domingo, 5 de abril de 2020

El misterio de los cien monos (XXXVII)

DGD: Morfograma 88, 2020.



La teoría sintérgica

Justamente esta idea del “mapa a escala” (la posibilidad de representar el espacio-tiempo infinito en un modelo finito de cuatro dimensiones) cobra significaciones más reveladoras fuera del ámbito de alta abstracción de la física cuántica. Así, en psicofisiología se usa el término lattice (trama, reticulado) para discernir una teoría del conocimiento y específicamente el origen de la experiencia; a ello se aboca, por ejemplo, la teoría sintérgica (de “síntesis” y “energía”), creada en 1976 por Jacobo Grinberg-Zylberbaum, para quien “conciencia es la experiencia del darse cuenta” (El cerebro consciente, 1979): la experiencia surge de la interacción entre el llamado campo neuronal del individuo y la lattice del espacio-tiempo.
          Para Grinberg, si la estructura fundamental de la lattice es de una complejidad abrumadora, el cerebro humano no lo es menos, en tanto implica una suerte de mapa de la estructura de la lattice misma. Cada una de las doce mil millones de neuronas del cerebro humano y todas sus conexiones anatómicas son otras tantas alteraciones de la estructura fundamental de la lattice. Cada vez que una neurona se activa y su membrana celular cambia el potencial de reposo produciendo cambios eléctricos de superficie, la lattice varía su conformación. “Campo neuronal” es el conjunto de las modificaciones de la estructura de la lattice que resulta de la actividad del cerebro; esta alteración ocurre en todas las dimensiones del espacio. El campo neuronal de un cerebro vivo interactúa de modo continuo con la lattice, produciendo en ella conformaciones energéticas a las que denominamos imágenes visuales.


El nagual y el tonal

El filme The Matrix intenta una representación de este proceso: lo que los personajes ven y tocan, y por tanto consideran real, no es sino una virtualidad creada por un programa de computadora. En un sentido infinitamente más serio, una experiencia análoga es descrita a Carlos Castaneda por su maestro, don Juan Matus, quien la llama simplemente ver. Para don Juan, lo que denominamos mundo material es sólo el “tonal”, una realidad no ilusoria ni virtual pero sí construida por convenio, es decir creada por consenso humano con fines de protección contra el magno y aterrador misterio de lo que hay más allá.
          Lo que contemplamos como materia no es sino una descripción convenida del mundo: “Hay un tonal que es personalmente para cada uno de nosotros”, explica don Juan, “y hay otro que es colectivo para todos nosotros en cualquier momento dado, al cual llamamos el tonal de los tiempos” (Relatos de poder, 1974). Pero no hay dos tonales sino uno, al que don Juan explica como una isla rodeada por un océano infinito llamado “nagual”. Lo que el maestro de Castaneda llama ver consiste en “cambiar los ojos” del tonal al nagual (un proceso basado en romper los parámetros de la percepción normal, descrito como un cambio de sintonía). Entonces, según lo describe don Juan, el mundo se percibe tal cual es: un rico, móvil y fragoroso entramado de hilos luminosos que resplandecen en la oscuridad.
          A su modo, Grinberg parece acercarse a las nociones de tonal y nagual (que no son sino una) cuando afirma que, en realidad, el campo neuronal y la lattice conforman una unidad: es la misma lattice la que sirve de fundamento al campo neuronal. No hay dualidad ni choque de “opuestos”, aunque el fenómeno deba presentarse como “interacción” debido a la racionalidad binaria y sucesiva. “El mundo que conocemos”, escribe Grinberg, “resulta de la interacción entre el campo neuronal y la lattice. Todos vemos un mundo similar porque la estructura de nuestros cerebros es muy parecida y, por lo tanto, los campos neuronales que producimos son semejantes, aunque irrepetibles y únicos en cada momento. Existen, sin embargo, diferentes niveles de interacción y prácticamente un infinito número de conformaciones que el campo neuronal puede adoptar”.
          Grinberg afirma que las estructuras cerebrales más utilizadas por la humanidad son las de mayor “fijeza” estructural y energética; ello explica la aparente objetividad de la percepción visual, es decir, el hecho de que todos veamos más o menos lo mismo en el mundo de todos los días. Sin embargo, este autor concuerda con las escuelas esotéricas en que la conciencia posee valores “discretos”, es decir relativos, lo que da lugar a niveles cualitativamente diferentes de la experiencia. Añade: “Es posible suponer que la interacción entre el campo neuronal y la lattice posee una congruencia solamente con ciertas bandas o niveles mientras que otras no. Por ello existen mundos auditivos diferentes de los visuales u olfativos, y niveles particulares que la conciencia mística oriental conoce tan bien. Algunos niveles de interacción solamente son accesibles después de un entrenamiento riguroso, mientras que otros son más cotidianos y comunes. En todos los niveles, sin embargo, el cerebro afecta la estructura de la lattice”. Y añade:

Cada modalidad sensorial está asociada con un campo neuronal activado con una particular duración del presente, conteniendo diferentes cantidades de información y vibrando con diferentes frecuencias. Así, la experiencia ya no surge de una interacción sino simplemente es decodificada: son las distorsiones que sufre la lattice del espacio-tiempo.

