martes, 15 de enero de 2019

El misterio de los actores y de la actuación (XLIV)

DGD: Morfograma 44, 2018.


El no hacer de Nadie

Una curiosa respuesta fue dada por Anthony Hopkins en su primera visita a Inside the Actors Studio. En el rodaje de El león en invierno (Anthony Harvey, 1967), Hopkins, entonces apenas en su inicio en el cine, alternó con la legendaria Katharine Hepburn, quien le dio el siguiente consejo: “No actúes. No tienes que actuar. Deja de hacerlo. Tienes buena apariencia, tienes buena cabeza, buena voz, no lo fuerces. Cuando estás frente a la cámara, deja que la cámara haga todo el trabajo. [En general] Hazlo simple. Haz menos” (IV-7, 4-10-1998).
          El propio Hopkins, que preconiza esa técnica de hacer menos, en lugar de hacer más, recuerda una anécdota para él esencial a este respecto y que se remonta al rodaje de The Remains of the Day (James Ivory, 1993), cinta en la que Hopkins interpreta a un mayordomo inglés:

Cuando hacíamos The Remains of the Day estaba con nosotros un verdadero mayordomo de Buckingham Palace y le pregunté cómo era ser un mayordomo, y él dijo: “Bueno, no hay mucho que decir” [“Well, there’s nothing to it, really”]. Y me dio un único tip: “Cuando estás en un cuarto, debe parecer más vacío” [“When you’re in a room, it should be more empty”]. [IV-7, 4-10-1998.]

          El actor no sólo es cada vez menos él mismo, sino cada vez menos. Como el mayordomo de la anécdota, debe considerar que ha triunfado cuando se vuelve Nadie.
          Harry Dean Stanton recuerda en una entrevista una conclusión parecida:

Al principio la única meta de la actuación era conseguir un trabajo y luego la experiencia de hacerlo. Pero cuando hice Ride in the Whirlwind [A través del huracán, dirigida por Monte Hellman] con Jack Nicholson en 1965 descubrí que había más que eso. Fue un filme clave para mí por eso. Jack me aconsejó no hacer nada: dejar que el vestuario hiciera la actuación. Fue una gran revelación para mí que se volvió una ley de la actuación. Ser en lugar de hacer. Debes portarte en la pantalla tal como lo haces en la vida real. No matas a nadie en la vida real, pero entiendes la ira que puede llevar a eso.

El “haz menos” de Hepburn se vuelve el “no hacer nada” de Nicholson. Es, de hecho, una técnica que muchos profesionales consideran una ley.
          Luego de trabajar abundantemente en televisión, Jack Lemmon tuvo un afortunado debut en el cine como protagónico en La rubia fenómeno (It Should Happen to You, 1954) bajo la dirección de George Cukor. Lemmon cuenta que una vez, al terminar un ensayo general, Cukor le hizo un escueto comentario: “Menos, Jack, menos” (Less, Jack, less). Lemmon intentó refrenarse, pero al final del ensayo la petición se repitió. Y así fue en numerosas ocasiones, aunque Lemmon intentaba cada vez contenerse más. Cukor lo invitó incluso a su casa para ensayar la escena, y a cada intento el actor volvía a oír el “Menos, Jack, menos”, hasta que Lemmon perdió la paciencia y exclamó: “¡Si hago menos, estaré haciendo nada!”. Entonces los ojos de Cukor se iluminaron y le dijo: “Por fin estás entendiendo la idea”.
          Si desde el primer ensayo general Cukor le hubiera dicho “no hagas nada”, el joven actor no lo habría comprendido. Con toda deliberación, el experimentado Cukor hizo pasar a Lemmon por un proceso de desgaste: cada vez menos hasta que éste llegara a esa tan extraña “nada” que, en efecto, no parece posible definirla, sino sólo experimentarla. Un actor joven está dispuesto a hacerlo “todo” por interpretar a un personaje, y mientras más haga, más sentirá que está cumpliendo los principios de su oficio; ¿cómo es entonces posible que se le pida no sólo hacer menos sino simple y llanamente no hacer nada? ¿No equivale esto a afirmar que el personaje se hace solo, o peor aún, que aquello que lo crea no es más que una suma de elementos exteriores: maquillaje, vestuario, utilería, escenografía, luces, encuadre?
          Es evidente que hay un buen número de actores (generalmente jóvenes) que no están de acuerdo con esa mecánica, y la llaman facilidad y chapucería: se niegan a equivaler a maniquíes animados que se limitan a prestar sus rostros, voces y cuerpos a los personajes con objeto de que éstos surjan por sí mismos. También es evidente que la mecánica del “hacer nada” se volvió paradigma del teatro y el cine comerciales, y que sus partidarios (generalmente de edad madura) están muy lejos de aceptarse como meras marionetas y enuncian una apología de ese “hacer nada” para legitimar su oficio y su trabajo. Dicen, por ejemplo, que lo más difícil del mundo es no hacer nada, y que ello se logra únicamente tras un largo camino de ejercitación. Las dos escuelas siguen enfrentadas como polos (“hacer todo”, “hacer nada”) entre los que hay, como es previsible, innumerables matices del gris (“hacer algo”).
          Esta dicotomía se da también entre los directores. En un extremo están aquellos que, como Cukor, limitan su dirección de actores a la forma de desgastar al actor hasta lograr que no haga nada (hacer algo sería echar a perder el personaje, impostarlo, falsificarlo). En el otro extremo se ubican directores como Bergman, que someten al actor a complejos procesos destinados a afinar y matizar su hacer (no se trata de que hagan “todo” sino de que seleccionen de ese todo el algo que es esencial para que el personaje viva).
          Existen directores que, en efecto, todo lo que dicen al actor es: “Más lento”, “Más rápido”. Esto puede ser, desde luego, un signo de lo que Orson Welles detecta como una incapacidad del director, incapacidad que se disfraza de confianza en el actor. Pero también puede ser un signo de sabiduría. Cuando John Huston dirigió a Michael Caine en El hombre que pudo reinar (The Man Who Would Be King, 1975), no le daba ninguna indicación. Caine terminó por quejarse y Huston le contestó: “Michael, te pagan mucho dinero. No me necesitas para decirte qué hacer”. Sin embargo, en una de las tomas, que era un largo monólogo, de pronto a la mitad Huston dio la orden de corte. Caine narra: “Y entonces me dio todo mi personaje en una sola línea. Me dijo: ‘Puedes hablar más rápido, Michael. [Tu personaje] es un hombre honesto’. Desde entonces soy muy sospechoso de la gente que habla despacio”.


