viernes, 5 de marzo de 2021

El misterio de los cien monos (LXX)

DGD: Postales, 2021.

 

 

El cosmos viviente

 

La voz pasiva

 

Acaso la fábula de los cien monos sea una de esas expresiones “silvestres” (mas no por ello triviales) de la necesidad de situarse en un punto entre lo individual y lo colectivo, en esa “casilla vacía” que entrevió Deleuze:

 

Y ¿cómo no sentir que nuestra libertad y nuestra efectividad encuentran su lugar, no en lo universal divino ni en la personalidad humana, sino en estas singularidades que son más nuestras que nosotros mismos, más divinas que los dioses, que animan en lo concreto el poema y el aforismo, la revolución permanente y la acción parcial? ¿Qué hay de burocrático en estas máquinas fantásticas que son los pueblos y los poemas? Basta con que nos disipemos un poco, con que sepamos permanecer en la superficie, con que tensemos nuestra piel como un tambor, para que comience la gran política. Una casilla vacía que no es ni para el hombre ni para Dios; singularidades que no pertenecen ni a lo general ni a lo individual, ni personales ni universales; todo ello atravesando por circulaciones, ecos, acontecimientos que el hombre nunca habría soñado, ni Dios concebido. Hacer circular la casilla vacía, y hacer hablar a las singularidades pre-individuales y no personales, en una palabra, producir el sentido, es la tarea de hoy. [Logique du sens, 1969.]

 

Rupert Sheldrake establece la siguiente tabla comparativa entre la visión ortodoxa de la ciencia y el indispensable y urgente cambio de mirada hacia un cosmos viviente:

 


 

Algunos de estos términos requieren elaboración. Mientras la mirada mecanicista sostiene que el universo carece de propósito, la concepción holística ha desarrollado el concepto de atractor para designar lo que Aristóteles llamó entelequias. Los “atractores” fueron desechados de la ciencia en el siglo XVII y recogidos por la moderna dinámica matemática. Todo proceso parece tender hacia algo que lo atrae desde el futuro: su estado final. Este proceso es casi siempre inconsciente, y cuando la conciencia lo enfoca se le refiere como meta, propósito, o incluso destino. De acuerdo con esta visión teleológica, el alma del roble (o su “atractor mórfico”) atrae a este árbol desde su semilla hasta su forma de madurez. El atractor no es visto como una predicción del futuro sino que se usa para estudiar la potencialidad de alcanzar un cierto estado, inherente en su naturaleza.

          Otro término polémico es “universo indeterminado” o “caótico”. Estos calificativos, que asustan tanto al orden occidental, son usados aquí para oponerse a la vieja idea de ordenamiento y predictibilidad de todo fenómeno. La nueva mirada desarticula el determinismo, que tanto ha cerrado la visión individual sobre el mundo: en lugar de un cosmos en el que todo está previsto y que por tanto carece de misterio, se nos sitúa en un cosmos viviente, cambiante, creativo, abierto.

 

 

El observador afecta a lo observado

 

Por su parte, “conocimiento participativo” se refiere a la famosa ansia de “objetividad” de la ciencia, que durante mucho tiempo se reflejó en la demanda de usar la voz pasiva. El investigador, si quería ser respetado por sus colegas, debía escribir: “el experimento se realizó”, en lugar de “lo realicé”. La nueva ciencia es participativa e individual: el observador está inmerso en lo que observa. Lo que busca, y el modo en que lo busca (e incluso sus propias expectativas), afectan lo encontrado. No existe un observador objetivo —en palabras de John Archibald Wheeler, fundador de la física de la información: quien observa es intrínsecamente parte del sistema observado.[1] Es, pues, la antigua certeza intuitiva que las academias científicas habían tomado por una mera boutade: “Dos más dos son cuatro y el que suma”. La ciencia tardó mucho tiempo en atender verdaderamente el “Principio de incertidumbre” de Heisenberg, uno de cuyos postulados es “El observador afecta a lo observado” (el físico Nick Herbert llama a esto QUIP, Quantum Inseparability Principle, el “Principio cuántico de inseparabilidad” que define como imposible el separar existencialmente al observador y a lo observado.)

