jueves, 25 de junio de 2020

El misterio de los cien monos (XLV)

DGD: Morfograma 96, 2020.



Materia negra y mirada sutil


El profeta mensajero

El profeta es un mensajero, sin duda, pero el mensaje fundamental es él mismo. Un visionario dice muchas cosas pero la primera de ellas consiste en que el ser humano es capaz de recordar el futuro —por así decirlo—, lo cual significa que el tiempo no es esa supercarretera inflexible en la que son absolutamente imposibles las variantes: saltos hacia adelante o hacia atrás, rodeos, caminos vecinales, paraderos. El severísimo carril de tránsito y su implacable ritmo de avance no son absolutos.
          Aquí bien podría aducirse que “la excepción confirma a la regla”, puesto que ningún profeta ha explicado claramente su método de transgresión de las “leyes” de la supercarretera. “No cualquiera puede ser Mesías”, dirán los trascendentalistas puritanos neoliberales, y de ahí el intento de separar a la humanidad “corriente” de esas figuras “excepcionales”. Los iluminados son —se afirma— de un orden distinto, y por ello se expresan enigmáticamente: no enseñan a deambular libremente por la supercarretera —esa técnica no es para todos— y se limitan a insertar dentro de ella un camino por el que pueda seguírseles sin romper lo “establecido”, es decir, de manera pausada y en obediencia a las leyes del movimiento. Y esto implica que los profetas no son humanos y sólo por ello resultan capaces de recordar el futuro; la humanidad sólo puede respetar las leyes y confortarse mutuamente por medio de la transmisión de las verdades enigmáticas de los profetas, cuidadosa y oportunamente traducidas y explicadas por seres humanos que se erigen en voceros o traductores.
          Pero el profeta es el mensaje primordial, anterior a lo que dice y hace. Y ese mensaje avisa a la humanidad que las “leyes” no son más que hábitos y específicamente dogmas, y que la supercarretera no es otra cosa que una pista de despegue. Bien lo saben los únicos que asumen ese mensaje primordial: los poetas. Ellos saben que el lenguaje se ha manipulado e instituido como una supercarretera paralela a la del tiempo, igual de sucesivista e imponderable. Saben, sobre todo, que la definición de lo humano no depende de los “traductores autorizados”. También todo poema, antes de lo que dice, es una ruptura de lo “irrompible”, una transgresión de lo “intransgredible”, una relativización de lo “absoluto”, una flexibilización de lo “inflexible”, una inmediata posibilitación de lo “imposible”.
          Decir que el poeta “recuerda el futuro” es cierto pero en última instancia tendencioso, porque termina por apoyar la idea —no es más que eso— de un tiempo sucesivista compuesto por pasado, presente y futuro, dispuesto espacialmente en atrás, aquí y adelante. Más que recordar el futuro, el poeta asume lo simultáneo. De ahí la identidad marcada por las palabras poeta y profeta.


El universo es una metáfora de sí mismo

Aldous Huxley llama filosofías perennes a los temas esenciales expuestos por aquellos visionarios que experimentaron una revelación o una apertura mística. Independientemente de su tiempo y su cultura, estos visionarios tienen en común ciertas creencias y valores fundamentales que parecen haber adquirido a través de experiencias limítrofes. Interesado en estas últimas, el psicólogo humanista Abraham Maslow ha tratado de comprender el estado cognitivo que los visionarios alcanzaron durante sus respectivas iluminaciones; en su libro Religions, Values and Peak Experiences (1964), Maslow concluye que “estas características del mundo tal y como es percibido en nuestros momentos más perspicaces son casi las mismas que la gente, a lo largo de las épocas, ha llamado verdades eternas o valores espirituales o alta sabiduría”. (Maslow debe el núcleo de su teoría al análisis que en 1902 emprendió William James en The Varieties of Religious Experience.)
          Por su parte, el filósofo y místico Prabhat Rainjan Sarkar entendió que esta sabiduría, este modo intuitivo de conocimiento, es sintético, lo que no significa reduccionista sino simultáneo. En contraste con el reduccionismo racional, que es analítico y rigurosamente sucesivo, la facultad intuitiva de la mente humana tiende hacia el absoluto, hacia la totalidad, es decir, hacia lo ubicuo. Los estados privilegiados, las experiencias limítrofes, las iluminaciones y epifanías, son asomos a un estado de conciencia unitaria en la cual los individuos se identifican directamente con el Todo. Para ser comprendidos, los maestros espirituales de todas las épocas formulan esa conciencia unitaria a través de metáforas, parábolas, símbolos. Ello podría decirse de otra manera: para los que ven, el universo es una metáfora de sí mismo.
          Buen ejemplo para atisbar la simultaneidad es el descubrimiento de la materia negra (dark matter), el esencial componente del cosmos al menos en un 90 por ciento. El anterior “todo” de la ciencia se ha reducido a un mero diez por ciento y ello ha dado un duro golpe a la concepción mecanicista, para la cual el universo era totalmente conocible. Incluso hay quienes afirman que todo lo que sabíamos, e incluso todo lo que podemos conocer e imaginar, se ha reducido a una décima parte: el porcentaje restante equivale a comenzar desde cero, puesto que las leyes, certezas y paradigmas que rigen al diez por ciento, simplemente no funcionan en (o apenas tienen que ver con) el nuevo todo develado. A decir de Rupert Sheldrake, es como si la ciencia hubiera descubierto el “inconsciente cósmico”.


