domingo, 15 de enero de 2017

Magritte: El imperio de las luces (II)





Magritte no es un pintor de cuadros sino de arquetipos. En general los artistas plásticos buscan el cuadro, es decir una pintura única e irrepetible, muy distinta de la anterior y de la siguiente. Magritte emprende incesantes combinaciones —de una pintura a otra y a lo largo de las décadas— de un puñado de imágenes arquetípicas a las que estudia a lo largo de su vida con una seriedad y una entrega que sólo pueden calificarse de ascéticas. Una entrega tal al misterio de la imagen resulta notable en muy pocos pintores.
            Los diecisiete óleos y la decena de litografías que conforman El imperio de las luces comparten un tema pero no son idénticos: hay variantes de una a otra, a veces mínimas, a veces mayores, pero no son “intentos”: cada óleo es definitivo, sin contradecir su pertenencia a una manifestación plural. Es como si menos que un tema fuera una obsesión, un ir probando angulaciones y conformaciones, como un alquimista que dosifica los ingredientes a cada intento de transmutación.



            Sin embargo, la palabra “intento” no es exacta ni en el caso del alquimista ni en el de Magritte, porque esa palabra convoca de inmediato al proceso heurístico conocido como trial and error (“prueba y error”, o “tentativa y traspié”), es decir una sucesión en la que se va aprendiendo de los errores, afinando la experiencia, mejorando los resultados, como en los ensayos de una obra de teatro. Para una visión basada en lo sucesivo, tanto el alquimista como el pintor “suman esfuerzos” y por tanto puede hablarse de “intentos”; no obstante, ese término deja de funcionar para una mirada simultánea, porque de algún modo el alquimista sabe que la piedra filosofal no está en una combinación acertada de ingredientes —que convertiría en desacertadas a las anteriores tentativas—, sino que se halla a la vez en todas, desde la primera hasta la última. Sin duda, Magritte busca, va en pos de algo, convoca, pero desde su primera versión de El imperio de las luces ha encontrado. Reunir de ese modo al día y la noche en una sola imagen es en sí un milagro. Acaso Magritte requiere un milagro a la segunda potencia.





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1 comentario:

jpc dijo...

El balance que muestra la pintura y que se empina hacia la noche complace la vista. El farol que alumbra la entrada no tiene, casi, con la luminosidad del atardecer.