          Este principio, incluido en la “Interpretación Copenhague”, suele entenderse como sólo referido a la interacción de partículas en el mundo subatómico y no a las escalas mayores; para ello se aduce el siguiente ejemplo: si una persona trata de observar a un electrón, para ello deberá usar equipo de alta energía que inevitablemente afectará el comportamiento de esa partícula de modo severo. Por otra parte, si la misma persona observa a un gorrión a cien metros de distancia, sirviéndose de un par de binoculares, no estará afectando al ave observada. Esa comparación suele llevarse al extremo de afirmar que el observador no romperá el cuello del gorrión al contemplarlo de lejos, que sería el equivalente metafórico de lo que sucede cuando se estudia un electrón por medio del uso de rayos X.

          Sin embargo, Heisenberg acepta que, en términos lingüísticos, el observador ejerce una enorme influencia en las grandes escalas por el simple hecho de participar en un suceso (Physics and Philosophy, 1958). Si a nivel conceptual el observador afecta a lo observado, y si la realidad es construida minuto a minuto por el lenguaje, esto lleva a concluir que las influencias del observador en las grandes escalas no es inexistente: sólo resulta menos vistosa que en los sucesos subatómicos. El observador científico únicamente aceptará estar ejerciendo una influencia sobre el gorrión si su pura mirada le rompe el cuello, pero el anima mundi, la Figura de Figuras, es mucho más sutil. Heisenberg hizo esfuerzos para que el Principio de Incertidumbre se aplicara, al menos marginalmente, a la lingüística y la psicología, mas es esta parte de sus postulados la que menos atención de la Academia ha merecido; no obstante, en la continuación de esa línea se halla el juego de influencias mutuas que ejercen entre sí todos los puntos del universo.

          La propuesta de una “evolución creativa” implica ya la injerencia del arte en la ciencia. “La idea de una naturaleza no creativa”, comenta Sheldrake, “ha sido superada por la de evolución creativa. Darwin nos ayudó a comprender que la naturaleza da nacimiento a formas en el reino biológico, y a la luz de la teoría del Big Bang vemos ahora al cosmos como un sistema creativo-evolutivo. Esto, por supuesto, nos hace preguntarnos sobre la creatividad en un nuevo sentido. En un mundo evolutivo, la creatividad es un aspecto inherente al cosmos en desarrollo.”

          La visión general de un cosmos viviente no representa tampoco una simple vuelta a la concepción pre-mecanicista. El nuevo animismo difiere del viejo en que éste veía al universo como un organismo maduro, casi senescente y en la decadencia. Para el nuevo animismo, el cosmos está en desarrollo y pleno de creatividad. Otro de los equívocos que oportunamente se conjuran es el de la New Age, es decir el cuerpo de vagas y muy simplificadas teorías reunidas por un optimismo que peca de ingenuo y que también fácilmente degenera en un fundamentalismo.

 

*

 

Nota

[1] John A. Wheeler: “Bohr, Einstein, and the Strange Lesson of the Quantum”, en Richard Q. Elvee (ed.): Mind in Nature, Harper & Row, Nueva York, 1981; San Francisco, 1982.

 

Libros citados

Deleuze, Gilles: Logique du sens, Minuit, París, 1969.

Heisenberg, Werner: Physics and Philosophy: The Revolution in Modern Science, Harper & Row, Nueva York, 1958; Prometheus Books (Great Minds Series), Nueva York, 1999.

Herbert, Nick: Quantum Reality: Beyond the New Physics, Anchor Books, Nueva York, 1987.

 

 

[Leer El misterio de los cien monos (LXXI).]

 

 

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