domingo, 5 de noviembre de 2023

Tomás Segovia: el cuerpo pensante (3)

DGD: Postales, 2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Sobre poesía y poema (2)

Tomás Segovia

 

[Fragmentos extraídos de los cuadernos de notas de Tomás Segovia: El tiempo en los brazos, Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012-2015; tres tomos. (DGD)]

 

 

La poesía es un arte solitario. Por eso es un arte maldito. No hay músicos malditos. Tampoco, aunque han tratado, pintores malditos.

            La poesía se escapa, no existe. La poesía es una ceremonia simbólica, una celebración de algo que nunca existirá más que en la forma de esta ceremonia. Si la poesía no se muerde la cola es sólo porque no tiene cola.

            Qué envidia, en serio, de los otros, sobre todo de los otros artistas, los que sí tienen algo entre las manos: tomar el espíritu sin recibir la maldición. El poeta tiene las manos vacías.

            Pero también, quizá, de ahí nace la superioridad de la poesía, que vale todas las otras superioridades y más: ella es la prueba indudable y puesta en acto de que el arte no es el arte.

            En la poesía el amor de lo real viene de mucho más lejos.

            Un tranquilo, rutinario, incluso mezquino burgués puede hacer música maravillosa, pintura maravillosa —y aun novelas maravillosas. Pero no poesía maravillosa. La poesía se hace con la sustancia de la vida personal y bien concreta, cotidianamente concreta, porque no puede apoyarse en otra cosa, porque es un arte solitario. La estética no le está permitida. Una sonata preciosa es preciosa. Un poema precioso es una mierda.

            Por eso hay tantos que a cierta edad parecen poetas: son anuncios de poetas, creen que después van a dar en su vida una base a todo eso. Pero después no pueden, les queda sólo el talento, pero no pueden mentir. La poesía es el arte que no puede mentir —quiero decir el arte que podría mentir y por eso tiene que no mentir. Las demás artes tienen que ser veraces, pero la poesía tiene que ser fiel. [Septiembre 17 de 1959]

 

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La poesía es una obstinación. Tal vez mejor: la práctica de la poesía es una obstinación. Todo se confabula para que no exista o sea una falacia. Eso demuestra precisamente hasta qué punto es real. [...]

            Ese es el movimiento de toda poesía. Transformar la vida, la vida falsa, en la verdadera vida que “está ausente”. Pero decir “la verdadera vida está ausente” es justamente hacerla presente; no inventarla, sino cambiarla. Tener una verdadera vida en otro sitio es la solución más insípida que pueda imaginarse. Lo que necesitamos con toda la fuerza de nuestra exigencia —y esa fuerza es la poesía— es hacer de esta vida la verdadera vida. [Septiembre 1 de 1960]

 

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[U]n poema no se revela nunca a sí mismo: se revela por relación a un centro demarcado por el conjunto y tanto mejor conocido cuanto mejor conozcamos el conjunto. Es un sistema abierto, que desemboca además en otro sistema abierto: en una Persona (en el sentido casi teológico de la palabra), que tampoco se revela directamente a sí misma, sino a través de su desenvolvimiento frente a todo lo que no es ella y a lo largo de un proceso temporal: el “tiempo que escribe por nuestra mano”. Los poemas son los actos del Poeta como los hechos de la historia personal son los actos de la Persona: con ellos el poeta y la persona se revelan, dibujan el contorno de su centro, inasible si no; son los trazos que vamos poniendo sobre la hoja en blanco, sobre la vida en blanco, para ver no nuestro rostro sino nuestro destino. La poesía así es destino, y esta es la única explicación de que no se escriba ni un poema solo (el Poema único —como soñaba —sólo soñaba— Mallarmé) ni un número teóricamente infinito de poemas, como podría soñar quizá un cibernético (si los cibernéticos soñaran).[1]

 

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Toda poesía, todo arte, persiguen un misterio. Pero hay una poesía que captura su misterio antes, que se hace con un misterio ya capturado, que se hace poniendo el misterio dentro del poema construido como una jaula —o como un palacio. Alto ejemplo de este tipo de poesía sería justamente Muerte sin fin. Y hay otra poesía que es ella misma carne de su misterio, que se va haciendo a medida que se va entregando el misterio, que nos entrega su misterio en lugar de que se lo entreguemos nosotros a ella. Si se quiere decir que [Xavier] Villaurrutia es intelectual porque es del primer tipo, se comete un grosero error. Su poesía es justamente de ésas que no contienen un misterio, sino que lo son; su poema no es la casa del misterio, sino su cuerpo febril; su revelación, justamente, no es la idea del poema sino todo su organismo regado en cada parte por la sangre de un misterio vivo y que respira.

