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r e t r a t o s (e n) (c o n) p o s t a l e s
Reunión (8). La luna, 4
[En el prólogo a Crónicas marcianas de Ray Bradbury, Jorge Luis Borges hace uno de esos jugosos recuentos que le son afines: “En el segundo siglo de nuestra era, Luciano de Samosata compuso una Historia verídica, que encierra, entre otras maravillas, una descripción de los selenitas, que (según el verídico historiador) hilan y cardan los metales y el vidrio, se quitan y se ponen los ojos, beben zumo de aire o aire exprimido; a principios del siglo XVI, Ludovico Ariosto imaginó que un paladín descubre en la Luna todo lo que se pierde en la Tierra, las lágrimas y suspiros de los amantes, el tiempo malgastado en el juego, los proyectos inútiles y los no saciados anhelos; en el siglo XVII, Kepler redactó un Somnium Astronomicum, que finge ser la transcripción de un libro leído en un sueño, cuyas páginas prolijamente revelan la conformación y los hábitos de las serpientes de la Luna, que durante los ardores del día se guarecen en profundas cavernas y salen al atardecer. Entre el primero y el segundo de estos viajes imaginarios hay mil trescientos años y entre el segundo y el tercero, unos cien; los dos primeros son, sin embargo, invenciones irresponsables y libres y el tercero está como entorpecido por un afán de verosimilitud. La razón es clara. Para Luciano y para Ariosto, un viaje a la Luna era símbolo o arquetipo de lo imposible, como los cisnes de plumaje negro para el latino; para Kepler, ya era una posibilidad, como para nosotros. ¿No publicó por aquellos años John Wilkins, inventor de una lengua universal, su Descubrimiento de un Mundo en la Luna, discurso tendiente a demostrar que puede haber otro Mundo habitable en aquel Planeta, con un apéndice titulado Discurso sobre la posibilidad de una travesía? En las Noches áticas de Aulo Gelio se lee que Arquitas el pitagórico fabricó una paloma de madera que andaba por el aire; Wilkins predice que un vehículo de mecanismo análogo o parecido nos llevará, algún día, a la Luna”.
Todo procede de Luciano de Samosata, no sólo la ciencia-ficción sino toda la literatura imaginativa (curiosa redundancia a la que se llama fantasía para diferenciarla del realismo, como si para ser real esta literatura tuviera que renunciar a la imaginación, es decir, debiera imaginar que no imagina). Todo proviene de la luna, incluida una de las más memorables ventanas al Todo que ha soñado la literatura: el propio Aleph borgesiano; el explorador de Historia verídica relata lo que vio en su viaje lunar: “Vi también otra maravilla en el palacio real. Un enorme espejo está situado sobre un pozo no muy profundo. Quien desciende al pozo oye todo cuanto se dice entre nosotros, en la Tierra; y si mira al espejo ve todas las ciudades y todos los pueblos, como si se alzara sobre ellos”.
Lo interesante es que Luciano no escribe para hacer creer (“me orienté a la ficción”, advierte de entrada al lector, “pero mucho más honradamente que mis predecesores, porque al menos diré una verdad al confesar que miento”), sino para denunciar a los historiadores y cronistas que recogían falsos testimonios sobre modos de vida, sucesos y personajes a los que decían haber conocido durante sus travesías. La gran denuncia que Historia verídica emprende contra la mentira instituida se da a través de una mentira mayor, crítica y desaletargante: “Odio la fatuidad, la impertinencia, la mentira y el engreimiento, y toda esa clase de lacras propias de hombres miserables, que por cierto, según sabes, son muy numerosas”. Luciano cuestiona no sólo la religión y sus dogmas, sino la filosofía y sus diversas escuelas, y condena la vida social basada en la falsedad y la apariencia. Según Carlos García Gual, Luciano aprovecha la literatura de evasión entonces en boga entre los griegos, para reírse de la credulidad reinante y “poner su erudición al servicio de su gusto por la fabulación, consiguiendo al mismo tiempo el relato más inverosímil y disparatado de la literatura antigua”.
Más allá de la predicción tecnológica —lo único que la modernidad ve en Luciano y sus discípulos—, hay aquí una línea que se tiende del futuro al pasado, pero no para negar el transcurso sino para afirmar la simultaneidad. La vía poética, sin embargo, no se da a través de la credulidad o la fe, sino de una especie de escepticismo iluminado (diametralmente opuesto al escepticismo inquisitorial de los que se dedican a impugnar a las “seudociencias”), como Borges afirma en uno de los Textos recuperados: “Nuestra famosa incredulidad no me desanima. El descreimiento, si es intensivo, también es fe y puede ser manantial de obras. Díganlo Luciano y Swift y Laurence Sterne y George Bernard Shaw. Una incredulidad grandiosa, vehemente, puede ser nuestra hazaña”. || Con un proverbio chino que asume de lleno esta forma de la hazaña, dialogan en esta reunión Juan Eduardo Cirlot, Julio Cortázar, Alfredo Gangotena, Juan Gelman, Francisco González León y Paul Valéry. (DGD)]
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[Leer Reunión (9). La luna, 5]
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