DGD: Redes 150 (clonografía), 2012 |
martes, 26 de julio de 2016
La luz sonora (3)
A
“La gramática y la etimología”, escribe el
ensayista Patricio Marcos, “a pesar de ser disciplinas necesarias en el estudio
de las distintas voces humanas, resultan insuficientes para establecer el
origen de los nombres.” ¿Qué disciplinas deberán complementar, pues, a la
gramática y la etimología? Responde el autor: “Las distancias que suelen
separar el nacimiento de las palabras de sus significados corrientes muestran
diversas magnitudes, en ocasiones abismales. Tales diferencias proceden de la
desviación de los principios políticos en la historia de las sociedades. En el
caso de la cultura moderna, las desviaciones revelan al ser del hombre sometido
a la tiranía de las letras en vez de rey de ellas. Si se permite la homofonía
puede afirmarse, al menos en el caso de Occidente, que una historia política de
las palabras refleja no tanto el empleo que los hombres hacen de los nombres
sino su contrario, los usos que los nombres hacen de los hombres”.
Esta
entrevisión se basa en una línea de Aristóteles: “El desconocimiento del don de
la palabra lleva a las sociedades a hablar como ciertos actores de teatro, los
cuales recitan parlamentos aprendidos de memoria sin saber lo que dicen”. Bajo
esta luz, la “historia política de las palabras” (la exigencia de iniciar en el
lenguaje los análisis profundos del zoon politikon) revela una condición
paradójica: en tanto discurso político, el poder toma los instrumentos de
cualquier otro discurso, las palabras, y en principio parece cumplir la función
de éstas, transparentar el sentido; no obstante, al hablar oculta, sumerge en
opacidad lo dicho, esfuma los contenidos y sólo maneja las formas huecas, los
cascarones. El vocabulario del poder usa la facultad de transparentar para
opacar, toma lo que es fundamentalmente luz para fundamentar la oscuridad: el
“don de la palabra” se ha convertido en el uso del hombre por medio de
lo verbal. La historia política del logos, asumida sin temor al propio
lenguaje, devela que la gramática y la etimología son insuficientes para
establecer el origen de los nombres porque ambas disciplinas no reconocen lo
que tienen de política —dicho de otra manera: porque eluden el discurso del
poder.
Uno
de los personajes centrales de Momo, Beppo Barrendero, describe su
visión más íntima: “Eso ocurre, a veces... a mediodía..., cuando todo duerme en
el calor... El mundo se vuelve transparente... Como un río, ¿entiendes?... Se
puede ver el fondo”. No otra es la función primordial del lenguaje; no otra la
primerísima enemiga del poder.
*
Referencias
Michael Ende: Momo,
Thienemanns Verlag, Stuttgart, 1973. [Alfaguara, Madrid, 1978. Trad.: Susana
Constante.]
Patricio Marcos: Los
nombres del imperio. Elevación y caída de los Estados Unidos, Nueva Imagen,
México, 1991.
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