miércoles, 5 de enero de 2022

Los dioses (Una tipología) (XXIII)

DGD: Postales, 2021.

 

El sentimiento religioso

 

¡Ojalá, mi pobre corazón, consintieran los dioses que el Destino tuviera algún sentido! ¡Ojalá convenciera al destino de que los dioses tienen algún sentido!

Bernardo Soares (Fernando Pessoa): Libro del desasosiego

 

Sobre el sentimiento religioso, que no necesariamente es la experiencia de lo sagrado, Somerset Maugham, en sus Cuadernos de un escritor, incluye este apunte: “Aldous [Huxley], en la primera de sus Siete meditaciones, dice: ‘Dios es. Éste es el hecho primordial. Existimos con el objeto de poder descubrir este hecho por nosotros mismos, por experiencia propia’. ¡Qué concepto más trivial tiene de Dios!”. Y del hombre, cabría añadir. La extensión está implícita en Somerset Maugham, un escritor que, en sus momentos de mayor honestidad, exclamó: “Estoy contento de no creer en Dios. Cuando miro la miseria del mundo y su amargura, me parece que ninguna creencia puede ser más innoble” (Cuadernos de un escritor, 1949).

          Por ello acaso su mejor párrafo al respecto es el siguiente:

 

Le acuerdan omnipotencia y omnisciencia y no sé que más; me parece extraño, sin embargo, que no le atribuyan sentido común o tolerancia. Si supiera tanto como yo de la naturaleza humana, sabría cuán débiles son los hombres y qué poco control tienen sobre sus propias pasiones, sabría qué llenos de temor están y qué lastimeros son, sabría cuánta bondad hay incluso entre los peores y cuánta maldad entre los mejores. Si es capaz de sentir, entonces deberá ser capaz de tener remordimientos. ¿Qué otra cosa podría sentir al considerar el embrollo que ha urdido con la creación de la humanidad? Lo más sorprendente es que no eche mano de su omnipotencia para aniquilarse a sí mismo. O quizá eso es justamente lo que ha hecho.

 

Una mirada nada lejana de esta pregunta que formula George Steiner en uno de su más polémicos relatos: “¿Hubo alguna vez una invención más cruel, un artilugio más calculado para complicar la existencia humana, que un Dios omnipotente, omnisciente, pero invisible, impalpable, inconcebible?”.[1]

 

 

El moderno creer

 

Reconocemos que cuando la divinidad a la que adorábamos se hizo visible y comprensible, la crucificamos.

George Bernard Shaw: Hombre y superhombre

 

“El modernismo”, dice Charles Péguy, “es la actitud de quien no cree en lo que cree.” Podría añadirse: Pero cree. Pero no cree. Pero cree. Pero no cree. Etcétera. Esa es la actitud: no importa el objeto de la creencia sino que haya algo que destruya a esta última en cuanto aparezca. Es así que el moderno deja de creer; pero resulta por completo insustancial qué sea aquello en lo que no cree, porque en cuanto aparece el “no creo”, algo surge para cuestionarlo, y así sucesivamente hasta hacer vacilar toda seguridad lo mismo que cualquier inseguridad. Esa es la actitud del hombre de la modernidad y es precisamente por ella que es moderno.

 

 

El “creer simbólico”

 

En la segunda versión fílmica de La amenaza de Andrómeda, novela de Michael Crichton, aparece el siguiente diálogo:

 

—¿Crees en los viajes en el tiempo?

  —Claro, igual que creo en Santa Claus y en el Conejo de Pascua. Es decir, me gusta la idea, pero dudo de la realidad.

 

          Como sucede en todo diálogo, las afirmaciones descansan en una compleja red de sobreentendidos. En la respuesta a aquella pregunta se trasluce que el acto de creer no es un único nivel (como generalmente se maneja), sino una escala formada por innumerables niveles. En uno de éstos se acepta la existencia de un acto de creer regido no por la obligación o el convencimiento sino por el gusto (“me gusta la idea”). Creo en lo que me gusta creer; creo en lo que me agrada como idea, aunque ello en algún subnivel no cancela a la duda (“dudo de la realidad”).

          En este caso conviven sin ningún choque el acto de creer en la existencia de Santa Claus y del Conejo de Pascua y el de dudar de la realidad de ambos. Es como una especie de “creer simbólico”, es decir una creencia en lo que esas entidades significan como símbolos, ligados éstos a la inocencia o ingenuidad de la infancia. La duda es un molesto pero necesario recordatorio de que esos símbolos no son literalmente “reales” sino por sus implicaciones sociales y familiares. Cuando un adulto habla con un niño que sí cree literalmente en esas figuras, el “creer simbólico” le permite entenderse con ese niño a la vez como adulto literal (que duda de la realidad de ellas) y como “niño simbólico” (a quien le gusta la idea).

          En otros niveles, lo mismo que se dice de Santa Claus y del Conejo de Pascua se aplica a otras áreas, incluidas las hipótesis científicas como el viaje en el tiempo, las leyendas urbanas como los extraterrestres y, a fin de cuentas, cualquier idea que se sale de la literalidad cotidiana. Y esto implica también a las ideas que no se imponen porque nos gustan sino a las que rodean el temor o la extrañeza.

          Resulta sorprendente la cantidad de matices que tiene el creer simbólico, desde “me gustaría creer aunque sé que es sólo una mera fantasía” hasta “debo creer en ello o de lo contrario caería en la demencia”.

 

 

El origen de todos los inmortales

 

Hércules, después de su muerte en el monte Eta, subió al cielo y quedó convertido en dios. La apoteosis era la ceremonia por medio de la cual los griegos (que la recibieron de asirios, persas y egipcios, y que heredarían los romanos) colocaban en el número de los dioses a emperadores, emperatrices u otros mortales. En algunas ocasiones se sugiere que morir no es sólo el recurso de los mortales para volverse inmortal, sino el origen de todos los inmortales. El imaginario colectivo concibe vivos a los dioses: la única diferencia con los humanos es que poseen una vida ilimitada. Pero igualmente podrían concebirse como muertos: al menos, muertos que han renacido a una vida inmortal.

 

*

 

Nota

[1] George Steiner: El traslado de A.H. a San Cristóbal (1981), Mondadori, Barcelona, 1994; trad.: Antonio Prometeo Moya.

 

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (XXIV y final).]

 

 

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