viernes, 5 de abril de 2024

Julio Cortázar y la poesía (1)

 

DGD: Postales, 2024.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Julio Cortázar: la gran tormenta silenciosa

D.G.D.

 

Quienes catalogan como narrador a Julio Cortázar (Ixelles, agosto 26 de 1914-París, febrero 12 de 1984) —es decir la mayor parte de la crítica y de sus lectores— pasan usualmente por alto que la poesía fue su territorio de partida: lo primero que publicó fue un poemario, Presencia (1938), y un libreto escénico al que calificaba como poema dramático, Los reyes (1949), para luego consagrarse a un estudio profundo y detallado de la poesía de John Keats (escrito hacia 1949-1952 y publicado hasta medio siglo después, en 1996; se trata de una verdadera arte poética y es muy probablemente su libro menos leído, junto con Prosa del observatorio y 62 Modelo para armar). La poesía fue también el territorio de llegada, como lo muestra esa reunión personal de poemas llamada Salvo el crepúsculo (1985). “La poesía fue la gran pasión de Cortázar”, recuerda su primera esposa y albacea Aurora Bernárdez; “era un gran lector de poesía, pero sus amigos eligieron su prosa. Tuvo tanto reconocimiento cuando se publicaron sus cuentos que todo el mundo olvidó que era un creador de poemas desde los doce años.”[1] En efecto, Cortázar relata que a esa edad era capaz de escribir sonetos de perfecta forma tradicional, aunque de escaso contenido.

[1] Cit. en El libro de Aurora. Textos, conversaciones y notas de Aurora Bernárdez, Alfaguara, Madrid, 2017; eds.: Julia Saltzmann y Philippe Fénelon.

 


 

               En 1971, en un tiempo en que Cortázar ya era aclamado por sus cuentos y sobre todo por Rayuela, lo sorprendió la propuesta que le hicieron José Agustín Goytisolo y Joaquín Marco, fundadores de la editorial Ocnos de Barcelona, de publicar algo de su poesía. Luego de vencer grandes reticencias, Cortázar accedió y el resultado fue en Pameos y meopas (1971). Era el primer poemario firmado con su nombre, puesto que el primero, Presencia, estaba acreditado al seudónimo “Julio Denis” (“fue una pequeña edición para los amigos; es un libro inhallable, y lo publiqué además con un seudónimo, lo cual te demuestra que yo tenía mis recelos”).[2] Pameos y meopas revelaba desde el título su intención entre irónica y defensiva y no modificó su imagen de narrador, como tampoco lo habían hecho los poemas que Cortázar incluyera en sus dos grandes libros misceláneos, La vuelta al mundo en 80 mundos (1967) y Último round (1969). Gran parte de la crítica vio estos poemas como curiosidades, asomos de un poeta tímido que pretendía usurpar el poderío de sí mismo en tanto narrador. (Un narrador que por cierto insistió siempre en no ser conocido solamente como autor de cuentos y novelas, y que incluso llegó a afirmar su deseo de ser considerado como poeta.)

[2] Orlando Castellanos: “Jugar en serio. Entrevista con Julio Cortázar” (1978), en Confabulario, México, junio 25 de 2005.

               En el prólogo a Pameos y meopas, Cortázar afirma: “mis poemas no son como esos hijos adulterinos a los que se reconoce in articulo mortis, sino que nunca creí demasiado en la necesidad de publicarlos; excesivamente personales, herbario para los días de lluvia, se me fueron quedando en los bolsillos del tiempo sin que por eso los olvidara o los creyera menos míos que las novelas o los cuentos. Ahora que amigos insensatos quieren verlos impresos, no me disgusta y ahí van algunos, pero nada cambia en el fondo para ellos o para mí, creo que nos quedaremos siempre como del otro lado del libro, asomando a veces allí donde la poesía habita algún verso, alguna imagen”.

 


 

               Cortázar era un autor muy reconocido como protagonista indispensable del boom latinoamericano, y lo que menos pensaba publicar era su poesía, acostumbrado a mantenerla oculta. Las razones de ese ocultamiento (si se quiere ver así, porque en realidad el no mostrar no es necesariamente un sinónimo de esconder) son complejas, y sus aristas pueden reunirse y sintetizarse en varios puntos:

               —En primer lugar interviene la diferencia entre poesía culta y poesía oculta. La primera sería el consenso que para una época define y valora la actividad poética (tradición). La segunda sería el esfuerzo de ciertos escritores para oponerse a ese consenso, despojarlo de convenciones y prejuicios y llegar a una definición más honda (ruptura). En cuanto a la tradición, un caso significativo es el de Shakespeare: se le sigue llamando el bardo aunque su territorio reconocido es la dramaturgia; la parte “oculta” de su obra es su poesía: los Sonetos, incómodos para la crítica y casi siempre citados en tono marginal.

               —Del punto anterior se desprende otra actitud cortazariana a tomar en cuenta: su desconfianza por las demarcaciones instituidas, comenzando por los géneros literarios. En Salvo el crepúsculo se vuelve contra “esa seriedad que pretende situar a la poesía en un pedestal privilegiado, y por culpa de la cual la mayoría de los lectores contemporáneos se alejan más y más de la poesía en verso, sin rechazar en cambio la que les llega en novelas y cuentos y canciones y películas y teatro, cosa que permite insinuar, a) que la poesía no ha perdido nada de su vigencia profunda pero que b) la aristocracia formal de la poesía en verso (y sobre todo la manera con que poetas y editores la embalan y presentan) provoca resistencia y rechazo por parte de muchos lectores tan sensibles a la poesía como cualquier otro”.

 


 

               —En esta consideración juega un papel importante lo que el propio Cortázar declara en 1967: “En los últimos tiempos me he preguntado por qué casi nunca quise publicar versos, yo que he escrito tantos; será, pienso, porque me siento menos capaz de juzgarme por ellos que por la prosa, y también por un placer perverso de guardar lo que quizá es más mío”.[3] Hacia 1957, cuando aún era un escritor poco conocido, había hecho, para divertirse, ediciones privadas en mimeógrafo de algunos de sus poemas; más adelante continuará estas experiencias poéticas “ocultas” con otros poemas en sendas ediciones limitadas: Un elogio del 3 (1980) y Negro el 10 (1983).

[3] J.C.: presentación a “Razones de la cólera”, en La vuelta al día en ochenta mundos, Siglo XXI, México, 1967.

               —Puede considerarse también el extendido y muy discutible sobreentendido según el cual la narrativa es más “comprensible” (popular) que la poesía. Pese a no compartir esa idea, Cortázar habría asumido su carácter de narrador por un respeto hacia los puentes que se habían tendido entre él y sus lectores, que más que relaciones literarias eran vías de cariño, y que se daban de manera casi total a través de sus novelas y cuentos. (Aunque resulta arduo pluralizar “novelas”, puesto que ello sólo se dio a partir de Rayuela; las demás novelas de Cortázar han sido mucho menos leídas.) Alguna vez se le planteó directamente el hecho de que al parecer ocultara su poesía “por vergüenza”. El autor respondió: “Que yo tenga una conciencia vergonzosa con respecto a la poesía, proviene de que ninguno de mis amigos gustara de mis poemas y que se entusiasmaran inmediatamente con mi prosa. Ellos, al igual que los críticos argentinos me clasificaron como prosista. Esto me hizo considerar mi poesía como una actividad privada”.[4]

[4] Pierre Lartigue: “Contar y cantar: entrevista a Julio Cortázar y Saúl Yurkievich”, en Saúl Yurkievich: A través de la trama. Sobre vanguardias literarias y otras concomitancias, Iberoamericana, Vervuert, 2007.

               —A ello se suma un cierto “consenso crítico” que se formó hacia los años setenta y que tomó a la poesía de Cortázar como el talón de Aquiles y el punto idóneo de ataque; así por ejemplo José Miguel Oviedo, según el cual los poemas de Cortázar eran “conmovedoramente malos”,[5] o Alfred Mac Adam: “Cortázar como poeta es un diletante”,[6] o László Scholz: “la poesía de Cortázar es muy mediocre en comparación con su prosa”.[7] En un determinado momento Cortázar asume este panorama de manera frontal: “se ha discutido mucho si yo soy un buen o mal prosista, pero donde hay un acuerdo absolutamente total es que soy un pésimo poeta [...]. Eso puede haber quizá influido por algún motivo consciente o inconsciente en que yo limitara la publicación de mis poemas”.[8]

[5] Cortázar se refiere a esto en Salvo el crepúsculo: “Si tus amigos reaccionan de manera tan convulsiva, se siente que lo mismo te quieren, como a mí también me quiere José Miguel Oviedo cuando afirma que mis poemas son ‘conmovedoramente malos’. Y eso que sólo conoce los pocos que he publicado; imagínate ahora la cara que va a poner...”.

