domingo, 15 de marzo de 2020

El misterio de los cien monos (XXXV)

DGD: Morfograma 86, 2020.



La base analógica de la Creación


Cuando el niño era niño andaba con los brazos colgando, quería que el arroyo fuera un río, que el río fuera un torrente y que este charco fuera el mar. Cuando el niño era niño no sabía que era niño, para él todo estaba animado, y todas las almas eran una.
Peter Handke

Las cosas pesan más cuando se las mira

La teoría predominante de la percepción indica que las imágenes del mundo exterior se forman en el cerebro. En búsqueda de la sabiduría ancestral, Rupert Sheldrake postula que la percepción se da en ambos sentidos: los impulsos de la luz fluyen de afuera hacia adentro del perceptor, pero también existe una proyección de adentro hacia afuera de las imágenes formadas en el cerebro del contemplador. “Las imágenes se proyectan hacia afuera”, escribe, “y en una percepción normal, la proyección hacia afuera y el flujo hacia adentro coinciden, de tal forma que veo la imagen de un objeto en donde realmente está ubicado.” La virtud de este concepto es la de por fin conceder una atención seria y profunda a antiguas intuiciones antes desdeñadas por “idealistas”, por ejemplo “las cosas pesan más cuando se las mira” y “dos más dos son cuatro y el que suma”.
          Grandes intuidores como Julio Cortázar basaron su obra en este tipo de pre-visiones. Conceptos como el de figura en la obra cortazariana (así como el universo de la brujería en los libros de Carlos Castaneda) serían campos mórficos que Sheldrake requiere incluir para encontrar ecos complementarios y definitivos rumbos de búsqueda. Este biólogo se sorprendería al leer las búsquedas que, en la novela Los premios (1960) de Cortázar, el personaje llamado Persio —un mago y metafísico independiente de las escuelas esotéricas— emprende para entrever la base analógica de la Creación:

¿Han pensado en los dibujos? Si en este mapa de Portugal marcamos todos los puntos donde hay un tren a las dieciocho y treinta, puede ser interesante ver qué dibujo sale de ahí. Variar de cuarto de hora en cuarto de hora, para apreciar por comparación o superposición cómo el dibujo se altera, se perfecciona o malogra. He obtenido curiosos resultados [...]; no estoy lejos de pensar que un día veré nacer un dibujo que coincida exactamente con alguna obra famosa, una guitarra de Picasso, por ejemplo, o una frutera de Petorutti. Si eso ocurre tendré una cifra, un módulo. Así empezaré a abrazar la creación desde su verdadera base analógica, romperé el tiempo-espacio que es un invento plagado de defectos.

Sin duda el tiempo-espacio es un invento plagado de defectos, y es por ello que las intuiciones que apuntan en la dirección buscada por Persio son cada vez más numerosas. Como todo gran mago, lo que Persio hace es demandar la assimilatio (término usado por Nicolás de Cusa y Meister Eckhart), el último proceso cognitivo caracterizado por la asimilación de las proporciones esenciales del cosmos.
          Porque en el fondo no hay realmente sino una misma esencia tanto en el párrafo citado como en este otro de Alejo Carpentier:

Llego a preguntarme a veces si las formas superiores de la emoción estética no consistirán, simplemente, en un supremo entendimiento de lo creado. Un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con asombro que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema. [Los pasos perdidos, 1953.]

