaje experimental hecho involuntariamente
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Pero hay otra forma mística de ver que implica todo lo contrario: no el desprecio ni el aislamiento sino el compromiso y la integración, sin que ello signifique caer bajo el influjo del “Querer y Poder”. El que ve de este modo da un paso más allá de construir una realidad cerebral: desea sin abrasarse no porque rehúya el reino de las pasiones sino porque no tiene otra pasión que la de contemplar. A esta forma de la visión pertenece sin duda la llamada del alteroscopio, y su gran declaración de principios radica en varios párrafos escritos por Bernardo Soares —el único seudónimo real de Fernando Pessoa— en El libro del desasosiego, y sobre todo en este:
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La vida es un viaje experimental, hecho involuntariamente. Es un viaje del espíritu a través de la materia y, como es el espíritu quien viaja, es en él donde se vive. Hay, por eso, almas contemplativas que han vivido más intensa, más extensa, más tumultuosamente que otras que han vivido externas. El resultado lo es todo.
___Lo que se ha sentido ha sido lo que se ha vivido. Uno se recoge de un sueño como de un trabajo visible. Nunca se ha vivido tanto como cuando se ha pensado mucho.
___Quien está en el rincón de la sala baila con todos los bailarines. Lo ve todo y, porque lo ve todo, lo vive todo. Como todo, en última instancia, es una sensación nuestra, tanto vale el contacto con un cuerpo como su visión o, incluso, su simple recuerdo. Bailo, pues, cuando veo bailar. Digo, como el poeta inglés, al narrar que contemplaba, tumbado en la hierba, a tres segadores: “Un cuarto está segando, y ése soy yo”.
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Lo primero que hace Soares es marcar el peligro de la otra forma mística de ver: “De tanto pensarme, soy ya mis pensamientos pero no yo. Me he sondeado y dejado caer la sonda; vivo pensando si soy hondo o no, sin otra sonda ahora que la mirada que me muestra, de claro a negro en el espejo del pozo alto, mi propio rostro que me contempla contemplarlo”. Luego, asume su propio sentido de ver, que es un involucramiento tan a fondo, que Soares llega a exclamar:
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¡Tanto he vivido sin haber vivido! ¡Tanto he pensado sin haber pensado! Pesan sobre mí mundos de violencias paradas, de aventuras tenidas sin movimiento.
___Estoy harto de lo que nunca he tenido ni tendré, tedioso de dioses por existir. Llevo conmigo las heridas de todas las batallas que he evitado. Mi cuerpo muscular está molido del esfuerzo que no he pensado en hacer. [...] Duermo lo que pienso, estoy echado andando, sufro sin sentir. Mi gran nostalgia lo es de nada, es nada, como el cielo alto que no veo, y que estoy mirando impersonalmente.
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Impersonalmente pero no sin persona, es decir sin fronteras entre las personas. Ver que sólo puede significar verlo todo: “Quien ha cruzado todos los mares ha cruzado sólo la monotonía de sí mismo. Yo he cruzado ya más mares que todos. Ya he visto más montañas que las que hay en la tierra. He pasado ya por ciudades más que existentes, y los grandes ríos de ningunos mundos han fluido, absolutos, bajo mis ojos contemplativos. Si viajara, encontraría la copia débil de lo que ya había visto sin viajar”. Y en un portentoso momento de revelación:
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Cualquier cosa, conforme se la considera, es un asombro o un estorbo, un todo o una nada, un camino o una preocupación. Considerarla cada vez de un modo diferente es renovarla, multiplicarla por sí misma. Por eso es por lo que el espíritu contemplativo que nunca ha salido de su aldea tiene a pesar de todo a sus órdenes al universo entero. En una celda o en un desierto está el infinito. En una piedra se duerme cósmicamente.

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Y esto porque: “Ni en torno a esas figuras, con cuya contemplación me entretengo, es mi costumbre urdir cualquier enredo de la fantasía. Las veo, y su valor para mí está en ser vistas. Todo lo demás que les añadiera las disminuiría, porque disminuiría, por así decirlo, su ‘visibilidad’”.
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El sentido es ser “contempladores iguales de las montañas y de las estatuas, disfrutando de los días como de los libros, soñándolo todo, sobre todo para convertirlo en nuestra íntima sustancia”.
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Y aún más, se trata de ver sin las programaciones y consensos que nos dicen qué es ver y cómo se lleva a cabo lo que suponemos una mera acción y que es en realidad una creación: “Ojalá, en este instante lo siento, fuera alguien que pudiera ver esto como si no tuviera con ello más relación que el verlo: ¡contemplarlo todo como si fuera el viajero adulto llegado hoy a la superficie de la vida! No haber aprendido, del nacimiento en adelante, a dar sentidos dados a todas estas cosas, poder verlas con la expresión que tienen separadamente de la expresión que les ha sido impuesta. [...] Fijarse en todo por vez primera, no apocalípticamente, como revelaciones del Misterio, sino directamente, como floraciones de la Realidad”.
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Y por ese camino ser capaz de llegar a la máxima exclamación posible: “He perdido la visión de lo que veía. Me he cegado con vista. Siento ya con la trivialidad del conocimiento. Esto, ahora, no es ya la Realidad: es simplemente la Vida”.
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El desasosiego de Bernardo Soares es el impulso que lo lleva a desentrañar los secretos de la Realidad, que es una hechura (haber aprendido, del nacimiento en adelante, a dar sentidos dados a todas las cosas), y no para manipularla o dominarla, sino para verla (poder verla con la expresión que tiene separadamente de la expresión que le ha sido impuesta) y entonces acceder plena y conscientemente a lo que la Realidad sólo puede contemplar por medio de floraciones aisladas: la Vida.
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