DGD: Redes 70 (clonografía), 2008 |
viernes, 15 de julio de 2016
La luz sonora (2)
1a
Carl Gustav Jung anota en su libro de
memorias: “He visto con mucha frecuencia que los hombres se vuelven neuróticos
cuando se conforman con respuestas insatisfactorias o falsas a las cuestiones
de la vida. Buscan una buena situación, matrimonio, reputación y éxitos
externos o dinero, y permanecen desgraciados y neuróticos, incluso cuando han
conseguido lo que buscaban. Tales hombres se sumen las más de las veces en una
excesiva estrechez espiritual. Su vida no tiene contenido satisfactorio alguno,
ningún sentido. [...] En tales casos estamos obligados a observar si el
inconsciente no ofrece espontáneamente símbolos que suplan esta carencia.
Entonces queda siempre en pie la cuestión de si un hombre, que tiene los sueños
o visiones adecuadas, es capaz de comprender su sentido y aceptar las
consecuencias”.
Aquellos
“viejos tiempos, cuando los hombres hablaban todavía muchas otras lenguas”, mencionados
en la línea inicial de Momo de Michael Ende, aparecen, con una atención
hacia lo sagrado tan profunda como la de Ende, en estas líneas de Jung
provenientes del mismo libro:
Entre los pacientes de nuestros días denominados
neuróticos existen no pocos que en épocas más antiguas no se habrían vuelto
neuróticos, es decir, en desacuerdo consigo mismos. Si hubieran vivido en una
época y en un ambiente en que el hombre estaba vinculado a través del mito con
el mundo del misterio, y por éste con la naturaleza viva y no meramente contemplada
desde fuera, se habrían ahorrado la desavenencia consigo mismos. Se trata de
hombres que no soportan la pérdida del mito y no hallan el camino en un mundo
meramente externo, es decir, en la concepción de las ciencias, de la
naturaleza, ni puede satisfacerles el abstracto e intelectual juego de palabras
que no tiene que ver en lo más mínimo con la sabiduría.
Es precisamente a este último (y no al
neurótico), a quien se dirige Antonio Porchia en una sus más inefables
sentencias, a las que llamó voces:
Yo no estoy conforme de ti. Pero si tú tampoco estás
conforme de ti, yo estoy conforme de ti.
La capacidad de escuchar salva a Momo: es su
principal conjuro contra la Nada; se trata, ante todo, de la básica condición
para evitar la pérdida del mito. En el culminante capítulo que narra su
revelación, la niña percibe una luz sonora, la música de las esferas:
Cuanto más escuchaba, más claramente podía distinguir
voces singulares. Pero no eran voces humanas, sino que sonaba como si cantaran
el oro, la plata y todos los demás metales. Y entonces aparecieron como en
segundo término voces de índole totalmente diferente, voces de lejanías
impensables y de potencia indescriptible. Se hacían cada vez más claras, de
modo que Momo iba entendiendo poco a poco las palabras, palabras de una lengua
que nunca había oído y que, no obstante, entendía. Eran el sol y la luna y
todos los planetas y las estrellas que revelaban sus propios nombres, los
verdaderos.
El secreto que aprende Momo consiste en
escuchar, es decir, escucharse. Tanto esta novela como La historia
interminable son la crónica de seres que buscan no estar “en desacuerdo
consigo mismos”, que se vinculan “a través del mito con el mundo del misterio”,
que tienen “los sueños o visiones adecuadas” y son capaces de “comprender su
sentido y aceptar las consecuencias”. En otras palabras, son seres que
encuentran y logran pronunciar (y escuchar) sus nombres verdaderos.
*
Referencias
Michael Ende: Momo,
Thienemanns Verlag, Stuttgart, 1973. [Alfaguara, Madrid, 1978. Trad.: Susana
Constante.]
Michael
Ende: Die Unendliche Geschichte, Thienemanns Verlag, Stuttgart, 1979. [La historia interminable, Alfaguara, Madrid, 1983; trad. de
Miguel Sáenz.]
Carl Gustav Jung: Erinnerungen, Träume, Gedanken (1961), Walter Verlag,
Zürich/Düsseldorf, 2005. [Recuerdos,
sueños, pensamientos, Seix Barral, Barcelona, 1964.]
Antonio Porchia: Voces reunidas, Pre-Textos,
Valencia, 2006.
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