            En la poesía del primer tipo la inspiración está plasmada antes de escribir y de una vez por todas; es decir que está hecha idea, alta idea a la que se llega por la escalera de las palabras poéticas. Pero la inspiración de Villaurrutia vuelve a suceder cada vez y está sucediendo a cada instante de la lectura, y no como un premio alcanzado al final (o en medio, o al principio, da igual), sino entregada con el poema mismo, a la manera en que el amor se entrega con un cuerpo, porque el poema no ha sido hecho para que el poeta nos diga algo por su intermedio, sino en primer lugar para decírselo al poeta mismo, como un acto de paciente y sorda violencia mediante el cual el poeta fuerza al misterio a hablar, a decir unas palabras que, antes de escribir, el mismo autor no conocía sino como presentimiento y oscura llamada.

            Esto es a mis ojos una poesía emotiva, una poesía temporal en un sentido más profundo del usual —quiero decir que alienta, que late, que sucede: una poesía que nos contrae el estómago y nos corta la respiración, aunque sea, como en el caso de Villaurrutia, de manera oscura y suave; una poesía, en fin, más impalpable sin duda que la otra, pero también sobrecogedora. Y lo demás, junto a esto, se reduce para mí a la comprobación de que Villaurrutia es inteligente y lúcido, esas dos cosas que todos los grandes poetas se empeñan en ser, aunque nadie se los perdona.[2]

 

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La relación ideal para seres como yo es encontrar una persona, no que entienda y aprecie lo que uno dice, sino para quien uno sea lo que dice —o diga lo que es. De ahí la poesía: en un poema logrado, ser y significar no se distinguen. Un poema es lo que dice, y no dice otra cosa que lo que es. La expresión alcanza al ser.

            (Pero eso son los poemas. Su autor, no es tan seguro. Por eso no se trata de hacer poemas, sino de ser poeta —para alguien.) [Mayo-julio de 1964]

 

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Hay que tener fe en la palabra y hablar no para decir las verdades, sino para permitirles que se expresen —si quieren y pueden. [Mayo-julio de 1964]

 

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Humildad de hablar: aceptar no decirlo todo. [Junio 11 de 1964]

 

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La poesía es lo contrario del espíritu turístico tanto como del espíritu rutinario. Síntesis superior del éxtasis y el hastío. Ver lo nuevo con ojos antiquísimos, lo Viejo con ojos nuevos. (¿Es ésa la definición del Mito?) Sentirse en su casa en todas partes, sentirse viajero en la propia casa. Familiar asombro, estupor de la fidelidad. [Abril 8 de 1965]

 

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Depositar la emoción en el lugar de la poesía es confiarla al lugar de lo compartible, lo que tal vez no será inmediatamente compartido, pero puede serlo diferidamente, y sobre todo: incluso si no es compartido es en sí mismo ser compartible. Digo “el lugar de la poesía” y no sólo “el poema”, porque se trata más bien de la emoción vivida en “estado poético” —y el poema mismo no funciona sino como revelador de ese estado. Sea como sea, de lo que estoy seguro es de que vivir la emoción en estado poético era no vivirla solo, era vivirla como ser-del-amor, es decir como un ser perteneciente al amor, que sigue siendo aborigen del amor incluso cuando está solo lejos de su tierra. Porque como decía, no hay emoción solitaria.

            Tal vez estoy hablando de un tipo de emoción: la que hace la vida deseable; tal vez hay otros tipos. Y tal vez no debería generalizar: tal vez es algo personal y hasta fechado. En todo caso, en mí, así y entonces, había esto: enviar mis pensamientos. [...] Por algo se encuentra tan a menudo en la poesía espontánea la idea del pensamiento que va, que vuela, que viaja, que corre hacia alguien —y en imperativo casi siempre: ¡Vuela, pensamiento, y dile...! Lo decisivo es que ese pensamiento es enviado, aunque no tenga como destinatario a una persona real y concreta; y con frecuencia la persona concreta mencionada es una convención, un puro nombre genérico de la destinación de ese pensamiento.

