sábado, 16 de marzo de 2019

El misterio de los actores y de la actuación (L)

DGD: Morfograma 50, 2019.


Anexo 3
El actor según Andrei Tarkovski

Las siguientes líneas pertenecen a Esculpir en el tiempo (Sapeischatljonnoje wremja, 1984) de Andrei Tarkovski.

El actor, como una vez dijo Kleist con gran acierto, es algo así como un escultor en la nieve. Por eso es feliz con el contacto con el público en el momento de su inspiración. Y no hay nada más importante y más elevado que ese momento de unión en que el actor y su espectador crean arte por medio de su comunicación. Una representación teatral existe sólo el tiempo en que un actor está actuando como creador, cuando está presente; existe, está vivo, corporal y espiritualmente. Sin actor no hay teatro.
          A diferencia del actor de cine, el de teatro tiene que estructurar internamente su papel, bajo la guía del director, de principio a fin. Por decirlo de algún modo, tiene que configurar personalmente las líneas de sus sentimientos sobre la base de toda la idea de la representación. Para el cine, por el contrario, se debe rechazar categóricamente esa estructuración personal, el reparto de los acentos, de las fuerzas de la entonación por parte del actor. El actor no conoce las partes de las que surgirá la película. Su única tarea consiste en vivir y en confiar en el director. El director elige aquellos momentos de su existencia que expresen con más claridad la idea de la película. El actor no debe molestarse a sí mismo, no debe exagerar su libertad, una libertad que es incomparable, casi divina. [...]
          Lo más importante es que un actor, de acuerdo con su estructura psicofísica, emocional e intelectual, exprese un estado anímico que le sea propio, sólo suyo, y de una forma que también sea únicamente suya. De qué forma lo haga, eso da igual. Ello significa que en mi opinión uno no tiene derecho a imponer a un actor una forma particular de expresión cuando un estado anímico forma parte real de su individualidad. Cada persona vive una misma situación de una forma propia, singular. Por ejemplo, de entre aquellos que están acosados por el dolor y la melancolía, unos intentan abrirse, “descargar el alma”, y otros se cierran y quieren estar a solas con su dolor. [...]
          Nunca he obligado a los actores a entender su papel de un modo determinado y estoy dispuesto a concederles la libertad más absoluta, si antes del rodaje me han demostrado su total independencia frente a una idea preconcebida.
          Si el director quiere conseguir que su actor se halle en un estado determinado, antes tiene que sentirlo él mismo. Sólo así conseguirá el tono adecuado. Por eso tampoco se puede ir a una casa desconocida para rodar ahí una escena ensayada previamente en otro lugar. Es una casa ajena, en donde viven personas extrañas. Y por ello tampoco ayudará a que se expresen unas personas que proceden de otro mundo. [...]
          En ocasiones tuve que trabajar también con actores que, sencillamente, no acabaron de confiar en mi idea sino hasta el final del rodaje. De algún modo, durante todo el tiempo estuvieron queriendo ser el director de su propio papel, al margen de la futura película. Para mí, actores como éstos son poco profesionales. En mi opinión, un actor profesional es aquel capaz de adentrarse con rapidez, con naturalidad y sobre todo sin que se note esfuerzo alguno, en cualquier regla del juego que se le comunique. Tiene que estar en condiciones de reaccionar ante cualquier situación improvisada de forma espontánea e individual. Me interesa trabajar sólo con actores de esta clase. Trabajar con otros me resulta simplemente estúpido, porque en el fondo están actuando con lugares comunes más o menos simples. [...]
          Para mí es importantísimo que un actor no haga la pregunta tradicional, tremendamente absurda, de los actores soviéticos formados según el método de Stanislavsky: “¿Por qué, para qué y con qué idea de fondo?”. [...]
          Cuando en cierta ocasión preguntaron a René Clair por su trabajo con los actores, contestó que no “trabajaba” con ellos, sino que les pagaba. En este presunto cinismo, del que lo acusó en otros tiempos la crítica soviética, se encierra en el fondo un altísimo respeto por la profesión de actor.
          El cine se diferencia del teatro —ya lo hemos dicho— precisamente por fijar la individualidad en un mosaico de planos, de los que luego el director conforma una unidad artística. El teatro, en cambio, exige un trabajo de los actores en que lo especulativo y lo analítico tiene una gran importancia: aquí es importante determinar el principio de cada representación en el contexto de la idea global, conocer el esquema del comportamiento de las personas, elaborar la esfera de su influencia mutua y también las líneas generales del comportamiento de los actores y de su motivación. En el cine, por el contrario, hay una sola cosa importante: la verdad de unos estados momentáneos. Pero qué difícil es a veces alcanzar esa verdad, qué difícil es no impedir al actor que viva su vida en el plano. Qué difícil es acceder hasta los rincones más recónditos del estado psicológico de un actor, rincones profundos que en un papel le proporcionan posibilidades sorprendentes para expresarse a sí mismo. [...]
          El cine no necesita actores que “actúen”. Es horrible ver cuántas veces los actores, con una tenacidad digna de mejor causa, intentan “explicar” su texto a los espectadores, cuando éstos ya hace tiempo que han entendido cómo tienen que reaccionar. Pero los actores siguen insistiendo y parecen desconfiar demasiado de la fantasía de sus espectadores. [...]
          Por supuesto que esto es también una cuestión de la confianza que uno tenga en el espectador, aunque —naturalmente— es imposible pensar en cada persona que esté ahí, sentada en la sala. El artista sueña con un máximo de entendimiento, a pesar de que siempre conseguirá transmitir al espectador sólo una fracción de su mensaje. Pero conviene que no se preocupe demasiado: lo único que debe tener en cuenta con total perseverancia es expresar su idea todo lo sinceramente que pueda. A menudo se dice a los actores que sólo tienen que transmitir una idea concreta, la que sea. Y entonces se convierten en simples “portadores de ideas” y con eso se ha sacrificado la verdad de la imagen.



[Finaliza el libro El misterio de los actores y de la actuación.]


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