miércoles, 26 de junio de 2024

Borges y la poesía (3)

 

DGD: Postales, 2024.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Borges y la poesía (3)

 

 

[En el transcurso de la larga entrevista publicada bajo el título En diálogo. Edición definitiva (Sudamericana, Buenos Aires, 1998), Osvaldo Ferrari formula a Borges una pregunta considerable: “Rilke había dicho que la belleza no es más que el comienzo de lo terrible, y usted ha relacionado a la poesía con lo terrible acordándose, probablemente, de poetas celtas: la idea de que el hombre no es del todo digno de la poesía. Usted ha recordado que, en términos bíblicos, el hombre no podría ver a Dios, porque al verlo moriría, y ha inferido que con la poesía ocurriría algo parecido”. En su respuesta, Borges toma esa carga de graves implicaciones metafísicas y la transforma, sin desvirtuarla, en algo sencillo e inmediato: “Eso yo lo sentía antes, cuando pensaba que éramos indignos de la belleza; en cambio, ahora creo que la belleza es muy frecuente, y por qué no hospedarla y recibirla”. De ahí su discrepancia con ciertos sistemas filosóficos: “Las filosofías de Heidegger y de Jaspers [...] suelen jugar a la desesperación y a la angustia, pero en el fondo halagan la vanidad; son, en tal sentido, inmorales. La obra de [George Bernard] Shaw, en cambio, deja un sabor de liberación. El sabor de las doctrinas del Pórtico y el sabor de las sagas” (“Nota sobre (hacia) Bernard Shaw”). En el mismo tono construye una de sus más perdurables definiciones: “Clásico no es un libro que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad” (“Sobre los clásicos”). La urgente redefinición de la belleza, entendida como liberación, lo lleva también a desconfiar de las seguridades: “El autor que muestra aversión a un personaje suyo parece no acabar de entenderlo, parece confesar que éste no es inevitable para él. Desconfiamos de la inteligencia de este autor, como desconfiaríamos de la inteligencia de un Dios que mantuviera cielos e infiernos” (“El primer Wells”). || En esta entrada los fragmentos proceden de algunas de las múltiples entrevistas hechas a Borges; las fuentes se mencionan al final. (DGD)]

 

 

Ahora, al término de mi carrera literaria, tengo la impresión que he cultivado un solo género: la poesía. Salvo que mi poesía se ha expresado muchas veces en prosa y no en verso. [1]

 

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[D]os personas me han hecho la misma pregunta: “¿para qué sirve la poesía?”. Y yo les dije: “Bueno, ¿para qué sirve la muerte?, ¿para qué sirve el sabor del café?, ¿para qué sirve el universo?, ¿para qué sirvo yo?, ¿para qué servimos?”. [2]

 

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Creo que la poesía es algo tan íntimo, algo tan esencial que no puede ser definido sin diluirse. Sería como tratar de definir el color amarillo, el amor, la caída de las hojas en el otoño... Yo no sé cómo podemos definir las cosas esenciales. [3]

 


 

[L]a poesía de cualquier tipo, por ajena que sea a cualquier aspecto de la vida, es una poesía confesional. [4]

 

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¿Qué es un poema?: es tal vez sólo una serie de símbolos. La poesía, yo creo, es el hecho poético que se produjo cuando el poeta lo escribió, cuando el lector lo lee, y siempre se produce de un modo ligeramente distinto. Cuando eso sucede, a mí me parece que lo percibimos. La poesía es un hecho mágico, misterioso, inexplicable, aunque no incomprensible. Si no se siente el hecho poético cuando se la lee, quiere decir que el poeta ha fracasado. [3]

 

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[L]a poesía es algo cuyo instrumento son las palabras, pero [...] las palabras no son la materia de la poesía. La materia de la poesía —si es lícito que usemos esta metáfora— vendría a ser la emoción. [3]

 


 

[Macedonio Fernández] fue filósofo, porque anhelaba saber quiénes somos (si es que alguien somos) y qué o quién es el universo. Fue poeta, porque sintió que la poesía es el procedimiento más fiel para transcribir la realidad. [5]

 

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Sostener la seriedad esencial de la poesía es [...] estar de parte de Aristóteles que, ya lo sabemos, escribió aquello de que la poesía es más verdadera que la historia; es decir, para mí, en los símbolos de la poesía hay una verdad esencial y si esa verdad no existe los símbolos no valen nada, son meros simulacros de símbolos. [6]

 

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Toda la poesía consiste en sentir que las cosas son extrañas, mientras que toda la retórica consiste en pensar que las cosas son comunes u obvias. Claro que yo me siento siempre perplejo ante el hecho de mi propia existencia en un cuerpo humano, de ver a través de ojos, de oír a través de oídos, etcétera. Y quizá todo lo que he escrito no es más que una mera metáfora, una mera variación de esa cuestión central de mi asombro ante las cosas. En tal caso, yo creo que no existe ninguna diferencia esencial entre la filosofía y la poesía, ya que ambas expresan el mismo tipo de asombro. [7]

 


 

[S]entimos la poesía como la música, como el amor, o como la amistad, o todas las cosas del mundo. La explicación viene después. [8]

 

