sábado, 5 de noviembre de 2022

Postales: imagen hablante y vocablo icónico (I)


 

 

Postales: imagen hablante y vocablo icónico (I)

Entrevista con Daniel González Dueñas

Praxedis Razo

 

 

¿Cómo y cuándo aparece el proyecto postal en tu obra?

            —Por los canales y redes de Internet circulan mensajes con citas literarias generalmente mal elegidas, mal transcritas e ilustradas con imágenes arbitrarias, incluso muchas veces con atribuciones falsas a ciertos escritores (Borges debe tener el récord de apócrifos al respecto). Pero estos mensajes ilustrados no son un invento de la “red”: son la versión más reciente de la antigua y noble tradición de la tarjeta postal. Mi primer intento fue hacer una serie de postales basadas en las voces de Antonio Porchia. Con el tiempo surgieron otras dos series: una de postales sobre diversos temas, y otra dedicada a la poesía y los poetas. Entre las tres series, que he ido subiendo a instagram desde septiembre de 2019, suman ya algo más de mil postales.




Ya que mencionaste el número, y antes de entrar al tema de la imagen, ¿tendrá fin esta labor que “inició” con las voces de Porchia, que tampoco se han completado?

            —La recopilación que Alejandro Toledo, Ángel Ros y yo hicimos de la obra completa de Antonio Porchia podría en efecto considerarse no “terminada”, porque siempre pueden aparecer voces hasta este momento desconocidas; como sabes, Porchia tenía la costumbre de regalar a sus amigos hojas de papel en que con su peculiar caligrafía registraba esas breves sentencias a las que llamó voces, y las donaba sin cuidarse de conservar una copia. De hecho, en la investigación pudimos recuperar más de cien de estas páginas manuscritas, así que siempre pueden aparecer voces recónditas. En rigor, no puede considerarse “obra completa”, sino, en todo caso, “en proceso” (work in progress). En ese sentido, quizás de las postales pueda decirse algo parecido.

            Habría que añadir que descreo de los finales y también de los principios. No sabemos realmente desde cuándo fueron gestándose las voces ni cuándo Porchia comenzó a escribirlas, y ya vimos que siempre existe la posibilidad de que aparezcan voces inéditas, sin contar con el hecho de que un texto renace cuando lo descubren nuevos lectores. Tampoco las postales tienen un origen preciso, aunque yo sepa la fecha en que comencé a intentarlas y publicarlas. Y menos tienen “un final”. Es necesario insistir en esto: existen principios, pero no “principios que comiencen”; en el mismo sentido, hay finales, tal vez, pero nunca “finales que terminen”.




Antonio Porchia nos dio sus voces haciendo evidente un diálogo interior de la literatura con él, con el lector y luego en el lector, y ya hemos mencionado que es el origen de tu proyecto de las postales.

            —Sí, Antonio Porchia es un autor especialísimo, y casi diríamos único en la historia de la literatura. Su humildad, aunada a su absoluto rechazo a pertenecer al medio literario y a jugar las reglas del mercado cultural, lo vuelven una especie de “anomalía” (así lo ve la mayoría de los críticos, no sus lectores, que van directamente a las voces sin preocuparse por ver qué lugar ocupa en la pirámide de la farándula literaria o su índice de prestigio).

            Esa humildad, esa independencia, lo vuelven (por así decirlo) una “anomalía entrañable” (un rubro que no sé si le agradaría o lo horrorizaría): en la red circula una cierta cantidad de “memes” en los que se trata a las voces de Porchia como a cualquier otro “mensaje positivo” o “cita citable”. Como ya comentábamos, en algún momento quise dar mi propia versión. Entre todos los nombres posibles el único adecuado era postales, entre otras razones porque la palabra “meme” es muy poco afortunada.

            (Se dice que este término era en principio “mimeme” y que fue acuñado por el biólogo Richard Dawkins en 1976 en el libro El gen egoísta; ahí Dawkins se preguntaba por qué en las sociedades humanas existen ciertos comportamientos que no pueden ser explicados por una idea evolutiva. Abreviada esta palabra como “meme” —cosa que agrava sus connotaciones parvularias—, hubo el intento de dignificarla y así pasó a definirse como “unidades mínimas de información que pueden trasladarse de uno a otro medio con tales y cuales ingredientes atractivos”, o bien como “imágenes acompañadas con textos cuya interrelación crea un nuevo concepto o mensaje”.)




La imagen, tu trabajo con las imágenes, ha sido una constante en tu obra. No obstante, el encuentro de la imagen con un texto es algo que no habías explorado, me parece. Cuéntame cómo se te ha ido revelando la postal.

            —En principio, estas postales fueron un intento de responder, o ser partes de una respuesta necesaria, a un muy serio problema actual: entre lo icónico y lo verbal hay una separación mayor a cada segundo (quién sabe hasta dónde nos llevaría si quisiéramos rastrear sus raíces). Esa separación se traduce evidentemente en un desequilibrio. La modernidad es cada vez más visual y esto, en la balanza, significa que cada vez es más iletrada. En un medio caracterizado por la depuración técnica, las imágenes complejas y las historias visualmente deslumbrantes, día con día se lee menos y se escribe peor.

            En esos mensajes que circulan ampliamente por las “redes sociales”, la parte icónica es aceptable (en Internet hay disponibles archivos enteros de fotos de paisajes o diseños de alta resolución) pero la parte textual es lamentable en todos los niveles (desde ortográfico hasta sintáctico). Los mensajes, además, en un porcentaje mayoritario apuestan por la ñoñería o la moraleja cursi. La otra intención inicial de las postales era recuperar textos de escritores lamentablemente poco conocidos, o la parte poco atendida en la escritura de autores célebres (“celebridad” significa que sus nombres circulan pero no necesariamente implica que sean leídos). Desde el principio las postales se alimentaron de mis notas de lectura.

 

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[Leer Postales: imagen hablante y vocablo icónico (II).]

 

 

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