sábado, 5 de diciembre de 2020

El misterio de los cien monos (LXI)

DGD: Morfograma 112, 2020.

 

 

La herejía lamarckiana

 

Aunque Paul Kammerer no parece haberse planteado esas preguntas de modo directo, su propia búsqueda (es decir, sus intuiciones) y su vida misma (es decir, la forma en que asumió y se dejó guiar por esa llamada intuitiva) son dramáticas en sí mismas. Tristemente, su nombre quedó ligado a los sucesos que determinaron el fin de su vida. El biólogo había publicado una serie de respetables textos científicos y tenía un lugar en la academia; sin embargo, la publicación de su Das Gesetz der Serie (La Ley de la Serialidad) fue por completo ignorada por la comunidad científica. Kammerer valoraba la respetabilidad del mundo académico y quiso obtenerla entonces por medios polémicos; para ser tolerado por sus colegas le habría sido suficiente, por ejemplo, dar poca importancia a su tesis de la serialidad y consagrarse al estudio de lo oficialmente tasado como “respetable”. Lejos de ello, eligió otra provocación. En un tiempo en que las tesis de Lamarck habían sido literalmente aplastadas por la corriente darwinista, Kammerer condujo experimentos con el fin de probar la tesis lamarckiana (ya entonces transformada en “herejía”) acerca de que ciertas características adquiridas en la vida de uno o varios individuos podían transmitirse a las subsiguientes generaciones por medio de la herencia genética.[1]

          Kammerer, que desde 1904 trabajaba en el Instituto de Biología Experimental de Viena, introdujo ciertas variantes en una especie de anfibios (alytes obstetricans, conocidos en lengua inglesa como midwife toads, “sapos comadrona”) y los estudió durante varias de sus generaciones; entonces proclamó haber conseguido un cambio que se había vuelto hereditario. Durante un tiempo lo rodeó un aura sensacionalista y hasta hizo una gira por Estados Unidos dando conferencias. Por un corto periodo fue el biólogo más famoso del mundo y llegó a ser aclamado como “el nuevo Darwin”, un título paradójico porque a Kammerer le habría gustado más “el nuevo Lamarck”.

          Sin embargo, otros nombres podrían colocarse bajo ese título, puesto que de ser cierto su descubrimiento, el golpe sería tremendo ya no sólo en el mundo científico (la opción de la ciencia de construir un futuro feliz para la raza humana), sino en el social. Por dar el ejemplo más tajante en este rubro: las ideologías monárquicas, racistas y fascistas ya no podrían basarse en el antiguo lema de que el linaje es destino. Paul Kammerer estaba muy consciente de estas graves concomitancias de su descubrimiento, y así declaró: “No somos esclavos del pasado sino videntes del futuro”. Kammerer tuvo, pues, sus “quince minutos de fama”; sin embargo, en 1926 fue denunciado en Viena que una parte fundamental de este experimento había sido falsificada. Kammerer se suicidó el mismo año, poco después de la divulgación de la denuncia.

          En The Case of the Midwife Toad, Koestler afirma que Kammerer realizó el experimento con integridad, y sugiere dos posibilidades: la primera, que uno de los asistentes del biólogo haya falsificado las evidencias en un acto de “buena voluntad”; la segunda, que el responsable fue un enemigo de Kammerer y que lo hizo para desacreditarlo. Aunque Kammerer aseveró no tener conocimiento de la falsificación, su posterior suicidio fue interpretado como “confesión de culpabilidad”. No obstante, lo más probable es que un descalabro de esta naturaleza haya sido demasiado para un hombre que pretendía con este experimento no sólo obtener la respetabilidad que no había logrado en 1919 con la publicación de Das Gesetz der Serie, sino dar un golpe irreversible a la ortodoxia darwinista de su tiempo.

 

 

La lista negra de la ciencia

 

Las ideas lamarckianas de Kammerer habían interesado a los rusos, en tanto el comunismo ve al hombre como producto de sus circunstancias (particularmente las económicas); poco antes de su muerte, el biólogo había aceptado un cargo como profesor de biología en la Universidad de Moscú: nada indicaba la posibilidad de un suicidio. En el artículo “Paul Kammerer and the Suspect Siphons” (1985), el biólogo J.R. Whittaker afirma que el suicidio se debió parcialmente a que una mujer a la que Kammerer amaba se negó a ir con él a Moscú; Whittaker agrega:

 

Sin embargo, dejó una última palabra excepcional, una carta dirigida a la Academia de Ciencia de Moscú en la que clamaba su inocencia ante los cargos de fraude y expresaba su esperanza de encontrar valor para terminar su vida, destruida por lo que había sucedido. También explicaba que había continuado enviando sus cosas a Moscú por dos razones: la primera, que quería mantener oculta a su familia la intención de suicidarse; la segunda, que deseaba donar su biblioteca a la Academia Comunista en compensación por cualquier molestia que le hubiera causado. Esta carta fue publicada en Science. La publicación de una nota de suicidio (o al menos de algo deliberadamente escrito como tal) en una revista científica es sin duda una muestra de la controversia suscitada en su tiempo en torno a este extraño hombre.

