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DGD: Postales, 2021-2024. |
r e t r a t o s (e n) (c o n) p o s t a l e s
Reunión (14). La mirada, 1
[En su Diccionario de símbolos, Juan Eduardo Cirlot expone la diferencia simbólica entre ojo y mirada: ésta equivale a adquisición del conocimiento (ver es conocer), pero los ojos simbolizan protección; si el rostro corresponde a la muralla de la ciudad interior, los ojos (ver es vigilar) representan faros erigidos sobre la muralla para iluminar la oscuridad exterior. (Por qué dos faros y no uno solo queda claro en una frase de Ursula K. Le Guin: “Lo que se observa con un solo ojo carece de profundidad”.) De ahí la fuerza de aquel célebre poema de Antonio Machado: los ojos que veo no son ojos porque los veo, sino porque ellos me ven. Sé que la otra persona me ve, lo que significa que lanza hacia mí dos rayos paralelos de luz indagadora de la que me protejo ofreciéndole fachadas, apariencias, máscaras (no tanto lo que quiero que vea en mí como lo que no quiero que me mire); a la vez, de esa persona recibo las fachadas, apariencias y máscaras que me antepone, y lo que todas éstas forman no es una puerta a abrir sino la frontera que me separa de su ciudad interior. Los ojos pintan constantemente la línea del no-pasarás: el límite de mi propia percepción sobre el otro. Desconozco por completo lo que sucede en el interior de los ojos de X. Adivino su interioridad a partir de un cúmulo de signos que emite, de símbolos que irradia, de señales que envía; adivino a los otros siempre de modo indirecto, precario y cambiante. Cuando X me ve —sea un pariente cercano o el extraño que me pide la hora en la calle—, su mirada me convierte automáticamente en el mundo; lo mismo hago yo cuando veo a X: no percibo a esta persona en sí misma sino insertada en todo aquello que está fuera de mí (la veo disuelta en su entorno: es una parte más de todo aquello que para mí es lo exterior). Los individuos se ven de muralla a muralla en la ciudad exterior; ésta es multitudinaria y vertiginosa, pero se halla formada por ciudades interiores solitarias y aisladas, cada una custodiada por murallas cuya dureza e impenetrabilidad va en la medida de su vulnerabilidad. Pese a todo, los ojos, definidos por la sabiduría ancestral como ventanas del alma, realizan —dice Maurice Merleau-Ponty— un prodigio: el de abrir el alma (individual) al Espíritu (cósmico). El ojo fortifica y separa —sin duda por influjo social—, pero milagrosamente a la vez abre y comunica, y es en esta apertura en donde comienza lo significativo, en donde suceden las verdaderas cosas, en donde esperan el origen y el sentido. Y asimismo ahí aguarda la trascendencia del tiempo lineal. De ahí que Valéry recomienda al artista no llevar a la obra lo que ve, sino lo que verá. Si las personas ven lo que quieren ver (o lo que se permiten ver), el pintor o el escritor se entrenan para acaso llegar a ver, en instantes privilegiados, no lo que quieren sino lo que los hace querer. (DGD)]
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[Leer Reunión (15). La mirada, 2]
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P O S T A L E S / D G D / E N L A C E S
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