DGD: Textiles-Serie roja 6 (clonografía), 2009 |
jueves, 25 de octubre de 2012
Un texto de Mary Carmen Sánchez Ambriz sobre Mirador en una cuerda floja
Profundidad de lo
inmediato
Mary Carmen Sánchez Ambriz
[Milenio, Cultura, México, octubre 22 de 2012.]
Renato Leduc describió al periodismo como una historia de lo
inmediato. Y en efecto, la prensa debe responder al acontecer diario y la
reacción es tan variada como lo son las herramientas al alcance (los géneros
periodísticos) o el temperamento de quien redacte. En la cobertura de un filme,
por ejemplo, se aíslan los componentes para destacar cosas tan frívolas como el
fulgor social de los actores (con el predominio de las grandes estrellas de
Hollywood), si se trata de un melodrama o una comedia y si la cinta entretiene
o crea conciencia... Rara vez se dibuja la carrera del director, convertido por
la “fábrica de sueños” en un obrero más, o se dan otros elementos al espectador
(que sólo es un boleto posible, un número que alimentará recaudaciones
millonarias) para que pueda enfrentar de manera crítica la obra que verá en las
salas.
La pieza esencial, el cinéfilo, adquiere un sitio secundario
en la cadena de promoción (y producción); y un poco de lo que se trata es, en
efecto, de desarmarlo para que acepte con pasividad todo aquello que le ofrezca
la industria y que ésta siga funcionando.
Libros como el de Daniel González Dueñas tienen el afán de ofrecer
al interesado en el espectáculo cinematográfico un acompañamiento inteligente y
sensible. El autor ha desarrollado su propio aparato crítico en títulos como Luis Buñuel: la trama soñada (1986;
segunda edición, 1993), El cine
imaginario (1998; segunda edición: Hollywood:
la genealogía secreta, 2008), Méliès:
el alquimista de la luz (Conaculta, 2001) o La mirada infinita (2010).
Sus premisas son expuestas por José María Espinasa (otro
poeta interesado en el cine) en el prólogo a este Mirador en una cuerda floja: González Dueñas gusta de seguir las derivas
de una historia hasta sus últimas consecuencias; considera que el cine escogió un
camino condicionado por la obligación realista que lo empobreció en su
desarrollo como potencialidad expresiva; y retrata, al fin, a una industria que
busca sobre todo taquilla y no espectadores...
En su observatorio de funámbulo, el espectador pasa de la
comodidad de la sala (confortablemente atontado, diría Roger Waters) a un orbe
en el que no hay pisos seguros y lo que sucede en la pantalla tiene que ver, a
su vez, con lo que le ocurre a él, con su entorno y la posibilidad de
conformarse con éste, aceptarlo como viene, o reconfigurarlo, en un arduo
ejercicio que implica observar lo inmediato a profundidad: pensar en el cine
como lo que pudo haber sido, y a la vez pensar en el hombre como lo que puede
llegar a ser.
*
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