 

Kammerer había desencadenado un debate sobre el origen de las especies y una puesta en duda de las ideas de Darwin; su acérrimo enemigo, William Bateson, darwinista ortodoxo, manipuló la polémica para desviarla y reducirla a un escandaloso asunto de evidencias falsificadas en un laboratorio.

          La estrategia probó ser devastadora: no sólo hundió la carrera de Kammerer sino probablemente su propia vida; de modo aún más eficiente, afectó su posteridad: la academia lo ha desechado y los continuadores de su trabajo dentro del territorio científico son muy contados. En muchos sentidos, aunque décadas después se revaloraron sus premisas serialísticas, el aura de pérdida de autoridad lo sigue alcanzando e influye en el desconocimiento que rodea a su legado.[2]

          Existe una especie de lista negra de la ciencia (y el término “negro” es más que adecuado) consagrada a desacreditar post-mortem a los rebeldes. Entre cientos de ejemplos puede mencionarse a Cyril Burt, uno de los psicólogos británicos más reconocidos, también aliado en cierto modo a la “herejía lamarckiana”; en un periodo de cinco años después de su muerte en 1971, Burt fue públicamente denunciado como fraude y se le acusó de fabricar evidencias para probar su tesis de que la inteligencia es hereditaria. La polémica continúa, pero la figura de Burt ha sido oscurecida para la memoria colectiva.

          En ese rubro nebuloso ha quedado Kammerer. Según reporta Lester Aronson en un artículo escrito en 1975, la historia de Kammerer “se contaba de modo regular a los estudiantes de biología a finales de los años cuarenta como ejemplo negativo, con la moraleja de que un fraude se revierte contra el perpetrador”. En los años setenta, Aronson hace una encuesta entre estudiantes de biología y descubre que ninguno de ellos ha oído hablar de Kammerer. Sin embargo, no se trata de que el estigma se haya “limpiado” al fin, sino de que el hombre y su obra sencillamente han desembocado en el completo olvido: nuevas historias escandalosas y “aleccionadoras” la han sustituido, mejor adaptadas a los tiempos.[3]

 

*

 

Notas

[1] En ese tiempo, uno de los argumentos científicos opuestos a la teoría lamarckiana los resume a todos: con no poca agresividad sardónica, se afirmaba que un milenio de práctica de la circuncisión en la cultura judía había fallado en generar el nacimiento de varones sin prepucio.

[2] Cf. René Freund: Land der Träumer: zwischen Grösse und Grössenwahn, verkannte Österreicher und ihre Utopien: mit Porträts von Jakob Lorber, Leopold von Sacher-Masoch, Rosa Mayreder und Marie Lang, “Sir Galahad” alias Bertha Diener-Eckstein, Florian Berndl, Eugenie Schwarzwald, Paul Kammerer, Otto Gross, Wilhelm Reich, Carl Schappeller, Viktor Schauberger, Nikola Tesla, Picus Verlag (Aktualisierte Auflage), Viena, 2000.

[3] Es también por ese olvido que en la oleada de libros escépticos de la segunda mitad del siglo XX sólo parece haber uno que menciona el nombre de Kammerer: en Scientists and Scoundrels: A Book of Hoaxes (1965) el escritor de ciencia-ficción Robert Silverberg lo incluye, con sorprendente ligereza, en su lista de “fraudes científicos”. Las palabras elegidas son tajantes: scoundrel corresponde a sinvergüenza, canalla, charlatán, persona deshonesta y/o sin escrúpulos; por su parte, hoax equivale a fraude, engaño, farsa, truco, mistificación, trampa, timo.

 

 

Libros y artículos mencionados

Aronson, Lester R.: “The Case of the Midwife Toad”, en Behavior Genetics, vol. 5, n. 2, Nueva York, 1975.

Silverberg, Robert: Scientists and Scoundrels: A Book of Hoaxes, Ty Crowell Co., Nueva York, 1965.

Whittaker, J.R.: “Paul Kammerer and the Suspect Siphons”, en MBL Science, Marine Biological Laboratory, Woods Hole (Massachusetts), verano de 1985.

 

 

[Leer El misterio de los cien monos (LXII).]

 

 

P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

 Voces de Antonio Porchia

Postales

Postales de poesía

 

 

No hay comentarios: