domingo, 5 de diciembre de 2021

Los dioses (Una tipología) (XX)

DGD: Postales, 2021.

 

 

Extravagancias

 

La grandeza no es sino una de las sensaciones de la pequeñez. En el cielo un ángel no es nadie.

George Bernard Shaw: Hombre y superhombre, 1903

 

A la exclamación de Platón en el Sofista, “Me dan la impresión de que nos cuentan mitos como si fuéramos niños”, Juliano responde: “lo que hay de inverosímil en los mitos, con eso mismo se abre el camino hacia la verdad”, y precisamente reclama al cristianismo el usar “la parte del alma amiga de los mitos, infantil e irracional”.

          Juliano insiste: “Si el mito no contuviera una interpretación secreta, como yo creo, cada uno de estos relatos estaría lleno de grandes blasfemias acerca de dios. Porque el desconocer [el Dios cristiano] que la mujer creada como ayuda será causa de la caída, y el negar el conocimiento del bien y del mal, que es lo único que parece sostener a la inteligencia humana, y además, el tener envidia de que el hombre tomando del árbol de la vida se convirtiera de mortal en inmortal, es un exceso de envidia y de celos”.

          Salustio aborda el problema a través de otra cuestión primordial: “¿Por qué se han narrado en los mitos adulterios, robos, encadenamientos de padres y demás extravagancias?”. Él mismo responde refiriéndose a la más inmediata reacción del escucha de estos mitos: “Merced a la extravagancia aparente, de inmediato el alma considera a los relatos como velos y piensa que la verdad es indecible”. La sordidez, la violencia y los arrebatos pasionales contenidos en esos mitos tiene, según Salustio, una función primordial: “el mito expresa en forma enigmática la esencia de Dios [...], puesto que Dios es intelectual y todo intelecto hace conversión hacia sí mismo”.

 

 

Dioses mundanos y supramundanos

 

A continuación Salustio toca otros puntos: “En qué sentido se dice que los Dioses, siendo inmutables, se irritan y son conciliados”; “Sobre los sacrificios y otros honores. Que a los Dioses no somos en nada útiles, sino a los hombres”; “Por qué existe el ateísmo y que a Dios no lo afecta”, y entonces aborda su hermenéutica genealógica más característica y audaz: los dioses cuyos nombres resultan más familiares a través del mito son poderosos pero no dejan de estar dentro del cosmos; de ahí que los llame encósmicos (según otra traducción: mundanos). Así pues, están sometidos a númenes de un tipo superior, los dioses hipercósmicos (o supramundanos).

          Estos últimos son los dioses primordiales, y de ellos derivan las almas racionales e inmortales (“que son la vida que gobierna sobre la sensibilidad y la imaginación, vida que se sirve de la razón”). En cambio, de los encósmicos —los dioses secundarios— proceden las almas irracionales y mortales (que dependen de las pasiones corpóreas).

          Los dioses hipercósmicos comprenden tres órdenes: 1) los que hacen las esencias de los Dioses, 2) los que hacen el intelecto, y 3) los que hacen las almas.

          Entre los dioses encósmicos hay cuatro órdenes: 1) los que hacen que el Mundo tenga existencia; 2) los que lo animan; 3) los que dan armonía al Mundo, que está constituido por contrarios, y 4) los que, una vez armonizado el Mundo, velan por él. Cada uno de estos cuatro cometidos tiene principio, medio y final, y de ahí que sean doce los que gobiernan el Mundo. “Los que hacen el Mundo son Zeus, Poseidón y Hefesto; los que lo animan: Démeter, Hera y Ártemis; los que lo armonizan: Apolo, Afrodita y Hermes; los que velan por él: Hestia, Atenea y Ares.”

          Salustio no habla mucho de los dioses hipercósmicos (también referidos como Dioses-Intelecto), pero acaso se refiere a ellos cuando establece una diferencia entre Providencia y Destino. La Providencia que procede de los dioses es incorpórea y relativa a los cuerpos y a las almas. “En cambio”, agrega, “la Providencia que procede de los cuerpos y está en los cuerpos es distinta, y se le llama Destino [Heimarmene].”

          Es en relación con esta concepción del Destino, afirma, que se ha inventado incluso la ciencia astrológica, a la que Salustio respeta: “el gobierno de los asuntos humanos y, en especial, de la naturaleza corpórea radica no sólo en los Dioses sino en los cuerpos divinos [los astros]”, aunque advierte que es un error “el atribuir nuestras injusticias y desórdenes al Destino”, porque ello significa “hacernos a nosotros buenos y, en cambio, a los Dioses malos”.[1]

          La creencia fundamental de Salustio es que “todo nace tendiendo hacia el bien, pero la mala educación o la debilidad de nuestra naturaleza vuelve hacia el mal los bienes procedentes del Destino”.

 

 

Fortuna Imperatrix

 

Alrededor del año 106 d.C., Trajano construyó un templo en Roma consagrado a Fortuna, considerada la fuerza omnipresente en el universo, anterior incluso a todos los dioses, que por más poderosos que fueran seguían estando sometidos a ella. Tan importante era esta diosa que, incluso después de la adopción del cristianismo como la religión oficial del imperio durante el reinado de Constantino en el siglo IV, Fortuna fue una de las divinidades paganas que se mantuvo firme en su posición: se fue integrando poco a poco en el marco de las creencias cristianas y se convirtió en la Providencia. En su culto originario solía ser representada con una cornucopia, un timón, alas, o bien con una rueda o una bola; a menudo se la representaba ciega. La mayoría de las ciudades le dedicaron una estatua coronada con torres. A este megaculto, el gran Juvenal responde en una de sus sátiras filosóficas: “Si somos prudentes, no tienes, Fortuna, poder alguno. Somos nosotros, sí, nosotros, los que te hacemos diosa y te colocamos en el cielo”.

          Esta respuesta retorna a cada tanto en el arte y la mentalidad humanos; así, por ejemplo, en estos versos del poeta mexicano Marco Antonio Montes de Oca: “El mundo que nos prohíbe volar / Nos debe su propio vuelo”.[2]

 

*

 

Notas

[1] Según cuenta Ovidio en Metamorfosis XIII, en la disputa de Áyax con Ulises por las armas de Aquiles, aquél exclama: “los dioses miran las vicisitudes de los mortales con ojos justos”. Ulises le responde: “un destino injusto nos ha privado de él [Aquiles] a ustedes y a mí”. Aquí Ulises implica que los dioses son justos cuando sus designios benefician a quien los invoca, y son injustos cuando se trata de justificar en los cielos la injusticia fundamental del mundo humano.

[2] Marco Antonio Montes de Oca: “Soy todo lo que miro”, en Delante de la luz cantan los pájaros (Poesía 1953-2000), FCE, Letras Mexicanas, México, 2000.

 

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (XXI).]

 

 

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