Los cuerpos sutiles del ser humano

Respecto a la composición de la materia negra se manejan dos principales teorías: 1) restos de estrellas incineradas —enanas blancas u hoyos negros—, o 2) materia que no está compuesta por partículas eléctricamente cargadas. Esta última característica no sólo la vuelve invisible a la mirada normal sino capaz de pasar a través de la materia visible. A partir de esta asombrosa interpenetrabilidad, el biofísico Deno Kazanis ha relacionado a la materia negra con la antigua concepción mística hindú y tibetana de los cuerpos sutiles.
          Según esta arcana enseñanza, el cuerpo integral del ser humano está compuesto por cinco capas o cuerpos sutiles llamados kosas, hechos de materia de distintos planos y cada uno con distinta densidad. El cuerpo físico equivale a la primera capa, la más densa y la única visible por la percepción cotidiana. La segunda, prana-maya-kosa, conocida como cuerpo etéreo, da vida al cuerpo físico y a la conciencia a través del prana; en el misticismo de Occidente, el cuerpo astral está asociado con el cuerpo etéreo o pránico. La siguiente capa es el “cuerpo mental” o “personalidad”, la mano-maya-kosa necesaria para el pensamiento racional e intelectual. La cuarta capa, la de la conciencia potencial o vijnana-maya-kosa, se extiende más allá del pensamiento activo y comprende las capacidades espirituales; equivale al alma del misticismo occidental. La última y más fina, que comprende a las demás, es el cuerpo de la conciencia universal, ananda-maya-kosa, sólo capaz de ser experimentada a través de la iluminación, o en los más altos estados de la meditación (dhyana); en la terminología del budismo mahayana, corresponde al “cuerpo de la inspiración o de la gracia”.[1]
          Asociados a los cinco cuerpos sutiles están los chakras, o centros de energía, y los nadis, canales a través de los cuales fluye esa energía universal de la vida (prana) de una capa a otra. En Flower Essences and Vibrational Healing (1983), Gabriel Cousens afirma que los nadis no son otra cosa que “un sistema nervioso etéreo extendido más allá del cuerpo físico y que está directamente conectado con el sistema nervioso”. Como siempre, el poeta ha llegado antes; así, el maestro argentino Antonio Porchia escribe: “Mis venas, más allá de mi cuerpo, no son visibles” (Voces). La muy extendida intuición de una “comunión plenaria” cobra voz en este poema de Oliverio Girondo:

Los nervios se me adhieren
al barro, a las paredes,
abrazan los ramajes,
penetran en la tierra,
se esparcen por el aire,
hasta alcanzar el cielo.
El mármol, los caballos
tienen mis propias venas.
Cualquier dolor lastima
mi carne, mi esqueleto.
¡Las veces que me he muerto
al ver matar un toro!...[2]

Kosas, chakras y nadis forman una compleja estructura a la que bien podría llamarse jerarquía anidada, totalmente acorde con los campos mórficos de Sheldrake. La comunión plenaria cobra distintas categorizaciones; por ejemplo, la sabiduría china habla de “meridianos” en vez de nadis, y de ch’i en lugar de prana.

*

Notas 
[1] Cf. Anagarika Govinda: Foundations of Tibetan Mysticism, Samuel Wiser, Nueva York, 1974.
[2] Oliverio Girondo: “Comunión plenaria”, en Persuasión de los días (1942), Losada (Biblioteca Clásica y Contemporánea), Buenos Aires, 2002.


Libros citados
Cousens, Gabriel, Kevin Ryerson, Jon C. Fox y R. Gurudas: Flower Essences and Vibrational Healing, Cassandra Press, San Rafael (California), 1983.
James, William: The Varieties of Religious Experience (1902), Touchstone Books, Nueva York, 1997.
Kazanis, Deno: The Reintegration of Science and Spirituality, Styra Publications, Tampa, 2002.
Maslow, Abraham Harold: Religions, Values and Peak Experiences, Ohio State University Press, Ohio, 1964; Viking Press, Nueva York, 1994.
Porchia, Antonio: Voces reunidas, Universidad Autónoma de Querétaro, Querétaro, 2020.
Sarkar, Prabhat Rainjan: Universal Humanism: Selected Social Writings of P.R. Sarkar, Proutist Universal Publications, Calcuta, 1983. Ed.: Timothy G. Anderson.






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