domingo, 25 de diciembre de 2022

Postales: imagen hablante y vocablo icónico (VI)


 

 

Postales: imagen hablante y vocablo icónico (VI)

Entrevista con Daniel González Dueñas

Praxedis Razo

 

 

¿Cómo se da, cómo encuentras el diálogo entre la cita textual y las imágenes que la acompañan?

            —Tal vez la postal tiene como gran antecedente a la enseign o emblema medieval, que era un símbolo acompañado casi siempre por un texto. Una modalidad semejante era la impresa, llamada así en cuanto “empresa” es aquello que se quiere “emprender”, es decir, el lema o meta personal que elegía el caballero andante (lo clarifica bien el juego de palabras: es la empresa que lleva impresa en el alma), que también constaba de una imagen y un lema. En ambas la parte gráfica se designaba con el nombre de “cifra” (del árabe çifr, que equivale a “vacío” o “cero”), y al dicho explicativo se le denominaba “mote” o “letra”. Lo curioso es que al emblema se le llama también “jeroglífico”, lo cual es contradictorio, porque jeroglífico es generalmente entendido como lenguaje icónico (en contraposición a lenguaje verbal), o bien como una imagen sin palabras (mejor dicho: una imagen que habla como si fuera una palabra). Pero acaso esta aparente contradicción se resuelve en cuanto se considera una expresión muy relacionada, “escritura cifrada”: en emblemas e impresas hay palabras, pero bajo la forma de una cifra, de un enigma a descifrar. (En el jeroglífico hay una simultaneidad sobrecogedora: es una imagen que habla como si fuera palabra y una palabra que dibuja como si fuera imagen.)

            Me gustaría pensar que, en cierto modo, la postal, por su propia disposición y estos antecedentes, es menos una imagen explicada o un texto ilustrado, que un enigma, una enseign, una propuesta a “descifrar”. (Y hasta, ¿por qué no?, una “empresa impresa en el alma”.)

 

¿Cómo vas decidiendo el orden de publicación de las postales? ¿Hay una suerte de acomodo para el lector? Y aprovechando esta pregunta, háblanos de la lógica serial que las rige, tanto de texto como de imagen.

            —No hay ninguna lógica serial, ni de hechura ni de publicación; acaso las postales siguen su propia lógica (si hemos de llamarla de ese modo), y si tratáramos de describir esa lógica tendríamos que hacer varias consideraciones. Una de ellas, por ejemplo, sería recordar algo que John Dryden decía en el siglo XVII: “Las palabras son las imágenes de nuestros pensamientos”. Esto significa que el pensamiento se alimenta de dos lenguajes para construir un tercero. A su manera, las postales intentan recordar esa lectura tanto de textos como de imágenes. El azar depara una conjunción —una coniunctio, según el decir de los alquimistas— que se va formando con lentitud de estalactita. Sin embargo, también sucede lo instantáneo: un texto que despierta de golpe a su correspondiente icónico (alguna imagen guardada tiempo atrás en la memoria sin propósito alguno), o una imagen que de súbito reclama un texto específico que parece corresponderle de una forma íntima, extraña, a veces indirecta, a veces precisa. Esa es la razón de que trate a los textos y a las imágenes con especial respeto.



Antes de imaginar viajes sin nombre, ¿por qué elegir instagram para estas travesías? Hace unos años un grupo de poetas, el laconismo, salió a recrearse visual y textualmente en las calles. ¿Son tus calles las redes virtuales?

            —Una gran parte de instagram es el semillero mismo de las imágenes de la chabacanería, el analfabetismo y el sinsentido, pero hay también ahí algunas páginas de excelentes artistas de lo icónico y de gente que cuestiona el medio desde el medio mismo (cosa que sigo creyendo aún perfectamente posible). La interfaz es muy eficiente; me gusta además que el formato cuadrado sea una condición (antes mis postales tenían encuadres muy distintos: fue útil unificar su espacio de trabajo). Es una lástima que sea una plataforma tan impositiva (el visitante apenas puede ver algunas imágenes y si quiere ver más está obligado a inscribirse). Por lo demás, no he utilizado su herramienta principal de difusión, el hashtag o bandera, que es lo que usan los algoritmos de búsqueda. Los visitantes llegan a mis postales más bien por lo que podríamos llamar las calles del azar, que pueden ser materiales o virtuales.

            Una amiga venezolana que vive en París me ha remitido una postal mía que le fue enviada por una amiga suya, uruguaya que vive en Bruselas, quien explicó que le había sido remitida de Canadá. Bella carambola del azar. Me han llegado postales mías que circulan así en la red, casi (o totalmente) anónimas respecto a quien las hizo, pero prestando su servicio a quien las dijo. Desde luego quien las dice en primer término es el autor literario, y luego el autor de la imagen: ahí están sus nombres; sin embargo, con esas voces va entretejida una tercera: la voz de la conjunción misma entre texto e imagen. Y acaso hay otras voces que se van añadiendo por medio de las repercusiones, no en un galimatías sino en una especie de coro creciente. Eso es o quiere ser la postal.