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[E]scribir poesía es algo muy misterioso. El poeta no debe influir en lo que escribe, no debe intervenir en sus escritos. Debe dejar que éstos se escriban solos, que el Espíritu Santo o la Musa o eso que ahora llaman, tristemente, el inconsciente, lo guíen, y de esta manera logrará, tal vez , escribir poesía. Quizá incluso yo haya logrado, de este modo, escribir un buen poema. [7]

 

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[S]i lo único que [un escritor] tiene para ofrecer una obra es aquello que quiso expresar con ella, entonces estamos ante un autor muy pobre. El escritor debe ejercer su arte con una cierta inocencia. No debe intervenir demasiado en lo que escribe. Porque si lo hace, el resultado no se parecerá a su poesía. [7]

 

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[A]hora nosotros apreciamos una idea si es nueva; en cambio, antes una idea, para ser recibida con respeto, tenía que ser muy antigua. [2]

 


 

Mi destino es pensar que todas las cosas, todas las experiencias, me han sido dadas para crear belleza. Sé que he fracasado, que seguiré fracasando, pero esa sigue siendo la única justificación de mi vida: seguir viviendo, seguir estando feliz, triste, perplejo, asombrado —yo vivo en un estado continuo de asombro— y luego intentar transformar esas experiencias en poesía. Y de todas esas experiencias, la más grata es la lectura. [7]

 

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[L]a imaginación tiene que ser verdadera también, en el sentido de que el poeta debe creer lo que imagina. [2]

 

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Supongo que cada vez que una persona joven descubre a un poeta no sólo lo concibe como autor, sino que siente que ese nuevo poeta representa directamente a la poesía en sí, como si la poesía fuera un arte olvidado y luego redescubierto tras siglos de búsquedas a tientas. Esa fue la impresión que me causó Whitman. Me dije: “¡Pero qué torpes han sido todos los demás poetas hasta hoy!”. Ahora me doy cuenta, por supuesto, de lo errado que estaba, porque cada poeta es bueno a su manera, y no creo que tenga sentido pensar que existe un único poeta notable. Yo no creo, de hecho, que la poesía sea un don infrecuente. Creo que hasta los peores poetas —por ejemplo, yo mismo— son capaces de escribir buenos versos de vez en cuando. [7]

 

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Todo lo que uno escribe tiene que ir más allá de la intención. Por eso, la literatura es un arte muy misterioso. [...] Porque el autor no sabe lo que escribe. Si lo guía el Espíritu Santo, es un amanuense. Eso es lo que se lee en el Evangelio según San Juan: “El Espíritu sopla donde quiere”. [9]

 


 

La poesía es quizá la parte esencial de la vida. Yo no pienso en la vida, o en la realidad, como algo que esté más allá o fuera de mí. Yo soy vida, yo estoy dentro de la vida. Y uno de los muchos hechos de la vida es el lenguaje, es decir las palabras y la poesía. ¿Por qué deberíamos enfrentar a unas con otras? [7]

 

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[E]n ninguna parte las academias literarias han sido tan importantes como en Irlanda, cuando Irlanda era un mundo de pequeños reinos. Entonces, el estudio de la poesía incluía el estudio de todas las demás disciplinas, por ejemplo, la genealogía, la astrología, la botánica, las matemáticas, la ética. Y había diversas categorías, y a los que no habían pasado un examen no se les permitía el uso de la poesía. [2]

 

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No tengo vocación de iconoclasta. Hacia el año treinta creía, bajo el influjo de Macedonio Fernández, que la belleza es privilegio de unos pocos autores; ahora sé que es común y que está acechándonos en las casuales páginas del mediocre o en un diálogo callejero. Así, mi desconocimiento de las letras malayas o húngaras es total, pero estoy seguro de que si el tiempo me deparara la ocasión de su estudio, encontraría en ellas todos los alimentos que requiere el espíritu. [10]

 


 

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Fuentes: [1] Mario Vargas Llosa: Medio siglo con Borges, Alfaguara, Madrid, 2018. ● [2] Osvaldo Ferrari: En diálogo. Edición definitiva, 2 v., Sudamericana, Buenos Aires, 1998; Siglo XXI, México, 2005. ● [3] Roberto Alifano: Conversaciones con Borges (1984), Debate, Madrid, 1986. ● [4] Waldemar Verdugo Fuentes: El Minotauro en su laberinto, Buenos Aires, 1973. ● [5] “Macedonio Fernández, 1874-1952”, en Sur, n. 209-210, Buenos Aires, marzo-abril de 1952. ● [6] Bernardo Korenblit: Jorge Luis Borges, A-Z Ediciones, Buenos Aires, 1986. ● [7] Willis Barnstone: Borges, el misterio esencial. Conversaciones en universidades de los Estados Unidos 1976-1980, Sudamericana, Buenos Aires, 2021; trad.: Martín Hadis. ● [8] Georges Charbonnier: El escritor y su obra, Siglo XXI, México, 1967. ● [9] Antonio Carrizo: Borges el memorioso, FCE, col. Tierra firme, México, 1986. ● [10] Jorge Luis Borges: “Sobre los clásicos”, en Otras inquisiciones [1937-1952], Sur, Buenos Aires, 1952.

 

 

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