Actuar es no actuar

En su segunda visita a Inside the Actors Studio, Anthony Hopkins abunda sobre el hacer menos, que para este actor significa eliminar todo esfuerzo suplementario con objeto de lograr que el público actúe por el actor: “Scorsese dijo hace poco que Clint Eastwood es siempre Clint Eastwood en sus películas, que ninguna de sus interpretaciones es diferente, pero que él es Clint Eastwood mejor que cualquier otro podría ser Clint Eastwood” (XIII-12, 15-10-2007).
          La siguiente parte de su exposición concierne de nuevo a The Remains of the Day:

Alguien me preguntó: “¿Cómo interpretaste a un hombre tan reprimido?”, y le contesté: “Bueno, no me moví demasiado”. Todo está ahí, todos los sentimientos reprimidos, y uno no tiene que actuar, sino estar muy quieto. Y entonces el público toma su viaje contigo, cuando ven que es un hombre tan tonto de no darse al amor de Emma Thompson. Podría ser feliz y cuando no lo es, el público llora por mí. Yo no, porque sólo soy Stevens el mayordomo haciendo su trabajo. Eso es lo que hace llorar a la audiencia; yo no tengo que hacerlo. El público solloza por él, del mismo modo en que se atemoriza ante Hannibal Lecter: no porque yo sea atemorizante sino porque los espectadores se asustan a sí mismos y se preguntan “¿Qué va a hacer a continuación?”. Ese es el juego de la actuación.

  Otros actores pueden no estar de acuerdo conmigo; conozco a actores que deben pasar por un infierno para lograr su interpretación, porque ese es el modo en que eligieron hacerlo. Así que tal vez soy un actor muy vacío [shallow], no lo sé. Pero escojo el otro camino: prefiero tomar el camino fácil. Me gusta la escuela de actuación de Clint Eastwood y esos otros actores de la vieja escuela, Bogart, Brando, porque un actor puede elegir lo difícil y ser miserable, o facilitarse las cosas. Si ustedes son de estos últimos, son afortunados, porque es divertido. Piensen lo mejor: saquen [unfold], déjense ir, ríndanse y dejen que suceda: si lo quieren, sucederá. Sólo ríndanse y déjense ir, porque nada de esto tiene que ver con ustedes. Ninguno de nosotros tiene ningún poder, todos carecemos totalmente de él. Ese es el gran consuelo.

Hopkins retira toda importancia al oficio de actuar:

A veces como actor tienes una experiencia que es negativa por varias razones. Stanislavsky dijo, en su producción de Otelo, al actor que interpretaba a Brabancio: “No pienses que puedes tenerlo todo muy bien; la noche del sábado puedes estar perfecto; el martes puede que no despegues [take off] porque no tuviste inspiración”. La gente que te dice “Esta noche estuviste fantástico”, eso es aquello que usualmente no estás. Creías que llorabas y emitías emociones, y la gente roncaba. Porque la cosa es pisar el escenario y dar una interpretación fluida, improvisando dentro de eso. Y si puedes deshacerte del ego lo más que puedas, hay probabilidades de que estés libre para despegar.

  Esos momentos son mágicos. Y suceden. Pueden suceder a partir del guión o de la naturaleza de la escritura, y de que tengas un gran director: cualquier accidente puede suceder. A veces no sucede, pero no puedes preocuparte por ello. Así que no te angusties por eso. A fin de cuentas, ninguno de nosotros es importante. Una cosa cínica que voy a decirles y que es impactante es la siguiente: si ninguno de nosotros volviera a actuar jamás, el mundo no se detendría. Si yo no volviera a pisar un escenario o a hacer una película, muy bien, ¿a quién le importa? Y ese es un gran sentimiento: saber que así es, que lo que será, será. Hay un pensamiento que me ayuda mucho: “Hoy es el mañana por el que tanto me preocupaba ayer”.

Vieja discusión es esa. El “actor vacío”, según infiere Hopkins, no pretende sino divertirse, lo cual define al del bando opuesto como “actor lleno” cuyo acento es sufrir. Este último requiere aclamación y, como los artistas circenses, extrema la dificultad y destreza de su desempeño, al que da una importancia suprema. El actor vacío, en cambio, resta toda importancia a lo que hace y es indiferente a la aclamación; le da pena ver los esfuerzos del actor lleno y admira a aquel actor “X” que siempre es él mismo —es decir al actor que vende no un personaje sino una personalidad. (Sin embargo, el hecho de que Eastwood es siempre Eastwood en sus películas, ¿realmente se compensa con el absurdo razonamiento de que él es Eastwood mejor de lo que cualquier otro podría ser Eastwood, es decir que la excelencia estriba en ser el mejor copista de uno mismo?)




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