sábado, 6 de enero de 2024

Hugo Mujica: el decir del tiempo

DGD: Postales, 2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Hugo Mujica: el decir del tiempo

D.G.D.

 

En 1999 Ernesto Sabato resumía la biografía de este poeta: “Hugo Mujica nació en Buenos Aires en 1942. Su niñez se vio oscurecida por el trágico accidente que costó la vista a su padre; este hecho llevó a la familia a difíciles situaciones económicas, lo que, si por un lado significó desprotección, por otro ejerció en él una temprana libertad: ya en su adolescencia las situaciones de riesgo le fueron comunes. Trabajando de día y estudiando de noche, termina el bachillerato y comienza sus estudios en bellas artes. A los 19 años se va a Estados Unidos sin saber inglés y sin un peso, para abrirse a otras posibilidades. La búsqueda del sentido de la vida le era entonces ya imprescindible. Ahí hará de todo; con el tiempo llegará a trabajar de fotógrafo y podrá seguir sus estudios en bellas artes, y pintar. Eran los años sesenta en Nueva York; como para tantos de nosotros, el existencialismo francés lo había deslumbrado. Perteneció a aquella juventud que encontró en Cuba una alternativa a una sociedad injusta, competitiva y de consumo, que vivió con horror Vietnam y que probó todo en busca de una manera de vivir que pudiera cambiar el materialismo que lo asfixiaba. Frecuentó grupos anarquistas y hippies y se inició en el LSD. En medio de una grave depresión abandonó la pintura y por largos meses no hizo más que ver encenderse y apagarse las luces de la ciudad desde una ventana. Finalmente lo único que salva al hombre es el espíritu: Hugo fue rescatado por el grupo Hare Krishna y se interesó en el Zen. Poco después entró en un monasterio de la orden trapense, en donde fue monje con voto de silencio durante siete años; hoy es sacerdote. Hugo Mujica es un gran poeta escritor o yo no tengo intuición de lo que es la literatura. El tiempo lo dirá a todos”.[1]

   A ese lugar común según el cual el tiempo dice —o termina por decir, o arroja con su lejanía una claridad sobre lo que era confuso por inmediato— habría que agregar —lo que no es tan obvio como parece— que el tiempo habla por traducción al lenguaje humano, y que esa traducción no está siempre guiada por la imparcialidad: en general son la historia, la crítica, el “espíritu de los tiempos”, incluso la moda, los que lo hacen decir; el poder se basa en interpretar el pasado para condicionar el presente y asegurar un futuro hecho a su propia conveniencia. En su poesía, Mujica fusiona al tiempo con una de sus mayores interrogantes, el vacío Zen: “Alguna vez, / cuando llegue a estar vacío, / cerraré la puerta y arrojaré / la llave; // sí, / habría que arrojarse afuera / como una ofrenda sin retorno, / como un regalo que nadie acoja”. Porque la ofrenda, menos que el intento de hacer decir, consiste en un ansia de escuchar: “toda poesía es barro, / barro de sed partido. / Plegaria”. El tiempo parece decir muchas cosas en la voz colectiva pero sólo cuando habla en boca de un poeta expresa algo que puede reconocerse como profundo.

   Y es que Mujica ha llegado no una sino varias veces al sacerdocio: no sólo cuando estudió teología y antropología filosófica en un seminario y se ordenó sacerdote (por un periodo atendió una parroquia en Buenos Aires; luego dejó esa ocupación y se dedicó por entero a la escritura), sino cuando a través de los años —llevado por un ímpetu denodado, por una sed espiritual insobornable— alcanzó distintas formas de la investidura ritual por medio de la contracultura, del anarquismo, de la militancia política, del existencialismo, del misticismo hinduista, del Zen, de la filosofía (en la Free University of New York), de la pintura (en la School of Visual Arts de la misma ciudad), de la tradición hesicasta (en el Monte Athos en Grecia)... Cada una de estas vivencias significó un retiro, todas ellas contenidas en aquel periodo de aislamiento solitario que pasó en un campo de la provincia de Buenos Aires; ahí escribió su biografía y luego la destruyó, puesto que lo que necesitaba era contarse a sí mismo lo vivido hasta entonces, “ponerme al día y hacer con tantas experiencias una narración, un saberme a medida que me iba diciendo”.[2]

   La biografía en prosa es un irse diciendo, mientras que la verdadera biografía yace en el poema, en donde todo está dicho (“Todo cabe en las manos vacías / y ese vacío es el don, / y ese don es también todo”). A fin de cuentas, se trata de distintas formas de un único sacerdocio laico: “Agitar las alas todavía no es volar, / aún no es afuera. // Cuando el alma cabe por dentro / es que aún no es el alma, / es que aún no es de carne”. La afinación del alma comienza y termina en el cuerpo.

 

 


 


 


 


 


 


 

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Obra poética de Hugo Mujica: Brasa blanca (1983); Sonata de violoncelo y lilas (1984); Responsoriales (1986); Escrito en un reflejo (1987); Paraíso vacío (1992); Para albergar una ausencia (1995); Noche abierta (1999); Sed adentro (2001); Casi en silencio (2004); Y siempre después el viento (2011); Cuando todo calla (2013, Premio Casa de América de Poesía Americana); Barro desnudo (2016); A las estrellas lo inmenso (2019).

 

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Notas

[1] Ernesto Sabato: Cuentos que me apasionaron, Seix Barral, Buenos Aires, 2011.

[2] Hugo Mujica: Lluvias. Antología poética 1983-2019, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2020.

 

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 [Leer Omar Khayyam: “El mundo es cuerpo”]

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