miércoles, 25 de agosto de 2021

Los dioses (Una tipología) (X)

DGD: Postales, 2021.

 

Se puede creer o no creer con tal de que no procedan leyes austeras del creer. Se puede creer en un Dios, pero en un Dios que deje en completa libertad, en libertad hasta de cometer el crimen. Al crimen sólo se opone el buen instinto de conservación que es sustancia de la vida. No hay que deducir de Dios nada acerbo, limitador o tiránico. Sólo así podríamos abundar en la creencia en Dios, sin creer. Sería algo que no habría por qué no creer.

Ramón Gómez de la Serna: Muestrario (1918)

 

 

Concesiones de los dioses

 

—“A uno, la divinidad le concede que sobresalga en las acciones bélicas, a otro en la danza, al de más allá en la cítara y el canto, y el largovidente Zeus pone en el pecho de algunos un espíritu prudente que aprovecha a un gran número de hombres, salva a las ciudades y lo aprecia particularmente quien lo posee” (Polidamante, Ilíada XIII). Si Zeus concede calidades (“sobresalga”, “aprovecha”, “salva”, “aprecia”), por tanto también impone la actitud necesaria para asumir esa calidad. Así, Polidamante dice a Héctor: “un dios te ha dado esa superioridad en las cosas de la guerra” (Ilíada XIII). De ahí el código griego de valores según el cual la guerra ofrece gloria, honor (“la batalla en donde se hacen ilustres los hombres”, narrador, Ilíada XIV), y en el caso de Aquiles, fama inmortal: “Mi madre, la diosa Tetis, de argentados pies, dice que las parcas pueden llevarme al fin de la muerte de una de estas dos maneras: si me quedo aquí a combatir en torno a la ciudad troyana, no volveré a la patria tierra, pero mi gloria será inmortal; si regreso, perderé la insigne fama, pero mi vida será larga, porque la muerte no me sorprenderá tan pronto” (Aquiles, Ilíada IX).

          —Acaso Robert Graves vislumbra la clave en La guerra de Troya: “La guerra es una labor de hombres”, dice Héctor en la versión de Graves, que en la de Homero se liga con la exhortación de los caudillos a sus soldados: “¡Sean hombres!”.

          —“Hera, que anhelaba el combate y la pelea...” (Ilíada V).

          —“[L]a victoria la conceden desde lo alto los inmortales dioses” (Menelao, Ilíada VII).

 

 

La locura de los dioses

 

—“[Los dioses] pueden volver insensato a cualquiera, por muy sensato que sea, y hacer entrar en razón al de mente estúpida” (Penélope, Odisea XXIII).

          —Hera a Tetis: “tú misma sabes cuán soberbio y despiadado es el ánimo de Zeus” (Ilíada XV). Y agrega: “¡Cuán necios somos los que tontamente nos irritamos contra Zeus! Queremos acercarnos a él y contenerlo con palabras o por medio de la violencia, y él, sentado aparte, ni de nosotros hace caso, ni se le da nada, porque dice que en fuerza y poder es muy superior a todos los dioses inmortales”.

          —“[E]s imposible escapar de la enfermedad del gran Zeus” (Odiseo, Odisea IX, narrando el esencial episodio del Cíclope). El escoliasta Luis Segalá y Estalella explica: “La locura. Es el único pasaje en donde se la llama así”.[1] En otro punto se ha dicho de Áyax o Ayante que “vuelve a incurrir en hybris [soberbia, insolencia sacrílega] por segunda vez retando a los dioses. Ello explica su obcecación [áte]”. Desde luego, los especialistas prefieren hablar de manía, entusiasmo y obcecación, pero la primera inferencia es “los dioses están locos”.

          —Sin embargo, Homero se encarga de sugerir un método en esa locura: “[S]iempre el pensamiento de Zeus, que lleva la égida, es más eficaz que el de los hombres, y el dios pone en fuga al varón esforzado y le quita fácilmente la victoria, aunque él mismo lo haya incitado a combatir” (narrador, Ilíada XVI, parlamento repetido textualmente por Héctor en Ilíada XVII). Significativamente, ese método descansa menos en la sabiduría que en la eficacia.

 

 

Hybris

 

—El máximo pecado humano, según la mitología y la literatura griegas. Los ejemplos son innumerables, pero tal vez uno de los casos más significativos es el del poeta Tamiris, que se jacta de que vencerá en el canto a las propias Musas, y éstas lo ciegan y privan del canto.

          —Los dioses simbolizan al mal. Zeus/Júpiter se comporta de modo tan sanguinario como Yahvé, y un buen ejemplo, entre otros tantos posibles, es la historia mítica de Salmoneo. Para castigar a la hybris de Salmoneo, que se proclama Júpiter y anda inocentemente por las calles de la ciudad a la que ha fundado, soltando antorchas encendidas (“rayos”) desde su carruaje y golpeando ollas de metal para simular los truenos, Júpiter no se contenta con reducirlo a cenizas sino que fulmina a toda la ciudad y a sus habitantes. Genocidio por soberbia. O dicho de otro modo, hybris por hybris.

 

*

 

Nota

[1] José Luis Calvo Martínez (“Sobre la manía y el entusiasmo”, en Emérita, 1973) estudia el caso de los dioses que envían la locura y analiza la tipología de ésta como fenómeno religioso.

 

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (XI).]

 

 

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