 


¿Has hecho postales con textos tuyos?

            —Alguna vez, pero sólo a manera de experimentación privada. Eso en cuanto al texto, pero en lo que a la imagen se refiere sí intervengo en muchas postales con imágenes mías, de dos tipos: fotos en algunos casos, y en la mayoría collages, que son otra forma de la conjunción. Tal vez sucede que después de veintiséis libros publicados (con su obstinada inmersión en la palabra escrita) necesitaba instintivamente la imagen como contrapeso.

            Cuando reviso mis cuadernos en donde transcribo líneas o párrafos de muy distintas procedencias, o cuando intento organizar mi colección de imágenes, no hay ninguna ligereza en la selección para reunirlos en una postal. No se trata de “usar” citas literarias o imágenes de otros autores sino de ofrecerles una especie de vehículo imprevisto.

            La postal es, en suma, la reunión significativa de un texto y una imagen, en busca de una tercera forma de lectura, una decantación (un uso conjunto de los hemisferios cerebrales, dirían ciertos budistas), un todo no “mayor” que la suma de sus partes sino un todo anterior a esa suma. Imagen y texto no son considerados como “partes”, pero de alguna manera la suma (la correspondencia) ya estaba latente en ellos. Cualquier cosa puede sumarse a cualquiera otra, pero en este caso (el caso ideal) es una unión sugerida en un cierto nivel en el que no puede hablarse de “uno y otro elemento” por separado (porque en ese nivel no hay elementos separados).

            “Corresponder” también significa recibir algo y transmitirlo, sencillamente porque no recibes algo en verdad si no lo das a un tercero.

 

Si tus notas de lectura son la guía de las postales, como autor estás homenajeando a los textos que te han significado algo.

            —Así es, en efecto. Las postales son actos de reconocimiento a voces primordiales, a esos hallazgos que son iluminaciones, ajustes de cuentas, a veces sutiles caricias para el alma, a veces golpes de marro en la cabeza.

            Se dice que las deudas a ese nivel espiritual no se pagan: sólo puede corresponderse. Esa es en efecto la “lógica” que las depara: la de la correspondencia, entendida esta palabra tanto en su acepción más directa (mensajería postal) como en el sentido que le daban Swedenborg y Baudelaire: todo en el universo se corresponde con todo: el cosmos es una inimaginable telegrafía simultánea de mensajes en todas las dimensiones (un mensaje, antes que “hablar”, es dar; todo mensaje es dádiva, y la primera dádiva, así como el primer mensaje, es precisamente el mensajero).

 


 

¿Cómo ves en perspectiva este trabajo tuyo?

            —En el momento en que termino ciertas postales de proceso particularmente largo, me sucede de pronto darme cuenta de mi entorno y del tiempo corriente con la sorpresa y descolocación del que despierta de un sueño. Pero menos que sueño tal vez cabría hablar de internamiento, de ese ensimismamiento que se alcanza con la meditación profunda; no hablaría de un “dictado” ni de un trabajo automático, sino de una otra forma de percepción en la que cambian los valores de significación (de palabras y de imágenes) a un grado sorpresivo.

            Desde luego, la intensidad no es igual en todos los casos. La hechura de postales es semejante a una invocación que alcanza mayor o menor profundidad según leyes a descubrir, recurrencias a identificar, llamados a reconocer. Sobre todo de las postales que representan mayores dificultades (que son generalmente las que demandan la hechura de un collage) salgo como de un rastreo que implica mucho más que unas cuantas horas; es más que un mero buscar soluciones de diseño; más que limitarse a “ilustrar” una cierta intuición expresada en palabras (ya sucedía esto en la hechura de clonografías y morfogramas). Lo mismo que el tiempo, imágenes y palabras se transfiguran al extremo de dialogar por completo fuera de toda intención o expectativa. Eso me han dado las postales: un tiempo distinto, un espacio disímil al que no alcanzaría de otro modo.

            Esa misma forma de meditación (si queremos llamarla así) sucede cuando reviso el acervo de las ya hechas y publicadas. Verlas lentamente una tras otra me da un enorme gozo, una especie de latitud (y lasitud) de percepción. Cada una me hace recordar el proceso de su hechura, pero sobre todo el estado mental que han propiciado (una suspensión del monólogo interior, que es la virtud de la meditación). Ligar entonces una a otra se vuelve unitario y casi diría sinfónico. Acaso por ello me he vuelto tan aficionado a ellas: menos que trabajos las veo como umbrales.

 

*

 

[Leer Postales: imagen hablante y vocablo icónico (VII).]

 

P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

Postales

Postales de poesía

 

 

No hay comentarios: