sábado, 15 de abril de 2017

La literatura “rara” y las corrientes subterráneas (III)




Si el verdadero viaje se cumple cuando el círculo se cierra, eso daría un propósito a todo viaje y en primer lugar al de los que andan sin rumbo y a la aventura, porque aunque no se den cuenta y crean que andan en la errancia por la errancia misma, tienen una meta, que es la revelación. Bajo esa óptica, resultaría imposible el viaje no regulado, la aventura sin necesidad. Todo sería rumbo, comenzando por el azar. No habría azar en el universo; sólo existiría la necesidad en dos versiones: la evidente y la que es fruto de revelación. Los partidarios del diseño inteligente del universo gustan de repetir la frase “no existen las casualidades”. Si se aplica este principio a la literatura, tendríamos que incluso la más audaz aventura literaria contiene un rumbo secreto o incluso desconocido por el autor, pero presente a fin de cuentas.
          En la Odisea, Néstor hace a Telémaco una advertencia que también ilumina al periplo de Odiseo y a su más hondo deseo:



Podría inferirse que el regreso tiene una primera finalidad, y es que si el viaje se prolonga demasiado, termina por ser baldío, es decir en balde, inútil, vacío de sentido. Una vez más parecería que una literatura sin regreso, es decir sin reinserción en la tradición, merece esos mismos calificativos: baldía, inútil, vacía de sentido.
          Sólo Kafka se dio cuenta de por qué el viaje sin propósito es tan temido y hasta aborrecido. En una pequeña fábula llamada “La partida”, un hombre pide a su criado un caballo del establo. El criado le pregunta: “¿Hacia dónde cabalga, señor?”, y aquél responde:



El criado queda confundido por una contradicción: el amo no sabe hacia dónde cabalga y sin embargo dice tener una meta; por eso le reitera su pregunta: “¿Hacia dónde cabalga?”. “Ya te lo he dicho”, responde el jinete, “partir, esa es mi meta.” El criado renuncia a mayores disquisiciones, y se limita a preguntarle si lleva provisiones. El hombre contesta: “No me son necesarias; el viaje es tan largo que moriré de hambre si no consigo alimentos por el camino. No hay provisión que pueda salvarme. Por suerte es un viaje realmente interminable”.
          Por suerte. La provisión es previsión, y tal vez “salva” en el sentido de que quien parte sin una meta establecida (y sin provisiones) podría al menos tener la esperanza de que en el viaje la casualidad ha de revelarle cuál es la meta: no es que ésta no exista, sino solamente que él la ignora. Un periplo podría ser una aventura en otro sentido: un viaje con un propósito desconocido.




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