[6] Alfred Mac Adam: “Introducción”, en El individuo y el otro. Crítica a los cuentos de Julio Cortázar, La Librería, Buenos Aires/Nueva York, 1971.

[7] László Scholz: El arte poética de Julio Cortázar, Castañeda, Buenos Aires, 1977.

[8] Carlos Díaz-Sosa: “Diálogo con Cortázar”, en Imagen, Caracas, 1975.

 


 

               —El argumento de que hay poesía en la prosa de Cortázar proviene de él mismo en diversas entrevistas: “Hay un momento en que lo que yo quiero decir no puedo ya decirlo con lenguaje de la prosa. Y entonces, con la más absoluta naturalidad, paso al poema. Un primer ejemplo, aunque no son exactamente poemas, son los monólogos de Persio en Los premios”;[9] o bien: “pienso que una parte de mi prosa está pensada y vista y dicha poéticamente, por ejemplo, Prosa del observatorio, no su totalidad porque está a propósito cortada por pasajes muy en prosa. Pero yo creo que es en definitiva un poema, sobre todo la parte final”; o bien: “dentro de mis novelas hay largos capítulos que cumplen un movimiento de poema aunque no entren en la categoría ortodoxa de la poesía. El funcionamiento se hace por analogía; hay un sistema de imágenes y de metáforas y de símbolos y, en definitiva, la estructura de un poema”.[10] El acento cae en las relativizaciones que Cortázar siempre apronta, como “aunque no son exactamente poemas” o “aunque no entren en la categoría ortodoxa de la poesía”: la diferencia entre la poesía y lo poético resulta extremadamente ardua de establecer porque implicaría la imposible definición de poesía.[11]

[9] Evelyn Picon Garfield: Cortázar por Cortázar, Universidad Veracruzana, Cuadernos de Texto Crítico, México, 1978. La cita siguiente corresponde a la misma entrevista.

[10] Ernesto González Bermejo: Conversaciones con Cortázar, Edhasa, Barcelona, 1978.

[11] A esta tarea imposible se han consagrado varias tesis universitarias dedicadas a la poética de Cortázar; por ejemplo las de Daniel Mesa Gancedo: Julio Cortázar y la tradición de la lírica moderna (tesis de licenciatura, Universidad de Zaragoza, 1994) y La obra poética de Julio Cortázar (tesis de doctorado, Universidad de Zaragoza, 1997), esta última de 1,367 páginas. Otro meritorio trabajo al respecto es el de Sandra Liebaert: La poesía de Julio Cortázar (Universitat de les Illes Balears, 2015).

               —Existe una razón mucho más profunda que Cortázar describía ya en un ensayo de 1948: “En nuestro tiempo se concibe a la obra como una obra poética total, que abraza simultáneamente formas aparentes como el poema, el teatro, la narración. Hay un estado de intuición para el cual la realidad, sea cual fuere, sólo puede formularse poéticamente, dentro de modos poemáticos, narrativos, dramáticos: y esto porque la realidad, sea cual fuere, sólo se revela poéticamente”.[12] Ya en el siglo I, Horacio, el principal poeta lírico y satírico en lengua latina (que no gratuitamente da nombre propio al protagonista de Rayuela, Horacio Oliveira),[13] era partidario del rigor absoluto y aconsejaba a los poetas guardar nueve años los manuscritos (guardar, no ocultar: seguir trabajando más allá de lo previsible e incluso poner en hibernación el material poético para luego juzgarlo con ojos más maduros). Y no sólo eso: a lo largo de la historia los grandes poetas coinciden en identificar a la poesía como el territorio sagrado por excelencia. Durante el largo periodo en que Cortázar redactaba Imagen de John Keats, habitó esa dimensión inconmensurable en donde rugen las gradaciones cósmicas de Dante y los ángeles terribles de Rilke, y sobre todo, en Keats, “la gran tormenta silenciosa, el huracán sin viento que se cumple en los intervalos”;[14] intentar una poesía ante esos referentes sería una empresa temeraria y acaso imposible.

[12] “Notas sobre la novela contemporánea”, 1948. Dos años antes, en otro ensayo Cortázar delineaba la característica de todo poeta: “la de ser otro, estar siempre en y desde otra cosa. Su conciencia de esa ubicuidad disolvente —que abre al poeta los accesos del ser y le permite retornar con el poema a modo de diario de viaje”. (“La urna griega en la poesía de John Keats”, 1946.)

