La virtud ocular*
Un ojo que jamás se priva del placer de ver,
se ciega al fin por entero, y no se ve a sí mismo.
La sugerencia es inquietante: el placer de ejercer el sentido de la vista es una trampa que conduce a la sensualidad y termina en ceguera: en la peor de ellas, que es la imposibilidad del ojo de verse a sí mismo.
*De que tu vista se ciegue al mirar el sol,
son culpables tus ojos, y no la intensa luz.
[I, 178: La culpa es tuya]
La lengua en que escribió Silesius, el alemán, contiene una brillante sinonimia. La palabra Stern significa a la vez “estrella” y “pupila del ojo”. Más que un equívoco es un rastro de la mística más antigua de esta cultura, y fue utilizada con fruición por el gusto barroco. En español tiene también manifestaciones; en el extremo más simple de esa línea se halla la más elemental de las metáforas románticas, “Tus ojos son como luceros”; sin embargo, en el otro extremo, el de la lucidez mayor, se encuentra una de las voces de Antonio Porchia:
Sí, son millones de estrellas. Y millones de estrellas son dos ojos que las miran.
“No necesito alteroscopio”
*
Amigo, si puedo por mí mismo ver a la distancia:
¿Por qué tendría que hacerlo por tu telescopio?
Es sin duda una pregunta que podría formularse sustituyendo “telescopio” por “alteroscopio”. ¿Es en realidad necesario el aparato para mirar de otra manera? En primer lugar habría que responder que quien lo usa en verdad no quiere delegar en él su capacidad perceptual, sino multiplicarla; no se trata de poner el acento en la herramienta (su mejor nombre sería el instrumento, con todas sus acepciones musicales) sino en aquella exclamación de un personaje de Al faro (1927) de Virginia Woolf: “¡Necesitaría uno tener cincuenta pares de ojos para ver!”.
El hombre se consume a causa de dos actos instintivamente realizados, que agotan las fuentes de su existencia. Dos verbos expresan todas las formas que toman estas dos causas de muerte: “Querer y Poder”. Entre estos dos términos y la acción humana, existe otra fórmula de la cual se apoderan los sabios y a la que yo debo la suerte de mi longevidad. “Querer” nos abrasa y “Poder” nos destruye; pero “Saber” constituye a nuestro débil organismo en un perpetuo estado de calma. Así, el deseo, o el querer, ha fenecido en mí, muerto por el pensamiento; la movilidad, o el poder, se ha resuelto por el funcionamiento natural de mis órganos. En dos palabras: he situado mi vida, no en el corazón, que se quebranta, ni en los sentidos, que se embotan, sino en el cerebro, que no se desgasta y que sobrevive a todo. [...] Lo he conseguido todo, en fin, por haber sabido desdeñarlo todo. Mi única ambición ha consistido en ver. Ver, ¿no es, acaso, saber? Y saber, ¿no es gozar instintivamente? ¿No es descubrir la sustancia misma del hecho y apropiársela esencialmente?
Mis excesos se han condensado en la contemplación de mares, de pueblos, de selvas, de montañas. Lo he visto todo; pero tranquilamente, sin cansancio. Jamás he ambicionado nada, esperándolo todo. Me he paseado por el Universo, como por el jardín de una vivienda de mi propiedad. Lo que los demás califican de penas, amores, ambiciones, reveses, tristezas, se convierte para mí en ideas, que trueco en ensueños; en vez de sentirlas, las expreso, las traduzco; en lugar de dejar que devoren mi vida, las dramatizo, las desarrollo, me distraigo como con novelas que leyera mediante una visión interior.
¡Aquí —prosiguió, dándose, una palmada en la frente—, aquí está el verdadero capital! Paso días deliciosos dirigiendo una mirada inteligente al pasado, evoco países enteros, parajes, vistas del Océano, figuras hermosas de la historia. Tengo un serrallo imaginario, en el que poseo a todas las mujeres que no he conocido. Con frecuencia, contemplo sus guerras, sus revoluciones, y las juzgo. ¡Ah! ¿Cómo preferir febriles, fugaces admiraciones por unas carnes más o menos sonrosadas, más o menos mórbidas? ¿Cómo preferir todos los desastres de sus erradas voluntades a la facultad sublime de llamar ante sí al Universo, al placer inmenso de moverse libremente, sin estar agarrotado por las ligaduras del tiempo ni por las trabas del espacio, al placer de abarcarlo todo, de verlo todo, de inclinarse sobre el borde del mundo para interrogar a las otras esferas, para oír a Dios?
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