miércoles, 5 de agosto de 2020

El misterio de los cien monos (XLIX)

DGD: Morfograma 100, 2020.



Serialidad

 

En medio del océano para el cual no tenemos ni barca ni velas, la humanidad se ha establecido en la ciencia. La ciencia es un témpano flotante. Es sólido, dicen los hombres prácticos, dando con el pie; y en efecto, es sólido, y se afirma y se ensancha más cada día. Pero por todos sus lados se encuentra el agua; y si se ahonda bien en cualquier parte, se encuentra el agua; y si se analiza cualquier trozo del témpano mismo, resulta hecho de la misma agua del océano para el cual no hay ni barca ni velas. La ciencia es metafísica solidificada.

Carlos Vaz Ferreira

 

Un gran pensamiento

Un momento fundamental es aquel en que Heisenberg, en su autobiografía, afirma repetidamente que los átomos no son cosas. A medida que la física cuántica se sumerge en el mundo subatómico, devela un universo que no pocos investigadores han llamado “surrealista”, en el sentido de que los terrenos más temidos por la “objetividad científica” y desechados por “incomodidad intelectual” (contradicción, ambigüedad, misterio) deben ser incorporados al vocabulario y a la mentalidad del investigador, si en verdad quiere enfrentar ese universo apenas develado. Una de las frases más contundentes que expresa esto proviene del Principio de Incertidumbre de Heisenberg: “En el nivel atómico, el mundo objetivo deja de existir”.

          El límpido modelo del átomo propuesto por Rutheford y Bohr, consistente en una representación a escala del sistema solar con los electrones orbitando como planetas un “sol” o núcleo positivo, ha debido cambiarse, puesto que si se quisiera conservar esa analogía, ella debería incluir el hecho de que los electrones brincan de una órbita a otra sin viaje intermedio y que, de hecho, tales “órbitas” no son lineales sino senderos difusos e imprecisos. Como el físico británico William Lawrence Bragg ha dicho (basándose en los trabajos que desarrolló con su padre, William Henry Bragg, galardonados ambos con el premio Nobel de física), los fenómenos subatómicos “parecen ser ondas los lunes, miércoles y viernes, y partículas los martes, jueves y sábados”. El tamaño de los cuanta comparado con el electrón es como el tamaño de este último comparado con la Tierra; esos esquivos cuanta parecen adoptar uno u otro rostro, ondas o partículas, de acuerdo con las expectativas del observador. De ahí la célebre interpretación de la Escuela de Copenhague[1] acerca de la mecánica cuántica: “No hay realidad en ausencia de observación”. La simultaneidad parece la única opción viable, expresada en una noción unitaria: “ondículas”. De ahí que De Broglie afirme que “el electrón es a la vez corpúsculo y vibración”; es en este tenor que Niels Bohr habla de un Principio de Complementariedad. Pero el propio Bohr señala cómo debe interpretarse ese principio a través de su célebre réplica: “Tu teoría es demencial, pero no lo suficiente como para ser verdad”.

          En efecto, esa “complementariedad” es engañosamente asumida. La ciencia se ve cada vez más imposibilitada para asumir la enseñanza de la Tabla Esmeralda: “Lo que está arriba es como lo que está abajo, y lo que está abajo es como lo que está arriba”. En la misma medida en que la física cuántica se hace más y más abstracta, el pensamiento científico, en una extraña compensación, vuelve más y más “concreto” —cabe decir, más material— al universo. Lo que la ciencia acepta en lo microcósmico (incertidumbre, paradoja, indeterminación, pluralidad), a la vez lo rechaza en lo macrocósmico, en donde impone lo contrario (certeza, lógica, reduccionismo, unidimensionalidad).

