martes, 6 de junio de 2023

Jaime Sabines: un canto silencioso

DGD: Postales, 2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Jaime Sabines: un canto silencioso

 

 

Nota

Estos fragmentos de la voz de Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérrez, 1926-Ciudad de México, 1999) referidos a la escritura de Adán y Eva (1952), uno de los textos capitales de la poesía mexicana, provienen del libro de Pilar Jiménez Trejo Jaime Sabines. Apuntes para una biografía (Conaculta, Consejo Editorial para las Culturas y las Artes de Chiapas, Tuxtla, 2012; 2ª ed.: Sabines. Apuntes biográficos, Tusquets, col. Tiempo de memoria, México, 2014). [DGD]

 

Entre diciembre de 1950 y enero de 1951 escribí Adán y Eva. Cuando me casé ya había terminado ese poema largo que se publicó años después en la revista del Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas.

             Fue escrito en varios capítulos; los poemitas breves que componen cada fragmento los hacía en un día. Es un poema que al leerlo da una sensación de tranquilidad, como debió haber sido el mundo de Adán y Eva, ¿verdad? Ellos no tuvieron celos jamás, no había un tercero, ni hombre ni mujer, que se metiera en sus vidas. Adán y Eva fueron los primeros habitantes del mundo, no había nadie más que ellos dos. Es un poema de ternura y del encuentro del hombre con las cosas de la tierra, por ejemplo su encuentro con el mar, con el fuego; luego él construye la casa, eso es fabuloso.

 

*

 

En alguna parte ella le dice que quizá no sea tan buena idea alejarse de los animales, de la naturaleza... “¿Qué te pasa? Aquella vez te sentaste bajo el árbol de la mala sombra y te dolía la cabeza”, porque Adán está muy presumido, muy presuntuoso, pensando que lo sabe todo. “Te voy a enterrar hasta las rodillas otra vez”, le dice ella… Así termina ese fragmento.

             “Mira, ésta es nuestra casa, éste nuestro techo. Contra la lluvia, contra el sol, contra la noche, la hice. La cueva no se mueve y siempre hay animales que quieren entrar. Aquí es distinto, nosotros también somos distintos”, Adán le dice presumiendo que son diferentes.

 

  —¿Distintos porque nos defendemos, Adán? Creo que somos más débiles.

  —Somos distintos porque queremos cambiar. Somos mejores.

  —A mí no me gusta ser mejor. Creo que estamos perdiendo algo. Nos estamos apartando del viento. Entre todos los de la tierra vamos a ser extraños. Recuerdo la primera piel que me echaste encima: me quitaste mi piel, la hiciste inútil. Vamos a terminar por ser distintos de las estrellas y ya no entenderemos ni a los árboles.

 

        En este poema reconozco la sabiduría de la mujer, siempre más sabia que el hombre.

 

  —Es que tenemos [un árbol] que se llama espíritu —le dice él.

  —Cada vez tenemos más miedo, Adán.

 

  —¿Qué te pasa? Aquella vez te sentaste bajo el árbol de la mala sombra y te dolía la cabeza. ¿Has vuelto?

 

  —Te voy a enterrar hasta las rodillas otra vez.

 

        Eva le dice eso como para decirle: “Deberías tener más contacto con la tierra de nuevo”.

 

 

En el antepenúltimo fragmento, Adán habla de que Eva “se quedó quieta y dura”, dice, que dejó de hablar, comenzó a oler mal, estaba muerta: y sin embargo, más adelante Eva está embarazada y su vientre crece bajo las manos de Adán... Muere, pero renace; a propósito puse en el último fragmento del poema la esperanza que es la vida, la oportunidad de que cada día es un renacer: “Bajo mis manos crece, dulce, todas las noches. Tu vientre manso, suave, infinito”. Es cuando va a parir Eva. Lo que quiere decir el poema puesto al último es que la vida está siempre al frente, que retoña... Es muy posible que yo estuviera feliz cuando escribí ese poema.

            En Adán y Eva no creo que haya una influencia de la tierra, de la naturaleza de Chiapas. El poema habla del paraíso y las cosas que hay en él: mar, aire, árboles, estrellas... Es la formación del medio ambiente: uno es lo que lo rodea.

 

*

 

Adán y Eva se encuentran en el paraíso. Eva fue creada de un costado de Adán, quien fue hacia ella y la tomó: “Y parecía que los dos se habían metido en un río muy ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían, mientras pequeños peces equivocados les mordían las piernas”. Adán se reconoce en Eva al decirle: “Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme nunca”... Este largo poema fue escrito como un canto silencioso.

            Me extraña que este libro no haya sido llevado al cine porque siempre lo he visto como una película. [...] Es mi primera incursión en el poema en prosa. Entre los veinte y los treinta años el poeta se preocupa mucho por el peso de las palabras; yo quería hacer una poesía lo más independiente posible de las palabras, una poesía que resistiera a cualquier traducción. Y es a través de la prosa, cuyo ritmo es el que más se acerca al de la sangre, donde esto se consigue mejor.

 


Creo que la poesía debe llegar a los orígenes para que todo vuelva a ser de nuevo, las palabras, las cosas. Es importante no perder el asombro virginal frente al mundo. Porque el poeta lo que hace es precisamente descubrir el mundo, reconocerlo. Para él todas las cosas son primerizas. Creo que el poeta es el que dice todas las cosas por primera vez. No se trata de un afán meramente creativo.

            La poesía sirve para ayudar a la gente que se pone a contemplar este mundo destruido y abstracto, pero no para corregirlo. Para sentirse mejor frente al mundo. Para saber que hay otra persona que, como uno, siente lo mismo ante las cosas. Es un gran alivio encontrar a un poeta amigo, a un poeta que dijo lo que uno habría querido decir en un momento dado. Por eso creo que siempre va a haber poetas, que siempre habrá poesía.

            Cada lector crea su propio mundo a través del poema, es decir que el poema puede tener el sentido que el poeta le da, pero este sentido es absorbido de diferentes maneras por cada lector. En ese sentido la poesía es como un río que fluye y cada quien se acerca a beber de manera diferente.

            Siempre he pensado que el poeta es el testigo del hombre y de la vida, que no se puede hacer poesía en una campana neumática donde el poeta esté totalmente aislado de la realidad; aparte de que escribe de manera cotidiana los sucesos, pienso que lo único que hace uno con la poesía es dejar testimonio del paso del hombre sobre la tierra. Para que la poesía realmente fluya, uno de los deberes del poeta para consigo mismo es ser auténtico. Muchas veces siente uno que es como un dictado que se va almacenando en el subconsciente del hombre y que en el momento de escribir sale, surge, como escritura, lo que el poeta ha guardado durante días.

 


Conozco poetas que trabajan un poema durante meses; en mi caso nunca ha sido así. En ese sentido sí creo en la espontaneidad de la poesía, pero desde luego no pienso que la poesía se deba hacer con los pies, se debe hacer con la cabeza, no predominando el intelecto: la poesía es emoción más que nada, y el intelecto debe quedar subordinado a la emoción. La poesía es la comunicación de la emoción humana: si no hay emoción, puede haber muy buenas ideas, pero no se trata de ideas, se trata de instantes de la vida, de momentos en que se ve transmitida la emoción, es un descubrimiento de la verdad del mundo, de las cosas que te rodean. Siempre he creído que la literatura puede ser un oficio pero también una desocupación. La poesía es otra cosa: es un destino. Es algo que se hace fundamentalmente con palabras, con emociones, con sentimiento.

            La vida es sencilla, pero uno la enreda y la complica. La poesía también es una forma de enredarla. Y luego te das cuenta de que la poesía te vino a corromper. Cuando la vida a lo mejor es simplemente despertarse por la mañana, desayunar, platicar del tiempo, tú quieres entregar algo a la gente y encontrar un sentido a todas las cosas. No podría uno vivir con las cosas sin saber qué son ni para qué sirven. Uno está en eso, preguntándose constantemente: ¿qué es esto y por qué?

            Qué cuento el del hombre y el poeta, ¿verdad? A lo mejor seríamos más felices si sólo viviéramos, si no nos preguntáramos nada. Eso sería el paraíso. El paraíso es una gran ignorancia, no cabe duda. Mientras tú te sigas preguntando “¿qué hago?”, “¿para qué sirvo?”, “¿qué hace la gente?”, no estarás cegado. Y normalmente está uno así todo el día: preguntándose. Yo siempre he estado así, desde que tenía dieciocho, diecinueve años.

 

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 [Leer Rafael Alberti: la estancia del ángel]

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