Lattice, campo cuántico y la antigua noción de Registro Akáshico se vuelven, así, nociones gemelas de los campos mórficos. Así como Rupert Sheldrake estudia el shamanismo, Grinberg creó la teoría sintérgica a partir de su experiencia con una de las más extraordinarias curanderas de la historia de la medicina alternativa, la mexicana Pachita, que realizaba operaciones con las manos desnudas, materializaba y desmaterializaba órganos y llegó a practicar un trasplante de médula en condiciones que aterrarían a los médicos educados en la “corriente principal” (Grinberg dedicó a Pachita el tercer volumen de su serie Los chamanes de México, 1988).


Toda experiencia es íntima

La capacidad de Pachita para modificar la lattice es sin duda análoga, aunque en otro nivel, a la de ciertos místicos como Sai Baba o magos como Houdini, Uri Geller o David Copperfield, si han de enfrentarse sus testimonios en otro nivel que el del mero escepticismo, es decir, a través de aquella intuición que lleva a Arthur Stanley Eddington a llamar “íntima” a toda experiencia (The Nature of the Physical World, 1928). Íntima porque, en su origen, lo vivencial se realiza fuera del dualismo kantiano (conocedor y conocido; sujeto y objeto). Eddington llega a afirmar que en el momento en que aparece el dualismo, esa intimidad se pierde y es remplazada por el simbolismo.
          El conocimiento dualista es simbólico, pero lo es en un nivel muy precario en el manejo de los símbolos y, por tanto, resulta convencional e ilusorio puesto que funciona por medio de símbolos elementales, de representaciones toscas, de mapas superficialmente trazados. En este sentido de crítica a la mentalidad binaria, resulta idónea la frase de Korzybski, “El mapa no es el territorio” (Science and Sanity, 1933); no obstante, en otro sentido (el de la mirada unitaria o simultánea, es decir, el del verdadero lenguaje simbólico profundo que reclamaban Gurdjieff o Baudelaire, y que en cierto modo tratan de alcanzar la teoría sintérgica y la noción misma de la lattice), el mapa es el territorio, y a la inversa.
          Allan Watts reformuló esta aseveración con mayor ironía: “El menú no es la comida”. En un sentido, tal visión es conocida como la “Interpretación Copenhague”, puesto que en esa ciudad fue propuesta por Niels Bohr hacia 1926: cualquier forma usada para organizar nuestra experiencia del mundo es un modelo que no debe confundirse con el mundo mismo. Robert Anton Wilson subraya la básica trampa en la que caemos al simplemente repetir la palabra “realidad”, es decir, en tanto (1) sustantivo, y (2) singular. Usarla como sustantivo es equipararla con cualquier otro y verla tan monolítica e inmóvil como una silla o una piedra, cuando lo que debería usarse es un verbo (“realizar”) en una pluralidad léxicamente imposible (“realizares”). “Nuestros modelos de ‘realidad’ son muy pequeños y estrechos”, escribe Wilson, “el universo de la experiencia es enorme y amplio, y ningún modelo podrá jamás incluir la vasta amplitud percibida por una conciencia no-censurada” (Cosmic Trigger, 1977).
          En un nivel de consideración, Korzybski, Watts y Bohr aciertan plenamente en su llamado a no confundir (el mapa con el territorio; el menú con la comida; la experiencia del mundo con el mundo mismo). Esa admonición es muy oportuna en un mundo occidental que, basado en la simbología más primitiva, tiende a confundir la bandera con la nación, el billete con el dinero, o el ser con el tener. Sin embargo, en el sentido original y más arcano de la simbología —que es precisamente en donde brotan las correspondencias—, el símbolo es lo simbolizado y lo simbolizado es, a su vez, símbolo de otra cosa.

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Libros citados
Castaneda, Carlos: Tales of Power, Penguin Books, Nueva York, 1974. [Relatos de poder, Fondo de Cultura Económica, México, 1976.]
Eddington, Arthur Stanley: The Nature of the Physical World, AMS Press, Nueva York, 1995.
Grinberg-Zylberbaum, Jacobo: El cerebro consciente, Trillas, México, 1979.
——: Los chamanes de México, vol. III, INPEC, México, 1988.
Korzybski, Alfred: Science and Sanity: An Introduction to Non-Aristotelian Systems and General Semantics (1933), Institute of General Semantics, Nueva York, 1995.
Wilson, Robert Anton: Cosmic Trigger I: Final Secret of the Illuminati, And/Or Press, Berkeley, 1977; ed. revisada: New Falcon Publications, Tempe (Arizona), 1986.





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