            Tal vez también por eso abundan tanto en la poesía las amadas imposibles: incluso si la persona es real, ese deseo unidireccional pone el acento en su direccionalidad más que en su recepción efectiva. No significa, por supuesto, que la destinación del poema es una ficción, como seguramente se apresuraría a concluir un teórico moderno; significa que todo poema apunta, incluso cuando su meta está suspendida. Y también, claro, que cuando apunta a una meta real y concreta a la vez apunta al lugar de esa meta, o sea a un destinatario abierto, por supuesto imaginario —pero los seres concretos pueden ocupar el lugar de las imágenes: llenar una imagen. [Octubre 21 de 1983]

 

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El poeta está infinitamente vivo, pero camina con naturalidad entre los muertos. No sólo habla con los muertos, habla por los muertos. Como nos lo enseña la historia de Orfeo. [Abril 12 de 1984]

 

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Nada es más público que la palabra poética. A la vez, nada, por lo menos en ciertas circunstancias, se presenta más difícilmente en público. Ahora: la actividad poética es individual, pero no en absoluto privada. [...] La poesía hace eso con frecuencia: abrir un silencio para oír, para volver a oír.  [Junio 19 de 1986]

 

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Esto no es sino el principio general de la poesía. El sentido de la realidad, de la vida, de la vida real y la realidad viva, se puede decir, pero no se puede hablar de él. Se puede decir hablando, pero hablando de otra cosa: de la realidad, de la vida, pero no del sentido de la realidad y de la vida. [Diciembre 23 de 1992]

 

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La poesía por lo menos no nos adoctrina nunca, nunca hace posible una militancia, y aunque es decididamente voz de la Verdad, no está ahí para entregarnos esa Verdad, sino para entregarnos a ella. [Noviembre 20 de 1996]

 

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La poesía es infecciosa, es la única manera incurable en que un alma infecta a otra de sus fiebres, sus procesos, sus metabolismos. [...] El hombre ha sabido siempre que en la voz del poeta lo que habla no es el yo, es la realidad, la verdad del mundo —o el dios, o la Musa, o el misterio. En el poema la voluntad calla. Tal vez la más arcana sabiduría ancestral del hombre pueda resumirse en la fórmula de que la verdad sólo habla donde la voluntad calla. [Diciembre 1 de 1997]

 

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[S]iempre que tengo que hablar —que escribir— de poesía, lo primero que siento es un furioso deseo de callarme, de no perturbar, de no manchar lo que la poesía dice. [Junio 3 de 1999]

 

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El sentido de la poesía no es artesanal, pero su trabajo sí. El poeta no es artesano de la poesía, pero es un artesano de la lengua. El trabajo del poeta, la práctica de la poesía no es una profesión, es un oficio. No es posible (salvo por metáfora) un colegio de poetas como un colegio de abogados. El estudio de la poesía es o puede ser una profesión, la poesía no: hay una licenciatura y un doctorado en letras; no hay una licenciatura en poesía.

            Por eso en la época moderna el único pensamiento que puede ser de veras libre, o sea de veras pensamiento, es el del poeta. La filosofía misma ha caído demasiado en el campo académico. En última-última instancia, a través de tantos eslabones como se quiera, el campo académico es parte del campo del poder. [Abril 31 de 2003]

 

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En cuanto hecho de palabras, la poesía no puede ser intemporal e idéntica a sí misma. Esa naturaleza de la poesía no es ajena a su función y a su contenido. La poesía canta, expresa y da a amar el mundo real. [Noviembre 22 de 2004]

 

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Pienso que F. es un caso ejemplar de un tipo frecuente de poetas: la poesía es su vida, toda su vida. Le falta el paso decisivo: que la vida sea su poesía. [Enero 15 de 2007]

 

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[L]a idea de sustituir a la poesía y al arte tradicionales, fundados en la oscura búsqueda del sentido, por un arte y poesía fundados en claras convenciones programáticas cuya cuenta nueva echa un borrón sobre el sentido (sobre el contenido) es de seguro igualmente estúpida, pero es la doctrina oficial del pensamiento hegemónico de nuestra época. [Mayo 14 de 2008]

 

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Días pasados sentí con más fuerza que nunca que hace ya años que he cumplido el sueño más querido de mi juventud: escribir (y mucho) enteramente fuera de la literatura. (Si me oyera Roland Barthes...) La poesía que escribo ahora la escribo en plena inocencia: a mano limpia, solo frente a la realidad, sin que se inmiscuya la menor gota de profesionalismo, ni de “intertextualidad”, ¡Dios me valga!, como tampoco trucos atesorados o especulaciones con valores seguros.

