sábado, 5 de mayo de 2012

Fragmentario (VIII)


DGD: Textil 136 (clonografía), 2012

Huida en círculo

El enfebrecido Hazlitt, autor de ese libro tan doloroso llamado Liber amoris, exclama ahí, de pronto: “Puedo ahora entender por qué los locos nunca se quedan en el mismo sitio: se están moviendo sin cesar, ¡para huir de sí mismos!”. Esto es si al menos disponen de libertad, pero aún inmóviles o inmovilizados se siguen moviendo eternamente, perseguidos por sí mismos. Pero huyen en círculos, y cuando se huye en círculos hay un momento en que ya no se sabe quién es el perseguido y quién el perseguidor, cuál el cazador y cuál la presa. Porque el loco huye de la devastación y al mismo tiempo la busca. En eso se parecen a los artistas, a los profetas y a los amantes: huyen de sí mismos horrorizados por lo que son y se persiguen para no dejar de serlo.

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El pensamiento mineral

Qué engañoso es el pensamiento. Se suele tomar en un único nivel esta reflexión de Dostoievski: “El pensamiento de uno, por mezquino que sea, en tanto que está en uno, es siempre más profundo; una vez expresado, es siempre más ridículo y más desleal”. Pero lo que hace aquí Dostoievski es más que quejarse de la fatal limitación del lenguaje, de lo precario de toda expresión. El pensamiento es como los metales que se encuentran en las profundidades de la tierra en estado “puro”; es sólo en ese sentido que, en tanto que están en la tierra, son siempre más profundos. Pero lo humano es sacarlos, depurarlos y decantarlos, con cuidado infinito para que no se corrompan; aislados de su entorno original son, sí, algo ridículos y muy desleales, pero les aguarda otro tipo de pureza (la única asequible al ser humano). Aquella reflexión de Dostoievski no es el carbón sino el diamante: proviene de un pensamiento que ha sido nítidamente expresado: ya no está en Dostoievski, pero está en todos nosotros; ha dejado de ser profundo pero muestra la forma de profundizar; es ridículo pero enseña a intuir lo sublime; es desleal a uno pero leal a todos.

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Ana Karenina y el realismo

Se clasifica a Tolstoi como el gran realista, y sin duda es una opinión fundada, pero fundada ante todo en la discriminación, que no otra cosa es, en esencia, el realismo. Los partidarios de esta doctrina (a la vez ideología y dogma) rescatan todo lo que hay en Ana Karenina de costumbrismo, de comedia de caracteres, de descripciones y situaciones verosímiles, e incluso de discusiones sobre política agraria, y pasan de largo ante esas menciones que todo realismo contiene casi a su pesar y de las que en secreto depende. El punto de apoyo de toda la novela está en los capítulos II y III de la cuarta parte, en los que Ana y Vronsky revelan haber tenido el mismo sueño, el de un campesino de barbas desgreñadas que hurga en unos sacos como buscando algo y que pronuncia, en francés, unas palabras que en el sueño de Vronsky son incomprensibles pero que Ana sí entiende en el suyo. Obligados a fijarse en esa parte usualmente desatendida, los realistas dirán que los sueños son parte de la realidad y que Tolstoi los incluye para hacer más reales a sus personajes, lo que significa “más realistas”. Pero se trata de algo más que una mención de paso; lo saben aquellos para quienes el realismo no es otra cosa que un esfuerzo estilístico de discriminación, tal como es esa realidad a la que el realismo manipula y reduce con objeto de luego usar la reducción convencional como demostración de que retrata a la vida “tal como es”.

Coda. Resulta fértil asociar esa parte de Ana Karenina con el capítulo 143 de Rayuela en el que un personaje ansiosa y desesperadamente intenta tener el mismo sueño que su pareja, a partir de la pregunta “¿Cómo era posible que la compañía diurna desembocara inevitablemente en ese divorcio, esa soledad inadmisible del soñante?”. Tolstoi representa el caso contrario, en el que el milagro sucede sin que nadie lo busque y casi sin que los protagonistas se den cuenta. Pero lo deja ahí, para que el lector dispuesto se dé cuenta, y —si tiene el valor y la generosidad suficientes— lo use como detonador de todo realismo discriminador, rapiñador de la realidad.

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[Leer Fragmentario (IX).]


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