París/Nueva York
París y Nueva York son polos opuestos. París es como el Sena, un río de murmullos incesantes, de voces entretejidas. Nadie te grita en París, y aun si lo hicieran sería como otra forma de murmullo que pronto retorna al río sedoso e inquieto. En cambio, si alguien te susurra en Nueva York, incluso ese murmullo se hace parte del grito, de la rugiente vociferación que es aún más taladrante en las noches, en los callejones umbríos y desiertos. Nueva York es como su bahía, aguas que parecen quietas porque son un grito contenido que en la ciudad no sólo deja de contenerse sino que resuena a toda hora.
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El sabor
Comemos para no tener hambre, amamos para no estar solos, vivimos para no morir.
¿Quién arrebató el sabor a los alimentos, al amor, a la vida? ¿En qué recodo de la pubertad se pierde la infancia, la pura delicia de comerse el mundo, el delirio de cuerpos que son almas, el ansia por vivir el instante inmortal?
Uno olvida que alguna vez comía el mundo en una manzana, y amaba a todos los cuerpos en una enramada, y vivía todas las vidas en una sola. Uno termina por olvidar el sabor de lo insaboro, la belleza de lo invisible, el rumor del silencio, la caricia de lo intocable.
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Sueño de los mitos
Cuando los mitos se duermen nacen las leyendas, y cuando las leyendas se duermen, nacen los estereotipos. Estamos en una época de estereotipos que brotan por todos lados, y peor aún: son estereotipos cuya función no es despertar a las leyendas —y menos aún a los mitos—, sino mantenernos dormidos a todos. Por eso hay que aferrarse a un mito, aunque esté dormido, como nuestro Iztaccíhuatl, la mujer dormida, guardada por su Popocatépetl, que la inventó y a la vez fue inventado por ella, y que está ya tan furibundo por no poder hacerla despertar, que en una de esas muy bien podría terminar por cubrirnos con su ígnea rabia de lava ardiente.
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Coda extemporánea
“Uno termina por.” Horresco referens. Uno termina. Ya es hora de advertir que algo grave sucede cuando comienzan a interesarnos los términos, cuando principian los finales por ocuparnos más que los comienzos. Fijarse en que se dice “Uno comienza a interesarse por los finales”. Hay comienzos incluso en los finales. La clave está acaso en dónde se coloca el acento.
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