DGD: Redes 151 (clonografía), 2012 |
miércoles, 6 de julio de 2016
La luz sonora (1)
El
discurso del poder avanza en negativo: no letra a letra para llenar la página
en blanco sino vacío tras vacío para convertir todo blanco en negrura. Es
necesario, pues, moverse lo suficientemente rápido como para evadir las trampas
y los resortes inmovilizantes. Pero tampoco ir tan rápido que no se esté en
ninguna parte ni siquiera de paso; a la inversa: moverse como la tortuga
Casiopea en la novela Momo de Michael Ende, cuyo paso es tan lento que
llega antes que nadie: “Mientras más lento, más rápido”. Otro personaje de esa
novela, Beppo Barrendero, matiza el método: “Nunca se ha de pensar en toda la
calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la
inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el
siguiente”. Moverse, pues, tan raudamente, que se pueda ir con absoluta
lentitud (detenerse en cada cosa con todo el tiempo del mundo); moverse tan
lento, que pueda avanzarse con total celeridad (inalcanzable por las
velocísimas trampas que acechan a todo movimiento libre); y, finalmente, ir de
paso en paso, porque todo ocurre en cada paso. Casiopea llega al portento de reconocer: “El camino está en mí”.
1
En la línea inicial de Momo, Michael
Ende rememora los “viejos tiempos, cuando los hombres hablaban todavía muchas
otras lenguas”. Estos hombres, “oyentes y mirones apasionados”, amaban los
teatros y la representación de historias, y “cuando escuchaban los
acontecimientos conmovedores o cómicos que se representaban en la escena, les
parecía que la vida representada era, de modo misterioso, más real que su
verdadera vida cotidiana. Y les gustaba contemplar esa otra realidad”. La
facultad de contar historias, pues, era el acceso a esa otra realidad, y
requería no sólo del talento del narrador-actor sino de una alta capacidad en
los espectadores para escuchar.
Esa
es precisamente la característica de la niña que protagoniza la novela: “Momo
[...] simplemente estaba ahí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía.
Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión
notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído
que estaban en él”. Única representante de una capacidad que antes poseían
todos los hombres, Momo cierra el círculo abierto por Bastian, protagonista de
la novela central de Ende, La historia interminable: no basta contar
historias sino que es necesario saber escucharlas. Incluso la narración
más banal o torpe encierra múltiples niveles de lectura si se le atiende a
fondo y, sobre todo, si se la considera como un supremo entrenamiento para la atención.
Esta capacidad se revela de esencial importancia en el siguiente párrafo:
[Momo] sabía escuchar de tal manera que la gente
perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los
tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y
agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba
totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno
entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma
facilidad que una maceta rota, iba y contaba todo eso a la pequeña Momo, y le
resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo
había uno entre todos los hombres y que por eso era importante, a su manera,
para el mundo.
La historia interminable describe el ominoso avance de la Nada que va invadiendo el universo
llamado Fantasia; esta devastación es el reflejo de otra enfermedad padecida
por el mundo humano: la amnesia, la pérdida de raíces, la negación de la
realidad integral. Momo contempla a esta enfermedad como resultado de la
invasión de otra Nada: los hombres grises, ladrones del tiempo humano. Un
personaje de esta novela, el sabio maestro Hora, explica a Momo cuáles son los
síntomas en un individuo que ha caído bajo el poder de estos invasores:
Al principio apenas se nota. Un día, ya no se tiene
ganas de hacer nada. Nada interesa a uno, se aburre. Y ese desgano no
desaparece, sino que aumenta lentamente. Se hace peor de día en día, de semana
en semana. Uno se siente cada vez más descontento, más vacío, más insatisfecho
con uno mismo y con el mundo. Después desaparece incluso este sentimiento y ya
no se siente nada. Uno se vuelve totalmente indiferente y gris, todo el mundo
parece extraño y ya no importa nada. Ya no hay ira ni entusiasmo, uno ya no
puede alegrarse ni entristecerse, se olvida de reír y llorar. Entonces se ha
hecho el frío dentro de uno y ya no se puede querer a nadie. Cuando se ha
llegado a este punto, la enfermedad es incurable. Ya no hay retorno. Se corre
de un lado a otro con la cara vacía, gris, y se ha vuelto uno igual que los
propios hombres grises. Se es uno de ellos. Esta enfermedad se llama aburrimiento
mortal.
Ante la lectura de este párrafo podría
preguntarse: ¿equivale el descontento a una enfermedad? La respuesta sería
afirmativa si ese descontento naciera sólo para desembocar en el frío, la
grisura, la despersonalización impuesta por el aparato de poder a los
individuos. Porque en Occidente la tabla de valores que determina el “estar
conforme con uno mismo” equivale a llenar una imagen prefabricada del éxito.
Todas las imágenes socialmente inferidas —exclama Momo— conducen al
vacío.
*
Referencias
Michael
Ende: Die Unendliche Geschichte, Thienemanns Verlag, Stuttgart, 1979. [La historia interminable, Alfaguara, Madrid, 1983; trad. de
Miguel Sáenz.]
Michael Ende: Momo,
Thienemanns Verlag, Stuttgart, 1973. [Alfaguara, Madrid, 1978. Trad.: Susana
Constante.]
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