          En lugar de aceptar los hallazgos del mundo subatómico como metáforas de lo macrocósmico, se habla de “dimensiones separadas”: a cada minuto, lo pequeño y lo grande se hacen más distantes y ajenos uno del otro. Si por un lado Heisenberg afirma que “en el nivel atómico, el mundo objetivo deja de existir”, una especie de curiosa revancha hace que el mundo objetivo a nivel macroscópico exista por partida doble, es decir, que se vuelva cada vez más determinista, impenetrable y mecánico. Esa pérdida se encuentra en la propia esencia del método científico, y Arthur Koestler lo explica claramente en términos de libertad:

 

Las rígidas leyes mecánicas del mundo macrocósmico no se aplican en la microfísica; asimismo, la libertad de que gozamos en el reino de la microfísica no existe a nivel macroscópico. Cualquier átomo es “libre” de hacer esto o lo otro, dentro de las normas de indeterminación de Heisenberg, y todas nuestras afirmaciones sobre el mismo suponen probabilidades, no certidumbres. Pero, conforme a la ley de los grandes números, en un cuerpo macroscópico de trillones de átomos las desviaciones se neutralizan, la suma de probabilidades se integra en una certeza práctica y los viejos tabúes retienen su validez. Para ilustrar este punto de vista, la falta de certeza acerca del paradero de un único electrón en un átomo de hidrógeno es manifiesta: su “mancha” está en toda la extensión de su “órbita planetaria”. Pero la velocidad de un pequeño perdigón puede variar solamente unas doce pulgadas cada siglo y su posición sólo varía en la medida del diámetro de un núcleo atómico. [The Roots of Coincidence, 1972.]

 

El propio Heisenberg parece dar el salto definitivo: “Lo que la escuela de Copenhague denomina complementariedad se corresponde muy nítidamente con el dualismo cartesiano de materia y mente”. Ya en la tercera década del siglo XX, el matemático, astrónomo y físico James H. Jeans (1877-1946) había declarado, en una de sus conferencias de Rede (reunidas en The Mysterious Universe, 1937): “Existe hoy en día un amplio acuerdo, que en el campo físico se aproxima casi a la unanimidad, en el sentido de que el discurso general del conocimiento humano se dirige hacia una realidad no-mecánica. El universo comienza a parecer más un gran pensamiento que una gran máquina”.

          Es necesario notar, sin embargo, que este salto dista de ser verdaderamente arriesgado, y que conserva toda la cautela posible y hasta un cierto retroceso. Existe un motivo oscuro para que tal “amplio acuerdo” fuera logrado casi con “unanimidad” en la comunidad de físicos: si Jeans habla de pensamiento, y si Eddington afirma que “La materia del universo es materia mental”, Heisenberg se encarga de insertar esa noción justamente en el dualismo cartesiano. Inevitablemente enfrentada a los ámbitos del misterio, la ciencia acepta el dualismo “materia y mente”, siempre y cuando éste sea sinónimo de “materialismo y racionalismo”. Así pues, no hay realmente una dualidad, al menos a nivel teórico: si el universo “comienza a parecerse a un pensamiento”, este último es el de Descartes, no el de Hume ni el de Berkeley, y menos el de Chardin, y aún menos el de las escuelas esotéricas de Occidente o las filosofías tradicionales de Oriente. Dicho en otras palabras: no se trata de la vuelta de la ciencia al anima mundi, sino del regreso de la academia a cogito, ergo sum.

 

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Nota

[1] Formulada en 1927 por el físico danés Niels Bohr, en colaboración con Max Born y Werner Heisenberg, entre otros, durante una conferencia en Como, Italia. Se le conoce como “Interpretación de Copenhague” debido al nombre de la ciudad en la que Bohr residía.

 

Libros citados

Bragg, William Henry: The Universe of Light (1933), Dover, Nueva York, 1959.

Bragg, William Lawrence: Atomic Structure of Minerals, Cornell University Press, Nueva York, 1937.

Jeans, James H.: The Mysterious Universe, Cambridge University Press, Cambridge, 1937; AMS Press, Nueva York, 1976.

Koestler, Arthur: The Roots of Coincidence, Hutchinson & Co., Londres/Random House, Nueva York, 1972. [Las raíces del azar, Kairós, Barcelona, 1973.]

 

[Leer El misterio de los cien monos (L).]

 

 

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