miércoles, 27 de marzo de 2019

El misterio de los cien monos, 0

DGD: Morfograma 51, 2019.



El misterio de los cien monos
(Ciencia, religión, arte y magia: la intuición del anima mundi)



—Mira las estrellas —dijo él—. Forman en el cielo una figura. Son letras que componen una palabra. Alguna noche levantaré la vista y la palabra leeré.

Dylan Thomas


En todas partes a donde voy, encuentro que el poeta ha estado ahí antes que yo.

Carl G. Jung


El pensamiento más fugaz obedece a un dibujo invisible y puede coronar, o inaugurar, una forma secreta.

Jorge Luis Borges


A ser uno con todo lo viviente, volver en un feliz olvido de sí mismo, al todo de la naturaleza. A menudo alcanzo esa cumbre... pero un momento de reflexión basta para despeñarme de ella. Medito, y me encuentro como estaba antes, solo, con todos los dolores propios de la condición mortal, y el asilo de mi corazón, el mundo enteramente uno, desaparece; la naturaleza se cruza de brazos, y yo me encuentro ante ella como ante un extraño, y no la comprendo. Ojalá no hubiera ido nunca a vuestras escuelas, pues en ellas es donde me volví tan razonable, donde aprendí a diferenciarme de manera fundamental de lo que me rodea; ahora estoy aislado entre la hermosura del mundo, he sido así expulsado del jardín de la naturaleza, donde crecía y florecía, y me agosto al sol del mediodía. ¡Oh, sí! El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona.

Friedrich Hölderlin



El siguiente texto (que irá apareciendo aquí en partes, a la manera acostumbrada) es el resultado del entrecruzamiento de varias líneas. Una de ellas es la noción científica de la masa crítica, a su vez protagonista de uno de los más curiosos mitos de la ciencia, aquel protagonizado por cien monos y que ha recibido distintos nombres (principio, síndrome, fábula). Otra línea es el pensamiento del biólogo inglés Rupert Sheldrake y su propuesta de los campos mórficos. Una más es la noción de sincronicidad, expuesta por personalidades tan disímiles como Jung y Paul Kammerer. Una cuarta línea parte ya declaradamente del terreno de la literatura y consiste en lo que Julio Cortázar llamó figuras.
            En Las figuras de Julio Cortázar (2002) intenté discernir esa intuición cortazariana (desarrollada ante todo en Rayuela) en estos términos: más allá de lo que creemos destino individual hay destinos grupales o colectivos de los que formamos parte y que se cumplen al margen de nuestra conciencia. Dicho metafóricamente: no hay estrellas aisladas sino constelaciones móviles, unas dentro de otras, a veces instantáneas, a veces milenarias. Este complejo sistema de influencias cruzadas no es sólo de un “tema” de Cortázar sino de la base misma de su búsqueda, y a tal grado, que más que literatura, su obra entera podría llamarse figuratura.
            Lo que persiguen estas páginas es un tema refractario a la razón: sólo las metáforas, los sueños, la magia analógica son capaces de intuirlo. Se trata de una antiquísima intuición que lo mismo está en Giordano Bruno que en Swedenborg, o incluso en la física cuántica, pero siempre como parte de subsistemas muy cerrados que no parecen dispuestos a conectarse fácilmente entre sí. Sin embargo, esa intuición está en todas partes bajo distintos rostros. Por ejemplo, para el gran historiador Fernand Braudel, es un hecho el que estamos sólo a medias sumergidos en lo cotidiano, y que la otra mitad de nuestras vidas se resuelve fuera de nosotros, en las redes que se tejen por encima y por debajo de la vida diaria, en el juego de billar del que sólo vemos las jugadas inmediatas.
            “Somos mucho más la suma de los actos ajenos que la de los propios”, dice uno de los personajes de Cortázar. El maestro argentino Antonio Porchia declaraba en 1964: “Uno no está hecho de sí mismo, pero no podría señalar de quién estoy hecho. Nadie está hecho de sí mismo”.
            La ciencia está mucho más relacionada con esa noción de lo que ella misma suele aceptar: simplemente le da nombres y enfoques distintos a los que le asignan la magia, la literatura fantástica, la mística o la poesía. Y no se trata de una suprema abstracción que nada tenga que ver con la cotidianidad y sus urgentes problemas, sino todo lo contrario.
            Es necesario, así sea en vía meramente operativa, deslindar dos tipos de ciencia. Una es la que forma la “corriente principal” y se alía con la política y la economía, es decir con la ideología dominante (que a principios del siglo XXI se llama neoliberalismo). Para esta ortodoxia, el tema que nos ocupa no es “lateral” sino central: así por ejemplo, la teoría de la información, la cibernética, la teoría de sistemas o la neurofisiología tienden cada vez más a estudiar los procesos y conexiones regidos por el azar para predeterminar y dominar conjuntos sociales y tendencias individuales.
            El otro tipo de ciencia es la que investiga en todos los territorios (e incluso en los despreciados por su contraparte ortodoxa) e incluso no rechaza la posibilidad de una reunificación ciencia-religión, o al menos una búsqueda profunda e imparcial en la mística, la metafísica y las tradiciones espirituales más antiguas.
            Es de este último modo que Rupert Sheldrake, perfectamente inserto en el terreno de la ciencia y sin nunca abandonarlo, emprende investigaciones en un amplio espectro que va desde la telepatía, la telequinesis o la clarividencia, hasta los ángeles, el rezo o la oración, y no como un modo de reducirlos a lo razonable sino de abrirse a su elocuencia más antigua. Sheldrake es cauto, sin embargo, y desconfía de la fácil mística de la New Age, por lo que su propuesta concreta es lo que él llama ciencia expandida. Ya que Sheldrake es uno de los interlocutores fundamentales del libro por entregas que aquí comienza —los otros interlocutores son desde luego la fábula de los cien monos y las figuras cortazarianas—, es de justicia agradecerle sus aportaciones, así como la entrevista que me dio y que el lector paciente encontrará (si la Gran Figura lo permite) en próximas entregas.
            En el texto que he llamado El misterio de los cien monos se visitan numerosas áreas de pensamiento asumiendo el riesgo de las generalizaciones y de las síntesis imperfectas, porque lo que se busca no es un academicismo. El misterio de los cien monos pretende regirse por los principios de la figuratura (e incluso de la fabulatura), que sólo puede existir de modo fragmentario y en constante movimiento: las distintas configuraciones buscan la suficiente velocidad como para que la razón no alcance a inmovilizarlas.




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