Una novela del español Luis Landero dibuja deliciosamente la figura de otro mago analógico que, como Persio, adivina la trama de repercusiones y correspondencias en esa cotidianeidad en la que los demás no ven sino una mera mecanicidad sin sentido:

Todos los días salía de casa subiéndose sus imaginarias solapas de espía, un cigarrillo colgado del labio y la mirada esquinada de astucia. Deteniéndose en los escaparates y simulando curiosidades imprevistas, angulando reojos, hurtando el perfil, burlando persecuciones y salvando emboscadas, vencía sin novedad la primera etapa del trayecto. A partir de allí, le esperaba otra suerte de peligros. Si aguardaba la luz verde para cruzar una calle y se ponía a su altura una mujer con alguna prenda negra, perdía una baza de semáforo. Si azul, ganaba el derecho a acelerar el paso durante un minuto. Si alcanzaba a un transeúnte ciego o cojo, no podía adelantarlo mientras no lo liberase algún hombre con un peso a la espalda. Quedaba cautivo de una plaza si la estaban regando o había un niño con un gorro, y no podía franquearla hasta que cruzase un perro o levantase el vuelo una paloma. Pero si el perro se paraba a hacer una necesidad, también él debía pararse y contener la respiración, pues en caso contrario las reglas del juego lo obligaban a retroceder hasta encontrar una monja o cualquier otra persona de uniforme. Por momentos la vida le parecía apasionante.

Todas esas intuiciones tampoco guardan una gran distancia con esta otra, proveniente de un complejísimo tratado matemático, Chaos Near Resonance (1999) de György Haller, que intenta confirmar los fundamentos armónicos en la “teoría de los sistemas abiertos en la ecología radical” (ecology open systems theory) a través de la necesidad de entender y predecir “el efecto global de las resonancias en un espacio de fases multidimensionales”:

En dinámica molecular se sabe que las resonancias dan origen a patrones caóticos, a múltiples escalas de tiempo y a una aparente irreversibilidad en la transferencia de energía entre distintos estados oscilatorios de las moléculas. Dentro de la ingeniería de las estructuras, las interacciones entre modos resonantes son responsables de más complejos fenómenos dinámicos, que de nuevo incluyen transferencia de energía, comportamiento de múltiples escalas de tiempo y movimientos caóticos. Es de gran importancia práctica entender el mecanismo común que se halla detrás de estos rasgos irregulares.

La ciencia podrá llamarlo “mecanismo común” —tendiendo siempre a la concepción maquinal del universo—, pero otras disciplinas del pensamiento hablarán de resonancia. (Un nuevo puente se tiende aquí hacia la resonancia mórfica de Sheldrake, puesto que el trabajo de Haller tiende a saltar de la teoría del caos a la teoría de la resonancia.) En algún punto intermedio permanece aún esquivo el secreto de una mirada capaz de acceder, sin pérdidas, a la base analógica de la Creación. Ese punto se halla acaso a mitad de camino entre la palabra y la imagen conjuntas, en una suma orgánica, como bien lo intuye Paul Valéry: “Cada quien ha visto cosas que nadie más ha visto. Y la suma de todas estas cosas es... cero. Lo que cuenta es lo que todos los hombres han visto, juntos” (Analecta, 1935). También Ortega y Gasset lo sabía:

La verdad, lo real, el universo, la vida —como queráis llamarlo— se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo. Y viceversa: cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles, somos necesarios. Dentro de la humanidad cada raza, dentro de cada raza cada individuo es un órgano de percepción distinto de todos los demás y como un tentáculo que llega a trozos de universo para los otros inasequibles. La realidad, pues, se ofrece en perspectivas individuales. Lo que para uno está en último plano, se halla para otro en primer término. El paisaje ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro corazón reparte los acentos. La perspectiva visual y la intelectual se complican con la perspectiva de la valoración. [El espectador, 1916-1934.]

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Libros citados
Carpentier, Alejo: Los pasos perdidos, EDIAPSA, México, 1953.
Cortázar, Julio: Los premios, Sudamericana, Buenos Aires, 1960.
Haller, György: Chaos Near Resonance, Springer Verlag, Nueva York, 1999.
Landero, Luis: Juegos de la edad tardía, Tusquets (col. Fábula), Barcelona, 1989.
Ortega y Gasset, José: “El espectador” (1916-1934), en Obras completas, t. 2, Alianza Editorial-Revista de Occidente, Madrid, 1983.
Valéry, Paul: Analecta, NRF/Gallimard, París, 1935.





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