jueves, 25 de noviembre de 2021

Los dioses (Una tipología) (XIX)

 

DGD: Postales, 2021.

 

 Coda III. También el mito es divino

 

El hombre primitivo procura mantener la vida de sus divinidades conservándolas aisladas entre el cielo y la tierra, como un lugar que no puede ser afectado por las influencias ordinarias, en especial por las terrestres.

J.G. Frazer: La rama dorada

A mi gesto que destruye / el hormiguero, las hormigas / lo tomarán como el de un ser divino, / pero yo no soy divino para mí. / Así tal vez los dioses / para sí no lo sean, / y sólo por ser mayores que nosotros / creen que para nosotros serán dioses.

Ricardo Reis (Fernando Pessoa)

 

Muy pocas teologías como el neoplatonismo se han atrevido a plantear una ordenación cósmica con una compacta lógica interna. En el siglo IV, en un momento en que el cristianismo se extiende por el imperio romano como el fuego en un bosque reseco, aparece Sobre los dioses y el mundo, el catecismo neoplatónico escrito por Salustio a encargo del emperador Juliano “el Apóstata”, campeón del paganismo. Salustio toma antiguas tradiciones y aprovecha platonismo, aristotelismo, pitagorismo, estoicismo, cinismo y un toque de poesía sagrada helenística, y con ello asume una completa oposición no sólo respecto a la naciente doctrina cristiana sino asimismo a Epicuro y a Pirrón.

          Juliano y Salustio —escribe Ángel Ramos Jurado— “compartían ideales religiosos: creían en la reforma de la fe de sus mayores sobre bases filosóficas y ambos creían en la protección divina sobre el destino del imperio”.[1]

          A Salustio se le llama “el Neoplatónico” para diferenciarlo del historiador homónimo del siglo I, autor de La conjuración de Catilina. Hay, además, dos colaboradores cercanos a Juliano, uno Prefecto de Oriente (Saturninus Secundus Salutius), el otro Prefecto de la Galia (Flavius Sallustius). Los historiadores aún dudan en atribuir a uno u otro la autoría de Sobre los dioses y el mundo, aunque la balanza se inclina hacia el primero, del que se sabe lo suficiente como para identificarlo como uno de los muy pocos personajes históricos que han rechazado en dos ocasiones distintas el cargo de emperador.

          Sobre los dioses y el mundo fue publicado entre el 22 de marzo y el 16 de junio del 362 d.C. y de inmediato se convirtió en el catecismo oficial de la religión renovada. A través de los siglos su influencia sobre esoterismo, hermetismo, ocultismo y neopaganismo sería considerable.

          Las ideas centrales que Salustio proclama aquí son, entre otras, la bondad, impasibilidad y eternidad de Dios (“que todo Dios es bueno, que es impasible, que es inmutable”); la inmortalidad y el carácter divino de los seres intermediarios entre dioses y hombres (ángeles y démones); la eternidad e indestructibilidad del mundo; la virtualidad de los misterios y la validez de los oráculos; la doctrina según la cual la metempsícosis o transmigración de las almas sólo se da en cuerpos racionales; la conversión de las almas hacia Dios; la validez de los sacrificios animales; la centralidad de la Tierra; la bondad inherente del mundo y de los hombres.

 

 

Divinidad del mito

 

Sin duda una de las frases centrales de este tratado surge cuando Salustio exclama: “También los mitos son divinos”. Lo explica de este modo: “Todo lo existente gusta de la semejanza y rechaza a la desemejanza; era preciso también que las doctrinas relativas a los Dioses fueran semejantes a ellos”.

          En otra traducción española del texto original en griego se dan más elementos: “Que los mitos son divinos se puede ver desde los que los han utilizado. Los mitos han sido utilizados por los poetas inspirados, por los mejores entre los filósofos, por los que establecieron los misterios, y por los mismos dioses en los oráculos”. Hasta los dioses, pues, utilizan a los mitos y, de hecho, éstos pueden considerarse su lenguaje, en primer lugar porque así se expresan los oráculos;[2] en segundo lugar porque todo mito es oracular.

          Los antiguos, explica Salustio, hicieron uso de los mitos ante todo por el beneficio que se obtiene de éstos, a saber, “la investigación y posesión de una inteligencia no inactiva”. Y si los mitos son divinos, “se puede también llamar al Mundo mito, ya que en él son manifiestos cuerpos y objetos, pero almas e intelectos están ocultos”. Ante este panorama, no resulta en ninguna manera desmedido el que diversos estudiosos, a través de los siglos, han visto en Homero a una especie de profeta “a través del cual la divinidad hablaba en forma mítica comunicando a los hombres el verdadero conocimiento”.[3] La hondura arquetípica de la Ilíada y la Odisea quedaría explicada por su profundo uso de una inteligencia no inactiva.

 

 

Clasificación de los mitos

 

A continuación, Salustio aborda la clasificación de los mitos, que pueden ser de cinco tipos: 1) teológicos; 2) físicos, 3) psíquicos, 4) materiales, 5) mixtos (una mezcla de aquellos cuatro).

          Los mitos teológicos —usados por los filósofos— son “intelectuales” e “incorpóreos” y pretenden plasmar la esencia de los dioses.

          Los físicos —utilizados por los poetas— son los que intentan explicar la forma de operar de los dioses: sus actividades relativas al Mundo.

          Los psíquicos —también usados por los poetas— pretenden observar y explicar las operaciones y actividades del alma.

          Los mitos materiales son los “menos valiosos”, puesto que se trata de aquellos tomados literalmente —son propios de los legos cuando pretenden comprender la naturaleza del cosmos y de lo divino—; de éstos —apunta Salustio— “hicieron uso sobre todo los egipcios por su incultura, considerando Dioses a los mismos cuerpos”.[4]

          En cuanto a los mitos mixtos, son utilizados por los practicantes o maestros de ritos de iniciación, “puesto que toda iniciación pretende también ponernos en contacto con el Mundo y los Dioses”.

 

*

 

Notas

[1] Enrique Ángel Ramos Jurado: introducción a Salustio: Sobre los dioses y el mundo, Gredos, Madrid, 1989.

[2] “Cuando según las costumbres de los padres, los dánaos se aprestaban a ofrecer un sacrificio a Júpiter, y el viejo altar se había calentado con los fuegos que habían encendido, vieron a un dragón azulado reptar por un plátano cercano al lugar en donde se celebraba el rito. En la cima del árbol había un nido con ocho pájaros: la serpiente los capturó, así como a la madre que revoloteaba alrededor de los polluelos que le eran arrebatados, y los hizo desaparecer en sus ávidas fauces. Todos quedaron pasmados de asombro, pero Calcante, hijo de Téstor, adivino de certera previsión, dijo: ‘¡Venceremos! ¡Alégrense, pelasgos! Troya caerá, aunque la nuestra será una empresa larga y fatigosa’, e interpretó a los nueve pájaros como nueve años de guerra.” (Ovidio: Metamorfosis XII, 1.)

[3] Ramos Jurado, op. cit.

[4] Se ha estudiado bastante esa tendencia de los autores de lengua griega de pasar de la admiración a la condena, en este caso respecto a Egipto.

 

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (XX).]

 

 

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