[13] “El personaje principal de eso que yo pensé que iba a desembocar en un cuento, se llamaba sin ninguna vacilación Horacio Oliveira y era alguien de quien yo tenía la impresión de conocer desde muy adentro.” (Omar Prego: La fascinación de las palabras. Conversaciones con Julio Cortázar, Muchnik, Barcelona, 1985.)

[14] Julio Cortázar: Diario de Andrés Fava, Alfaguara, Madrid, 1995.

 


 

               —Otra perspectiva ineludible respecto a la relación de Cortázar con la poesía es la vuelta a los orígenes: “Ciertas intuiciones, ciertas cosas que uno quiere transmitir por la vía del lenguaje se dan en prosa y otras se dan en poesía. El poeta puro es evidentemente un hombre que tiene un repertorio de intuiciones exclusivamente poéticas. En mi caso, yo creo que la cosa es más abierta. Por un lado me gusta contar y la prosa está hecha para eso. Pero por otro lado, también, incluso contando hay momentos en que lo que quiero decir es una dimensión poética. Entonces hay que decirlo con la poesía. [...] Es un poco una vuelta a los orígenes porque finalmente la Ilíada y la Odisea, ¿qué son? Son poemas y sin embargo son novelas al mismo tiempo”.[15]

[15] Evelyn Picon Garfield: Cortázar por Cortázar, op. cit.

               Proverbialmente opuesto a las demarcaciones entre géneros o formas literarias, Cortázar alude muy probablemente a un estado de disponibilidad (en palabras del poeta Roberto Juarroz), o incluso a un estado alterado de conciencia (según denominación de Huxley) que la escritura rescata de manera más o menos afortunada y que puede manifestarse tanto en la poesía cortada en versos como en el interior de la prosa misma. Se trataría de grados en una escala de conciencia, es decir de intensidad, de legitimidad, de verdadero deseo de salto abierto: “Para mí la poesía es una piedra de afilar: prepara siempre alguna cosa para el combate de adentro o de afuera”.[16] En Imagen de John Keats, Cortázar llega a la gran entrevisión: “El poeta ha continuado y defendido un sistema análogo al del mago, compartiendo con éste la sospecha de una omnipotencia del pensamiento intuitivo, la eficacia de la palabra, el ‘valor sagrado’ de los productos metafóricos”.[17] De ahí la sospecha que fascinaba y a la vez aterraba a Keats: “El poeta no tiene identidad”. Sin embargo, Cortázar especifica en qué modo comparte esa intuición: “No tiene una identidad personal, acaso, pero tiene identidad poética, la más alta posible, que consiste en ser aquello y en aquello que se cante, y ser lo inconfundible”.

[16] “Poemas inéditos” (mayo 6 de 1974).

[17] Julio Cortázar: Imagen de John Keats, Alfaguara, Biblioteca Cortázar, Madrid, 1996; ed. de Aurora Bernárdez.

               Para Cortázar la poesía no fue un territorio entre otros a explorar sino la esencia y el motivo mismo de toda exploración; en sus cuentos y novelas la poesía tampoco fue asumida como herramienta o “voluntad de estilo”, sino como el registro más alto, aquel en que lo sensible y lo mental se funden en una tercera magnitud que rompe todas las falsas demarcaciones.

 


 

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Entre los años 2004 y 2012, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores publicó cinco de los nueve volúmenes anunciados de las Obras completas de Cortázar: I: Cuentos ● II: Teatro. Novelas I. Buenos Aires (Divertimento, El examen y Los premios) ● III: Novelas II. París (Rayuela, 62 Modelo para armar y Libro de Manuel) ● IV: Poesía y poética ● VI: Obra crítica. (El cuarto de estos volúmenes reúne Presencia, Salvo el crepúsculo, Pameos y meopas, Le ragioni della colera, Negro el diez, Elogio del 3, Poemas dispersos inéditos, y cierra con Imagen de John Keats. Al parecer, el volumen V deberá contener la “prosa varia”, es decir los libros inclasificables como Historias de cronopios y de famas o Prosa del observatorio, y desde luego aquellos que Cortázar denominaba “almanaques”: La vuelta al mundo en 80 mundos y Último round. Los tomos siete y ocho incluirían la correspondencia y el tomo noveno las entrevistas al escritor.)

 

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 [Leer Julio Cortázar y la poesía (2)]

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