martes, 25 de abril de 2023

De sueños: Villaurrutia y Owen


 
DGD: Postales, 2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

De sueños: Villaurrutia y Owen

D.G.D.

 

En “Estancias nocturnas”, Xavier Villaurrutia afirma tener “miedo de no ser más que un jirón del sueño / de alguien —¿de Dios?— que sueña en este mundo amargo. / Miedo de que despierte ese alguien...”. Por su parte, Gilberto Owen exclama: “Que ya despierte el que me sueña” (“Discurso del paralítico”).[1]

            Es el mismo miedo y quizás la misma emoción, que se expresa de dos modos distintos. En Villaurrutia es la inmovilidad de la amargura, la desesperación causada por el miedo sostenido;[2] en Owen es el arrebato, la demanda de que el suplicio termine de una vez.

            Owen decía en una carta, de manera no poco oscura, que él era la conciencia teológica de los Contemporáneos. Quizás lo fue más bien en exclusiva de su amigo dilecto, Xavier Villaurrutia. Es acaso Owen el que está detrás de ese Dios entre signos de interrogación de “Estancias nocturnas”, porque tal vez la misma presencia (o ausencia) radical se encuentra en la demanda de Owen dirigida “al que me sueña”.

            Qué difícil evitar los hilos que relacionan a las posturas de ambos poetas no sólo con Segismundo sino con el entramado de “Las ruinas circulares”. Qué arduo evadir la sospecha de que los dos poetas se soñaban uno al otro, de cierta manera, y que siguen soñándose en la eternidad.

 

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Notas

[1] En 1940 Owen publica un poemario bajo el título Discurso del paralítico (cuyo primer título era El infierno perdido), antecedido por una nota en la que comenta: “Entre los papeles que iban a servirme para componer algún día El infierno perdido (irremediablemente, ¡ay!), he hallado un poema tan ajeno, tan en tercera persona, que al leerlo y ponerlo en limpio para su publicación, no he podido mudarle voz alguna. Su tema, una meditación de la Semana Santa de 1936, recoge las ideas de todos mis clásicos, acaso por haber estado reducido en los seis años anteriores, por deberes profesionales, a lecturas tan someras que me confinaban casi a la hemeroteca, sin uno nuevo que añadir a mi santoral. Reclamo como único invento mío las palabras en que está escrito, pues aún la forma en que las adorné me fue impuesta por mis pensamientos” (Gilberto Owen: El infierno perdido, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2008; ed. de Luis Mario Schneider).

 

[2] Tomás Segovia analiza estos versos y dilucida su sentido: “El miedo, como puede verse, no es miedo de la muerte, sino miedo de la vida, miedo de que la vida no sea verdad, de que sea un sueño” (“El mundo de Xavier Villaurrutia”, 1954).

 

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 [Leer Manuel Altolaguirre: “No he nacido de mí”]

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