            Esto, naturalmente, es el privilegio de la extrema madurez. No sería posible si yo no hubiera vivido mucha poesía ajena, que no es lo mismo que estudiarla, incluso cuando uno hace las dos cosas a la vez. Pero a estas alturas todo lo que he asimilado de mis lecturas y espectáculos ya no está nunca incrustado en mi vida, sino disuelto en ella. Esto no es intertextualidad, sería en todo caso inter-experiencia, inter-sentido —pero el inter-sentido es el sentido mismo.

            Nada se compara a esta sensación dichosa que tengo ahora al escribir un poema: que entro en sintonía con la vida, y la voz, que en mí responde a esa sintonía, sale toda de mí, no la saco en ninguna medida de otro sitio, aunque ese otro sitio fuera mi acervo, mi conocimiento, mi riqueza apropiada. [Julio 9 de 2009]

 

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Escribir poesía es pues construir un mensaje hecho para escucharse o leerse entre íntimos, pero hecho a la vez para buscar a esos íntimos entre el vasto público. Más bien habría que decir a través del vasto público, porque el mensaje no sólo se dirige a la sociedad circundante, sino al Hombre con mayúscula, incluyendo a los hombres futuros.

            En todo caso el poema no puede buscar ese espacio común de lectores íntimos sino publicándose, y por eso todo poema está hecho para publicarse, aunque es claro que muchos, sin duda la mayoría, no se publican nunca.

            Ahora bien: el poema publicado cae inevitablemente en el espacio público. En su camino hacia el íntimo lector es atrapado por un lector profesional, por uno que no hace del poema una lectura íntima, sino una lectura pública. En busca del lector, el poema se topa con el crítico. Los lectores comulgan: intercambian más o menos al azar sus experiencias de lectores comunicándose dentro de un espacio que es de la vida en común, un espacio que está antes y después del espacio público. Esta actividad comunicativa no es la cultura, es la vida de la cultura. La cultura (en el sentido que doy aquí a ese término) es más bien lo que produce el crítico. [Diciembre 28 de 2009]

 

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[H]ay una experiencia de lo numinoso, o un aspecto de esa experiencia, que [es] esa emoción “extática” de armonía con lo real, de dicha suprema y de gratitud inagotable que vemos a veces en la poesía o en la mítica, esa entrega de nuestro ser a la totalidad que nos trasciende y justifica el cosmos. Si miramos así lo religioso, habría que decir que en Grecia lo religioso asomó más en los filósofos y poetas que en los sacerdotes y practicantes.

            Esa experiencia es también (en principio) inefable, pero no nos “derriba” como la de lo “tremens” según [Rudolph] Otto. Podríamos decirlo así: es inefable, pero no muda. Por eso acaba por no ser tan inefable, por ser escuchable en el lenguaje no del todo inhumano de los poetas y los místicos. [Abril 24 de 2011]

 

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Notas

[1] Tomás Segovia: “Recuentos de Sabines” (1962), en Trilla de asuntos. Ensayos II, Universidad Autónoma Metropolitana (col. de Cultura Universitaria 51), México, 1990.

[2] Tomás Segovia: “Villaurrutia desde aquí” (1961), en Ensayos I. Actitudes/Contracorrientes, Universidad Autónoma Metropolitana (col. de Cultura Universitaria 44), México, 1988.

 

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Tomás Segovia: El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas, Ediciones Sin Nombre/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2012-2015. Tomo I (1950-1983); prólogo de Christopher Domínguez Michael. Tomo II (1984-2005); prólogo de José María Espinasa. Tomo III (2005-2011); prólogo de Daniel González Dueñas.

 

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 [Leer Tomás Segovia: el cuerpo pensante (4)]

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